Paseando por Sofía IV

Teníamos el vuelo de vuelta a Madrid a las 16:45, así que contábamos con toda la mañana para despedirnos de Sofía. En nuestra planificación original habíamos reservado este día para el Museo de Arte Soviético, y poco más la verdad. Sin embargo, como el primer día nos quedamos sin luz y no nos dio tiempo a visitar todo lo que teníamos pensado, hubo que reorganizar la mañana.

Aún así, aprovechamos para levantarnos un poco más tarde que los días anteriores, ya que no teníamos tanta prisa. Después de dejar el hotel y con las mochilas a cuestas, paramos en una panadería a comprar unos croasanes y hojaldres del estilo de los que habíamos probado el día anterior en Plovdiv. Grandes, contundentes y baratos. Y nos dirigimos al metro, donde compramos el pase del día.

Después fuimos a una parada de la calle Dimitar Petkov.

Allí cogimos el tranvía número 10 hasta el Bulevar Vasil Levski. Desde la parada caminamos hasta los Jardines Knyazheska. En ellos encontramos una escultura que me recordó a otra de Wismar.

Pero si algo destaca en estos jardines es el Monumento del Ejército Soviético.

Fue construido en 1954 como símbolo de gratitud al Ejército Rojo que había vencido a los nazis en la II Guerra Mundial.

Si miramos de frente al monumento tenemos a ambos lados dos grupos de esculturas sobre pedestales que representan a mujeres, niños y campesinos dándoles las gracias a los soldados.

La pieza principal es una columna sobre la que se representa a un soldado soviético al lado de un trabajador y una campesina búlgaros. En la base también hay grupos de esculturas. Siempre con los mismos elementos: soldados y campesinos.

Desde 1989 este monumento viene provocando controversia y ha habido varias iniciativas para demolerlo, incluso en 1993 el ayuntamiento confirmó su eliminación. Sin embargo, nunca se llevó a cabo. Rusia ya ha avisado de que si se lleva a cabo su retirada sería delito.

Por un lado hay quienes defienden su desaparición porque no quieren tener un monumento en honor a un ejército extranjero. Por otro, sus defensores consideran que ha de quedarse donde está porque conmemora la victoria sobre el nazismo. Y porque les deben mucho al país que en primer lugar les ayudó a liberarse de la dominación otomana y en segunda estancia de la dictadura fascista.

El monumento ha sufrido varias pintadas en los últimos años:

  • En junio de 2011 los soldados fueron caracterizados como superhéroes.
  • En febrero de 2012 fue pintado con los colores de la bandera búlgara en honor a las víctimas del comunismo en el país.
  • En agosto de 2012 fue el lugar elegido para protestar contra por la detención de las Pussy Riot.
  • En agosto de 2013 se pintó de rosa para conmemorar el aniversario de la Primavera de Praga y apareció una inscripción en búlgaro y checo en la que se pedía disculpas. Bulgaria colaboró para intentar contener la sublevación contra el Régimen Comunista.
  • En febrero de 2014 amaneció de amarillo y azul en apoyo a la Revolución Ucraniana. Además, figuraba en ucraniano  la consigna “¡Gloria a Ucrania!

Rusia, indignada con el trato que recibe el memorial, ya ha pedido a las autoridades que se tomen medidas para evitar más incidentes. Sin embargo, nosotros nos lo encontramos totalmente desprotegido y con grafitis. Esta vez no parecían muy reivindicativos sin embargo. Simplemente pintadas.

Saliendo del jardín, en la acera de enfrente tenemos el Mausoleo del Príncipe Alejandro de Battenberg, una tumba que alberga los restos mortales del primer jefe de Estado de la Bulgaria moderna.

Con la liberación del Imperio Otomano, los nuevos líderes decidieron que el país fuera una monarquía y el zar de Rusia propuso a Alejandro. Sin embargo, tuvo que acabar abdicando pues no siempre siguió los mandatos rusos. No obstante, a pesar de ello, parece ser que fue querido por el país, y por eso a su muerto se trasladó su cuerpo a Sofía y se le construyó este mausoleo.

Tomamos el metro en la universidad y nos bajamos en la estación G.M. Dimitrov, desde donde nos dirigimos al Museo de Arte Socialista.

Abrió sus puertas en septiembre de 2011 como una rama de la Galería de Arte Nacional de Sofía. Se trata de un recinto de 6.300 metros cuadrados en el que hay un jardín donde se exponen esculturas de las décadas de los 50 a los 80 del siglo pasado. Sobre todo podemos encontrar de líderes socialistas, además de otras propias de regímenes comunistas como son obreros, soldados, agricultores e intelectuales.

Nada más entrar nos encontramos con la estrella de cinco puntas que estaba colocada en el edificio del partido.

Y según entramos por la puerta, el primer busto que tenemos a mano izquierda es el del Ché.

Además, el recinto cuenta con un edificio en el que se exponen 60 cuadros de la época socialista.

Del mismo modo que en las esculturas, las obras pertenecen al Realismo Socialista, un movimiento en el que destacaban tres elementos: el partido, el combatiente y el proletariado. Por supuesto, no podía faltar la figura del líder. En este caso destacaban Lenin, Stalin, Mao, Dimitrov…

En el centro de la sala están los cuatro bustos de Marx, Engels, Lenin y Stalin.

En total, entre el jardín y el museo hay unas 150 obras pictóricas y escultóricas creadas en la época socialista, entre 1944 y 1989.

También hay una pequeña tienda en la que venden carteles, libros, tazas y camisetas. Pasamos a ver qué tenían y la encargada nos puso un vídeo en la sala anexa. En realidad el reproductor llevaba ya un rato, pero la mujer nos lo puso al inicio. Por no hacer un feo, por curiosidad, por tener tiempo de sobra y por la temperatura interior, nos sentamos a verlo. En realidad fueron dos o tres vídeos propagandísticos. Una especie de No-Do enalteciendo las labores del partido, lo que se había construido, las juventudes desfilando y bailando en actos por el país…

Cuando terminaron los vídeos, nos fuimos y ya era la una de la tarde. Aunque nos quedaba algo de tiempo antes de irnos al aeropuerto, decidimos que era hora de comer. Sin embargo en la zona no parecía haber mucho donde elegir. Pasamos a un edificio que está justo al lado que era una especie de centro comercial. En una de las plantas superiores había diversos sitios donde parece que iba a comer la gente que trabaja por la zona.

Hicimos un allá donde fueres, haz lo que vieres. Elegimos una de las cantinas, nos pusimos a la cola con nuestra bandeja, elegimos un menú y nos sentamos tranquilamente a comer. A las dos volvimos al metro dirección aeropuerto dando por finalizada nuestra ruta.

Y entramos en la terminal a la que habíamos llegado de Atenas, buscamos nuestro vuelo y ¡no está! No puede ser, íbamos con tiempo, en la pantalla figuraban vuelos que salían incluso después. Revisamos nuestros billetes y resulta que WizzAir no salía de la terminal internacional, sino de la 1. Salimos al exterior y vimos un bus que conectaba las dos terminales, así que lo tomamos y en apenas cinco minutos solucionamos el problema. Pero hubo unos segundos de estupefacción.

La T2 no es que sea muy grande, sí que es más moderna, eso está claro. Más luminosa y diáfana. La T1 es soviet y diminuta. Según entras te encuentras con los mostradores y seguidamente el control. Sobre los mostradores de facturación hay un bar y… ya. Bueno, se pueden ver un par de murales de Bulgaria y Europa muy curiosos. Sobre todo porque en Europa nos sorprendió Estambul, que figuraba como Tsarigrad, un nombre que desconocíamos hasta la fecha. Viene a significar «la ciudad del emperador». En realidad tiene sentido, pero ya ha quedado en desuso.

Sacamos nuestros billetes en las máquinas y pasamos el control contando con encontrar algo más de movimiento en la parte interior. Tampoco fue así. Un par de bares, una tienda de duty free y poco más. Así que nos compramos unos kitkat y nos fuimos al bar. Compramos unas botellas de agua para el vuelo, pedimos unas cervezas y nos sentamos tranquilamente a esperar que saliera nuestro avión.

Era nuestra primera vez con WizzAir y el embarque fue un poco caótico. En la fila nos iban revisando los billetes y pasaportes, pasamos por los tornos donde escaneaban el billete y después había que coger un bus para llegar al avión.

El avión era pequeño y con unos asientos bastante finitos. Es una compañía de bajo coste, así que sabíamos a lo que íbamos. Espacio limitado, asientos finos y estrechos, nada de comida o bebida… Pero bueno, llevábamos nuestro agua y kitkat por si teníamos algo de hambre o sed durante el vuelo.

La duración del trayecto eran 4 horas y 5 minutos, sin embargo, llegamos una media hora antes a Madrid. Podíamos dar por concluida nuestra escapada.