Robbie Williams

Son muchos los éxitos musicales de Robbie Williams, pero además de luces también hubo sombras. Muchas. Ahora la serie documental que lleva su nombre hace una revisión de 30 años de trayectoria del artista británico.

Tengo casi 50. Soy padre. Tengo cuatro hijos. Una esposa maravillosa. Es impresionante todo lo que pasó con mi vida.

Dirigida por Joe Pearlman, la docuserie arranca en sus inicios como integrante de Take That, grupo con el que consiguió el éxito mundial. Corría el año 1990 y un Robbie adolescente de 16 años que apenas había terminado el instituto y no tenía muchas nociones de baile, se incorporó a una banda en la que el resto de miembros ya había superado los 20 y eran un poco más serios. Con la fama también llegaron los celos, la desconfianza y el complejo de inferioridad (sobre todo con respecto a Gary Barlow). De alguna manera se sentía en segundo plano y, frustrado, comenzó a beber en exceso así como a consumir éxtasis y cocaína. Cuando sus compañeros, hartos de sus salidas de tono y falta de profesionalidad, le pidieron que cambiara su actitud, simplemente decidió abandonar Take That. Con 21 años decide entonces mudarse a Londres, donde se entregó a una vida de excesos y salidas nocturnas ya sin nadie que le pusiera freno.

Un par de años más tarde de su marcha de la banda, en 1997, comenzó a grabar su primer álbum en solitario con el productor Guy Chamber. No obstante, el artista seguía sumido en la adicción. Siguiendo las recomendaciones de su mánager por fin aceptó entrar en un centro de rehabilitación. Y entonces, de repente, después de varios fracasos, nació Angels, la canción que volvió a lanzarle al estrellato, esta vez por derecho propio.

Sin embargo, Williams no estaba bien. Quizás había dejado algunas adicciones atrás, pero aún tenía demonios internos con los que lidiar. La magnitud de la fama le sobrepasó de nuevo y pasó por momentos en los que tenía gran ansiedad por actuar en directo ante miles de personas, pero no podía permitirse parar porque su entorno le presionaba para continuar. El asedio constante de los paparazzi y su campaña de odio hacia él también influyó en su salud mental y en sus relaciones personales. Un ejemplo es la que mantiene con Geri Halliwell, quien al igual que Robbie, abandonó su banda en lo más alto para iniciar su carrera en solitario. Si por separado eran interés para la prensa sensacionalista, juntos eran el premio gordo. Cuando el cantante más tranquilidad buscaba, más agobiado se sentía. Nada le salía bien, ni personal ni profesionalmente (el lanzamiento del sencillo Rudebox en 2006 recibió unas críticas brutales y fue el centro de todas las burlas) y finalmente acabó desarrollando una ansiedad paralizante que lo llevó a dejar los escenarios y a una recaída en sus adicciones.

En proceso de rehabilitación conoce a la actriz estadounidense Ayda Field y su vida se estabiliza. Se desintoxica, se casa con ella en 2010, tiene cuatro hijos, se reconcilia con sus excompañeros de Take That y recupera su amor por la música volviendo a retomar su carrera.

Para la realización de la docuserie Williams entregó a Joe Pearlman un extenso archivo inédito de 30.000 horas de vídeo. En él se incluían grabaciones entre bastidores, videodiarios e imágenes personales acumuladas a lo largo de sus 30 años de carrera. El equipo del productor consiguió reducirlo a 10 horas y, en lugar de buscar a gente que estuviera en el entorno del cantante en aquellos años para completar el relato, Pearlman decidió sentar a Williams en su casa de Los Ángeles para que visualizara este resumen y reflexionara sobre su pasado.

Da la sensación de que la docuserie no está tan interesada en contar el viaje en sí de un personaje, como por ejemplo en la de Beckham o el de Jennifer López, sino en hacer un lavado de imagen. Quiero decir, es obvio que cualquier producto de este tipo cuenta con la revisión y beneplácito del artista en cuestión y que se van a potenciar unos pasajes mientras que se omiten otros o se pasan de refilón (como Beckham con su infidelidad en Madrid), sin embargo, en este caso hay cierto descaro de que se trata de un producto al servicio del protagonista.

Para empezar, resulta extraño que arranque con el nacimiento de Take That y no haga una breve introducción de la infancia del artista, de quiénes son sus padres o si tiene hermanos. Cuenta que pasa por episodios de ansiedad, que tiene celos y se siente inferior ante sus compañeros algo más mayores, habla de sus adicciones… y no sabemos nada de su contexto y si este influyó de alguna manera en cómo se comportó en su carrera. Por ejemplo, volviendo a Beckham, sabiendo lo perseverante que fue su padre en que alcanzara la perfección en su toque de balón, se puede llegar a entender por qué se comportó como lo hizo cuando le atacó la afición y la prensa. O por qué es tan ordenado y familiar.

Por otro lado, en Robbie Williams llama poderosamente la atención, como decía más arriba, que apenas salga nadie más que él en los cuatro episodios. Aparte de una breve aparición de su mujer y de su hijo, el resto es un monólogo egocéntrico y autocomplaciente. Es un visionado de Williams sobre Williams en el que el artista se autoacaricia la espalda mientras se dice «Ay, pobre, qué mal lo has pasado, pero ya pasó. Ahora eres un superviviente y deberías estar orgulloso del camino que has recorrido».

Finalmente está el tema de que el artista se pase la gran mayor parte del metraje viendo las imágenes en su cama y en calzoncillos. Él mismo asegura que es su lugar favorito, que si no está en el escenario, está en la cama y puedo entenderlo, a todo el mundo le gusta estar en la cama tranquilamente en ropa interior…. Pero no me parece suficiente motivo de peso para elegir este escenario en lugar de otra estancia de la magnífica mansión. Seguro que tenía alguna habitación con sofá y televisión de pantalla enorme donde poder reproducir el archivo y haber ido comentando sus impresiones.

En definitiva, para mí la fórmula no funciona. Y si lo comparo con el de su compatriota no hay color. En Beckham había un contexto, unas voces de renombre que completaban el viaje al pasado de una figura legendaria; en Robbie Williams encontramos un monólogo que recoge una etapa muy concreta de la vida del protagonista con una mirada muy sesgada. En Beckham hay vulnerabilidad, problemas de salud mental, pero también hay humor y especialmente pasión por su profesión; en Robbie Williams sin embargo hay una especie de fanfarronería, de chistes mal tirados y de hastío hacia el mundo de la música. Así, resulta complicado empatizar con el cantante y que interese lo que está contando

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