Día 10. París. Saint Germain des Pres y Quartier Latin

Nuestro último día en París y aún nos quedaba mucho por ver. Sin embargo, no contábamos con muchas horas. Los escoceses tenían el vuelo después de comer y nosotros a media tarde, por lo que apenas contábamos con la mañana.

Desayunamos, cerramos el equipaje, recogimos el apartamento y marchamos rumbo a Gare du Nord a dejar nuestras maletas y mochilas en las taquillas. Desde allí tomamos el metro hasta Saint Germain des Pres, nuestro punto de partida. Tras la II Guerra Mundial este barrio fue lugar de residencia de intelectuales como Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir o François Truffaut. Se convirtió en centro cultural, pues era donde se reunían pensadores, músicos, escritores, actores y artistas en general. Hoy ha perdido algo de ese prestigio, sin embargo sus cafés siguen siendo lugar de reunión de periodistas, actores o políticos.

Nuestra primera parada fue la Iglesia Saint Germain des Pres, que le da nombre al barrio. Fue fundada como Basílica en el siglo VI para albergar reliquias y tumbas de reyes. Después se construyó un monasterio benedictino al que se le puso el nombre de Germain en honor a un monje.

La abadía se extendió tanto y adquirió tanta importancia que acabó dándole nombre al barrio. Fue un relevante centro intelectual hasta que en la Revolución fue disuelta, también se destruyeron las tumbas reales de su necrópolis.

Hoy en día quedan en pie la iglesia y el Palacio del Abad. En el interior de la capilla descansan desde 1819 los restos de René Descartes.

No muy lejos queda la Iglesia de Saint Sulpice. 

Es la segunda iglesia más grande de París después de Notre Dame. Fue construida en el siglo XVII, aunque sus cimientos pertenecen a un antiguo templo románico. En 1645 se encargó una ampliación para albergar a más feligreses, ya que la población estaba creciendo, sin embargo, tardaron 130 años en terminarla.

Su fachada es de estilo italiano, con dos hileras de columnas. Cuenta con dos torres, que son diferentes, ya que fueron diseñadas por dos arquitectos distintos. Una mide 68 metros y la otra 73.

Además, esta iglesia alberga en su interior el gnomon, un sistema astronómico instalado en 1743 por los científicos del Observatorio de París para determinar los equinoccios. Este aparato llamó la atención de Dan Brown, quien la hizo escenario de El Código Da Vinci.

Es Monumento Histórico desde 1915 y en ella se guardan dos importantes obras de Delacroix: Jacob luchando contra el ángel y Heliodoro expulsado del templo. Me llamó la atención que hubiera sillas, como en los templos ortodoxos, y no bancos, como suele ser habitual en las iglesias católicas.

Sobre la puerta de acceso encontramos un impresionante órgano de tubos que data de 1862 y que aún funciona hoy en día.

La iglesia se encuentra en la plaza de Saint Sulpice, en cuyo centro se alza “La Fuente de los Cuatro Puntos Cardinales” de Visconti. En ella se representan los cuatro obispos predicadores de la época de Luis XIV: Bossuet, Flechier, Massillon y Fenelon. Cada uno de ellos señala un punto cardinal.

Tomando la Rue Garancière llegamos a los Jardines de Luxemburgo.

María de Médici, la reina regente de Francia, cansada del Louvre, mandó construir un palacio de estilo italiano que le recordara a su Florencia Natal, el Palacio de Luxemburgo. Con el paso del tiempo el jardín se le quedó pequeño y fue adquiriendo terrenos adyacentes para anexionarlos y ampliarlo. María no lo vio completado, pues para cuando se terminó el palacio ella ya había sido desterrada.

Sus siguientes dueños realizaron algunos cambios, pero no los cuidaron de igual modo y llegaron a estar abandonados. Con la Revolución Francesa el Palacio fue transformado en prisión. Más tarde, durante la II Guerra Mundial los nazis lo usaron como cuartel, llegando a construir incluso un búnker en el jardín.

La superficie de 25 hectáreas pertenece al Senado, que tiene su sede en el Palacio, aunque los jardines están abiertos al público y hoy se han convertido en un lugar de esparcimiento para parisinos y visitantes. La disposición de los jardines se articula en torno al palacio y su centro es el lago octogonal. Los jardines son muy completos y en ellos se pueden realizar diferentes actividades. Cuentan con zonas para pasear entre estatuas y esculturas; con otras habilitadas para jugar al tenis, a la petanca u otros deportes; con espacios de juegos para niños, teatros de marionetas y un tiovivo; con huertos, restaurantes y hasta una escuela de apicultura… Además hay espectáculos y se puede contratar un paseo a caballo.

Pero también podemos encontrar en los Jardines de Luxemburgo un buen lugar donde descansar lejos del bullicioso transitar de la ciudad. En el recinto abundan las sillas verdes de metal, al igual que en el de las Tullerías. Había mucha gente sentada leyendo o jugando al ajedrez.

Y si se va con niños, se puede alquilar un barquito y jugar a manejarlo con una vara. Me resultó muy curioso este entretenimiento, no lo había visto en mi vida, pero parecía causar sensación entre los pequeños parisinos.

Abandonamos los jardines y nos dirigimos al Panteón.

Fue construido entre 1764 y 1790. Ordenado por Luis XV como agradecimiento por recuperarse de una grave enfermedad, fue dirigido por Jacques-Germain Soufflot al inicio y, tras su muerte, por Jean Baptiste Rondelet. Es uno de los primeros monumentos de estilo neoclásico que se erigió en Francia. En origen iba a ser una iglesia dedicada a Santa Genoveva, patrona de la ciudad, sin embargo, los problemas económicos y la muerte del arquitecto provocaron que no se finalizara hasta la Revolución Francesa, y en aquel momento primaba más el sentimiento patriótico que el religioso, por lo que se decidió que se convirtiera en templo para albergar los cuerpos de los ilustres de la patria. En 1793 se grabó la inscripción Aux grand hommes, la patrie reconnaissante (A los grandes hombres, la patria agradecida) en el frontispicio. El Panteón es Monumento Histórico desde 1920.

El diseño del Panteón está basado en el de Agrippa en Roma y pretendía combinar la sencillez de la arquitectura gótica con la majestuosidad de la griega. Tiene una planta con cuatro naves en forma de cruz griega. En el centro se alza la cúpula inspirada en la londinense Saint Paul. Durante años fue el lugar más alto desde donde divisar la ciudad, después perdió ese reconocimiento al construirse la Torre Eiffel.

Durante el siglo XIX sirvió fue alternando su fin, siendo usado tanto religioso como patriótico, dependiendo del régimen político. A partir de 1806 fue lugar de culto, y tras la caída de Napoleón se eliminó la inscripción del frontispicio quedando únicamente como iglesia. Sin embargo, en 1830 volvió a ser un panteón, conocido como el Templo de la Gloria (que se renombró como Templo de la Humanidad en 1848). En el Segundo Imperio vuelve a ser un templo religioso y, finalmente, en la Tercera República fue cuando se convirtió en mausoleo y comenzó a albergar los cuerpos de personalidades ilustres. En él descansan los féretros de Rousseau, Voltaire, Jean Jaurès, Marie Cure, Louis Braille, Victor Hugo, Alejandro Dumas, entre otros.

En 1851 Foucalt, aprovechando la altura del edificio, instaló un péndulo para probar la rotación de la tierra. Lo que se puede ver ahora es una réplica que se instaló en 1995.

Alrededor de la Plaza del Panteón se encuentra la Biblioteca de Santa Genoveva, la Facultad de Derecho de la Universidad de la Sorbona y el Ayuntamiento, estos dos últimos prácticamente iguales.

La Universidad de la Sorbona es una de las universidades más antiguas y prestigiosas del mundo. Fue fundada en el siglo XIII por Robert de Sorbon, que pretendía que los jóvenes pobres pudieran acceder a los estudios de teología. Se localiza en el mismo lugar en que se fundó, aunque se ha ido expandiendo con nuevos edificios por el barrio, e incluso en otros puntos de la ciudad. Desde 1970 está dividida en 13 facultades en las que se puede estudiar Ciencias Sociales, Humanidades, Artes, Historia, Economía, Derecho, Geografía o Filosofía. Las aulas que todavía se utilizan fueron reconstruidas entre los años 1885 y 1901.

Fue testigo del famoso Mayo Francés, cuando grupos estudiantiles de izquierda protestaron y la ocuparon.

Bordeando el Panteón, llegamos a la Iglesia Saint-Etienne-du-Mont.

Fue erigida en el siglo VI como una capilla a partir de la cripta de la abadía de Santa Genoveva. Sin embargo, lo que vemos hoy en día data de finales de siglo XV.

En esta iglesia catalogada como monumento histórico se guardan los restos de la patrona de la ciudad. Y también a ambos lados del presbiterio se encuentran las tumbas de Blaise Pascal y Jean Racine.

Continuamos en el barrio hasta llegar a la Gran Mezquita de París, construida en 1926 en estilo hispanoárabe.

Es la mayor de Francia con una extensión de una hectárea de superficie. Tiene una sala de oraciones, una escuela, biblioteca, sala de conferencias, restaurante, salón de té, un baño turco y establecimientos comerciales donde venden productos tradicionales árabes.

Cuenta con un minarete de 33 de metros inspirado en el de la mezquita Zitouna de Túnez. El resto de la mezquita copia el estilo de la de El-Qaraouiyyîn de Fès, en Marruecos.

Volvimos hacia el corazón del barrio por la Rue Mouffetard, una de las calles con más vida, plagada de restaurantes y cafés. Al parecer es una de las calles más económicas, así que decidimos buscar un lugar donde comer antes de despedirnos de los escoceses.

No podíamos irnos de París sin probar las crêpes, así que acabamos en La Petite Bretonne, un restaurante en el que por 12-13€ tienes un menú con una crêpe salada y otra dulce. Eran inmensas y estaban muy ricas.

Yo apenas llegué a la dulce de lo llena que acabé con la salada.

Y hasta aquí nuestra ruta matutina.

Día 9 IV Parte. París. Torre Eiffel y Moulin Rouge. Visita Nocturna

De vuelta al apartamento pensamos que al día siguiente nos marcharíamos y sería la última oportunidad que tendríamos durante nuestro viaje de ver la ciudad de noche. Así pues, volvimos al alojamiento, nos duchamos, cenamos, dejamos medio preparado el equipaje y volvimos a salir.

Como era tarde y estábamos cansados, decidimos que teníamos que seleccionar. ¿Y qué más icónico de París que la Torre Eiffel y el Moulin Rouge?

Así pues, tomamos el metro y para ver la torre nos fuimos a Trocadero, desde donde se obtiene una buena panorámica, aunque había unas vallas que no permitían acercarse al muro. No éramos los únicos que habíamos tenido la misma idea, había mucha gente con teléfono o cámara en mano inmortalizando el momento.

La vista es totalmente diferente a la de del día. La torre acapara todas las miradas, y, al fondo, la basílica de Notre Dame. La torre cuenta con un par de haces de luz azul que van girando y que se ven hasta 80 kilómetros de distancia en noches claras.

Y lo mejor llega a las horas en punto, cuando la iluminación deja de ser fija y comienza a brillar. Esto es gracias a unas 20.000 luces parpadeantes

Esta iluminación fue añadida en 1985 y está protegida por los derechos de autor aplicables a una obra artística según el marco legal francés. Según la web del propio monumento: «La Torre Eiffel construida en 1889 es de dominio público. Las vistas de la torre de día están libres de derechos. En cambio, sus diferentes iluminaciones están sujetas a derechos de autor y derechos de marca. Cualquier uso profesional o comercial de dichas imágenes deberá realizarse previa solicitud a la Société d’Exploitation de la Tour Eiffel (SETE).»

Así pues, parece que solo es aplicable en casos en los que se vaya a tener un rendimiento comercial, por lo que no se aplicaría al uso particular.  Como siempre las leyes a la vanguardia de la actualidad. No parece tener mucho sentido este tipo de normativa teniendo en cuenta la forma en que nos relacionamos y comunicamos hoy en día.

Cuando acabaron los brillos, volvimos al metro y nos dirigimos a Montmartre, para ver el Moulin Rouge iluminado. Aquí no solo cambiaba el aspecto de la fachada, sino que el barrio estaba mucho más animado, algo normal un viernes a medianoche.

Tras las fotos de rigor, volvimos de nuevo el metro rumbo al apartamento, esta vez para dormir, pues estábamos agotados.

Serie Terminada: Marvel’s Agent Carter

Se han puesto de modas las sagas de superhéroes. Tanto Marvel como DC tienen sus películas y series. Y realmente es un galimatías decidir seguir alguna, porque a la que te descuidas, te hacen un crossover y, o sigues todas, o estas perdida. Esto me ha pasado con Arrow, que hace poco nos hemos puesto al día con las cinco primeras temporadas y a mitad de cada una de ellas se entremezcla con las tramas de The Flash, Supergirl y Legends of Tomorrow, que no sigo.

De Marvel ya descarté en su día Marvel’s Agents of S.H.I.E.L.D. Vimos el piloto y no me terminó de convencer, así que se la dejé al amante de los cómics para que la viera solo. Sin embargo, sí que me pareció interesante el primer capítulo de Marvel’s Agent Carter. Y aprovechando las navidades, nos la vimos en modo maratón. Y es que su primera temporada cuenta con 8 capítulos, la segunda con 10. Lamentablemente fue cancelada, además dejando abierta la historia. Una pena. Pero empecemos desde el principio.

La serie arranca con escenas de la película Capitán América: El primer vengador. En esta cinta ya apareció el personaje de la Agente Carter y, más allá de ser la damisela en apuros, resultó ser un personaje digno de ser explotado. Ahora, en 1946, tras acabar la II Guerra Mundial y de perder al Capitán América, Peggy Carter trabaja en las oficinas de la Reserva Científica Estratégica. Los hombres han vuelto de frente, y las mujeres, que se habían encargado de tirar del país, de nuevo se ven degradadas a puestos inferiores. Así, la protagonista será relegada a servir cafés, atender el teléfono, clasificar el correo y archivar documentos mientras sus compañeros hombres reciben las misiones importantes.

Pero ella no se amedrenta ante nada, y menos aún cuando Howard Stark solicita su ayuda. Mientras que el resto de hombres de la oficina la tratan de forma paternalista; Stark, sin embargo, conoce su valía en el frente, por lo que le encarga la misión de recuperar sus inventos que están apareciendo misteriosamente en el mercado negro tras haber sido robados. En la Reserva Científica Estratégica lo acusan de traición y van tras él, pero todo es un montaje. La Agente Carter deberá trabajar paralelamente a sus compañeros para limpiar el nombre de Stark y encontrar a los verdaderos culpables. Para ello contará con la ayuda de Edwin Jarvis, mayordomo personal del inventor (un tanto peculiar y estricto en cuanto a horarios).

Los actores elegidos cuadran muy bien en sus papeles, sobre todo Hayley Atwell y James D’Arcy. El señor Jarvis aporta un toque cómico dentro de la tensión de las misiones, y demuestra ser un compañero fiel.

Marvel’s Agent Carter no es una serie de superhéroes, tiene más bien el toque de drama de espionaje y aventuras clásico. La protagonista no tiene superpoderes, ni lanza rayos, ni se teletransporta, ni lee la mente… eso sí, como buena espía está bien entrenada y aprovecha toda su valía y astucia. Y también le va la acción, para que no nos olvidemos que estamos en un producto Marvel.

Su fotografía recuerda al cine clásico de magnetófonos, salas de baile, señores fumando puros con sombrero y traje. Magnífica la escena en la que Carter va andando con su traje azul y sombrero rojo entre una marabunta de hombres vestidos de gris. También el estilo y los diálogos tienen ese toque de película antigua con cierto toque de cine negro.

Sin embargo, aunque la primera temporada me enganchó, la segunda me decepcionó en gran medida. Con la nueva entrega se pierde la esencia de la ambientación. Por un lado, el enfrentamiento con el machismo de la época desaparece. Mientras que en los ocho primeros capítulos la Agente Carter tiene que reivindicar su puesto ante jefes y compañeros, en la última tanda estos prejuicios han desaparecido totalmente. Que está muy bien como idea, pero no me lo trago.

Por otro lado, en la segunda temporada se ha perdido la ambientación que le daba ese toque de película. Los Ángeles no es Nueva York. No es que sea peor, es que la luminosidad de California no casa muy bien con las historias de espías. Sin embargo, la luz, las calles y los rascacielos de la Costa Este, sí que meten al espectador en la historia.

Así pues, dos aspectos que me distraían de la nueva trama, por un lado la localización, y por otro que el personaje principal hubiera perdido esa rebeldía de los comienzos. No por ella, sino porque nadie le hace frente. Además, el resto de personajes son planos, sin desarrollo. Y los nuevos villanos un tanto descafeinados.

Tampoco la nueva historia me enganchó del mismo modo. Era mucho más interesante la búsqueda de los inventos de Stark, así como mostrar su inocencia, que las amenazas atómicas. Por no hablar de la maldita manía de meter con calzador historias románticas que no vienen a cuento.

En fin, me enganchó el piloto, me gustó mucho la primera temporada, pero me decepcionó la segunda. Quizá deberían haberse plantado tras los 8 primeros episodios a modo de miniserie o película larga y así no se habría desvirtuado el personaje.

Día 9 III Parte. París. Palacio Borbón, Museo D’Orsay e Isla de la Ciudad

El Pont Aleixandre nos lleva al barrio de Saint Germain des Pres, el barrio que en su día lideraba la vida intelectual parisina en los años 50 del siglo pasado. Hoy en día está más urbanizado y animado que entonces. Conserva de aquella época algunas editoriales y los escritores aún frecuentan el barrio para reunirse con sus agentes.

Continuamos hasta el Palais Bourbon. Originalmente construido en 1722 para Louise-Françoise de Bourbon, duquesa de Borbón, hija legitimada de Luis XIV, hoy en día es la sede de la Asamblea Nacional, la cámara baja del parlamento francés.

Su portada da al Puente de la Concordia, que conduce a la Plaza del mismo nombre.

Continuando por el margen del río, vamos dejando en la orilla contraria el Jardín de las Tullerías y llegamos al Museo D’Orsay, el más famoso de París tras el Louvre.

El edificio es impresionante. En origen, 1900, era una estación de tren, que estuvo a punto de ser derruida. Sin embargo, en 1986, tras llevar 47 años cerrada, se decidió que se convirtiera en museo. De aquella época como estación ferroviaria conserva la estructura y el reloj del frontal interior de la nave, a modo de rosetón de iglesia.

Se creó para que acoger artes plásticas del siglo XIX, una época que no cubre ni el Louvre ni el Pompidou. Ofrece una colección permanente, pero también exposiciones temporales que documentan el contexto social, político y tecnológico de las obras. Destacan obras de Van Gogh como «La noche estrellada sobre el río Ródano» o «Autorretrato»; de Renoir «Baile en el Moulin de la Galette»; o de Gaugin  «Mujeres de Tahiti».

Siguiendo Quai Anatole France llegamos al Pont Royal, que nos conduce al Palacio de las Tullerías, sin embargo, continuamos andando, pues ya habíamos recorrido esa parte el día anterior.

El siguiente puente es el Pont du Carrousel, que nos conduce al Louvre. Más adelante nos queda el Pont des Arts, es conocido como el «puente de los candados» por la moda de la novela de Federico Moccia.

La barandilla cedió hace tiempo y se retiraron todos los candados. No obstante, se han seguido colocando. Incluso hasta en las farolas.

A continuación llegamos a la Isla de la Ciudad, el primer puente que la cruza es el Puente Nuevo. Aunque de nuevo tiene poco, ya que es el más antiguo de la ciudad, y también el más largo, con 232 metros. Recibe este nombre porque fue el primero de piedra que se construyó en París cuando todos los anteriores eran de madera.

Es el primer puente que cruza todo el Sena, ya que atraviesa la isla y conecta ambas orillas del río. También era novedoso el hecho de que incorporara aceras para los peatones y balcones con forma de semicírculos para los puestos de los comerciantes y artesanos.

Junto al puente, en la isla, está la estatua ecuestre de Enrique IV, una copia de 1817 de la original de 1614 que fue destruida durante la Revolución Francesa.

Continuamos hasta el siguiente puente, el Pont Saint Michel, construido entre 1378-1387.

Como ocurrió con otros puentes en la época, se llenó de casas, y una riada en 1408 las derribó. Se volvió a construir, solo que en vez de piedra como en su origen, se levantó de madera porque el país estaba pasando por dificultades económicas. En 1547 varios barcos impactaron contra él y se hundió, lo que provocó 17 muertos. Dos años más tarde fue reconstruido, pero de nuevo en 1616 volvió a quedar destruido por la climatología.

Entre 1618 y 1624 se volvió a reconstruir y aguantó hasta 1857 que se llevó a cabo una nueva restauración, dado que se consideraba demasiado estrecho. Esta es la versión que finalmente ha llegado hasta nuestros días con sus 3 arcos, una longitud de 60 metros y una anchura de 30.

Frente a él se encuentra la majestuosa Fontaine Saint Michel. En el Segundo Imperio, durante el plan de transformación urbanística de Haussmann se pretendía ocultar una fachada. En un principio se pensó en una estatua de Napoleón, pero se descartó y se valoró la idea de una obra que representara la lucha del Bien y del Mal. Así pues, se erigió esta estatua en la que el Arcángel Miguel, espada en mano, somete al Demonio. Fue la última fuente que se colocó en una fachada, todas las posteriores se ubicaron en plazas o parques.

Tomando el puente, nos adentramos a la isla. La Isla de la ciudad se encuentra en el punto donde se fundó París. Era tan solo una aldea primitiva cuando la conquistó Julio César en el año 53 a.C. En ella establecieron su residencia los reyes de Francia entre los siglos X y XIV. Vivían en el Palacio, en cuyo interior se encontraban la Sainte-Chapelle y la Conciergerie, hoy incluidas en el complejo del Palacio de Justicia y ambas declaradas patrimonio de la humanidad por la UNESCO.

Hoy ha perdido poder, pues no es donde reside ni el gobierno ni las autoridades eclesiásticas, pero atrae a miles de visitantes gracias a la Catedral de Notre Dame.

Construida entre 1163 y 1345 en estilo gótico, es iglesia y sede episcopal. La fachada está ricamente decorada y flanqueada por dos torres de 69 metros de altura. Tiene planta de cruz latina y mide 40 metros de fachada por 130 de largo. Cuenta con cinco naves y un interior sobrio. Destaca sobre todo el famoso rosetón en el que aparece la Virgen en un bajorrelieve de azules y verdes intensos.

Erigida sobre el emplazamiento de un templo romano, es una de las más antiguas de Europa. No adquirió fama mundial hasta la novela de Victor Hugo, El jorobado de Notre Dame. Fue en ese momento cuando los parisinos echaron la vista al corazón de la ciudad e iniciaron acciones para recuperarla.

Ha formado parte de momentos importantes en la Historia como la coronación de Napoleón Bonaparte, la beatificación de Juana de Arco y la coronación de Enrique VI de Inglaterra. También ha sido escenario de desórdenes: los revolucionarios la saquearon y la convirtieron en un centro de la razón y la usaron como almacén de vinos.

Nuevamente fue secularizada en 1804 por Napoleón y fue restaurada, volvió a colocar las estatuas requisadas, alargó la aguja y reparó las gárgolas.

Se puede subir a las torres en grupos de 20 personas. Tras 400 peldaños se obtener una panorámica sobre el Sena y sus puentes desde la torre sur.

En la plaza se puede ver el punto cero desde donde se cuentan las distancias en Francia.

La verdad es que me gustó bastante más el Sacre Coeur que Notre Dame, al menos su portada, ya que si la rodeamos y nos dirigimos a la Plaza Jean XXIII obtenemos una buena vista de la trasera de la Catedral.

Desde el siglo XVII el palacio arzobispal se alzaba en la plaza, pero fue saqueado con las revueltas de 1831 y tuvo que ser demolido. La fuente de la Virgen se construyó en 1845.

Bordeando la isla llegamos al Boulevard du Palais, calle en la que se encuentra la Conciergerie.

Ocupa la sección norte del antiguo palacio de los Capeto. Cuando el rey Carlos V se trasladó a finales del siglo XIV al palacete de Saint-Pol nombró a un conserje con poderes de justicia. Este palacio se quedó como sede administrativa y jurídica real, y la Conciergerie pasó a ser una prisión. Durante la Revolución fueron encerrados más de 4000 presos, entre los que se encontraba María Antonieta. También Robespierre y Danton antes de ser guillotinados. Hoy alberga la Sala de Militares.

De estilo gótico, fue restaurado en el siglo XIX. Conserva la cámara de torturas del siglo XI y el reloj de la torre, que es el más antiguo de la ciudad y aún funciona.

En la misma calle se encuentra la Sainte Chapelle. Pasa desapercibida por la fama legendaria de Notre Dame, pero es una de las maravillas de la arquitectura gótica de Francia. Por fuera no es nada espectacular, queda escondida tras la fachada del Tribunal Supremo. Al parecer, es su interior lo que llama la atención, pues no tiene muros, sino que está rodeada por 13 vidrieras de gran belleza. Las 1113 escenas de las 15 vidrieras cuentan la historia de la humanidad desde el Génesis hasta la resurreción de Cristo.

Está dividida en dos secciones: la capilla inferior y la superior. La inferior era para uso de los cortesanos, mientras que la superior era usada únicamente por la realeza, a la que se accede por una estrecha escalera.

Fue construida en 1248, bajo las órdenes de Luis IX, quien era extremadamente devoto y de hecho llegó a ser canonizado tras su muerte. En 1239 compró la Corona de Espinas al emperador de Constantinopla y en 1241 un fragmento de la Santa Cruz. Quiso que se levantara esta capilla para guardar estas reliquias. Es curioso que la construcción del templo le costara menos dinero que lo que había pagado por los tesoros. La Corona de Espinas se guarda en Notre Dame.

Nosotros no contábamos con mucho tiempo, ya estaba comenzando a atardecer, y además la entrada nos pareció desorbitada, por lo que no entramos.

Salimos de la isla por la Rue de la Cité y cruzamos al Barrio Latino, donde se encuentra la calle más estrecha de París, la rue du Chat-qui-Pêche, una calle que tan solo mide un metro y ochenta centímetros de ancho.

Callejeamos un poco por la zona en busca de algún recuerdo, ya que vimos que había bastantes tiendas, locales y restaurantes. Así nos encontramos con la Iglesia de San Severín, una de las iglesias más antiguas de París. Y no solo eso, sino que en su torre se encuentran las campanas más antiguas de la ciudad, que datan de 1412.

La iglesia se erigió en el lugar al que iba un peregrino a rezar en el siglo VI, un ermitaño que se llamaba Severín, claro. Quedó destruida por las invasiones vikingas ocurridas en los siglos IX y X. En el siglo XI se comenzó a restaurar, no terminándose los trabajos hasta el siglo XV.

Es de estilo gótico flamígero parisino y conserva del siglo XIII los tres primeros tramos de la nave, el resto de la iglesia es de mediados del siglo XV.

Cansados, regresamos al apartamento.

Día 9 II Parte. París. Trocadéro, Arco del Triunfo, Campos Elíseos y Pont Alexandre III

Tras comer, continuamos por la Isla de los Cisnes hasta la Estatua de la Libertad en el Puente de Grenelle.

Fue donada en 1884 a la ciudad por la colonia de estadounidenses residente en París y fue colocada en 1889 con motivo de la Exposición Universal. Sin embargo, se colocó mirando al este, algo que no gustó a su creador, Frederic Auguste Batholdi, pues consideraba que debería dirigirse hacia el oeste para simbolizar las relaciones entre Estados Unidos y Francia. Él quería que mirara a la que le habían regalado a los estadounidenses y que se había colocado en el puerto de Nueva York en 1886.

En 1937, con una nueva Exposición Universal, fue movida a su ubicación actual, esta vez sí, mirando al oeste.

Está realizada en bronce y mide 9 metros sin contar el pedestal. En el libro que sostiene se pueden leer dos fechas: el 4 de julio de 1776 y el 14 de julio de 1789, que simbolizan las fechas de la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos y la Declaración Francesa de los Derechos del Hombre respectivamente.

Mirando a la estatua, a mano derecha nos queda el distrito XV, en el que abundan modernas torres de oficinas junto al río.

Y si miramos desde el río, nos queda la Torre Eiffel al fondo oculta tras los árboles.

Sin embargo, para continuar nuestro camino, tomamos el Puente de Grenelle, y cruzamos al lado opuesto. En vez de seguir andando de vuelta, aprovechamos que teníamos la tarjeta de transporte y nos montamos en un bus que nos llevó hasta Trocadero.

La Place du Trocadéro es muy conocida por sus elegantes cafés. Fue creada para la Exposición Universal de 1878, aunque con el nombre de Place du Roi-de-Rome, en honor al hijo de Napoleón. Frente a la plaza se extiende el Palais de Chaillot, un edificio neoclásico que se contruyó para la Exposición Universal de 1937 y sustituir así al Palais du Trocadéro original que se había erigido en 1878. Cuenta con dos tramos curvilíneos de columnas que llevan a sendos pabellones. Está adornado con esculturas y bajorrelieves. Desde la torre se veía muy bien su diseño.

La plaza que se encuentra entre ambos pabellones está decorada con grandes esculturas de bronce y estanques ornamentales. En su terraza se erigen dos figuras de bronce: una de Apolo y otra de Hércules.

Desde la terraza frente al palacio se contempla una estupenda vista de los jardines, que ocupan 10 hectáreas y cuyo elemento central es el estanque rectangular rodeado de estatuas de bronce. Lamentablemente, las fuentes estaban apagadas.

Más allá se ven el Sena y el Puente d’Iéna, construido por encargo de Napoleón para celebrar su victoria frente a los prusianos en 1806. Este puente es el que nos conduce a la Torre Eiffel.

Desde allí, tomamos el metro hasta el Arco del Triunfo. Es otro de los monumentos emblemáticos de París. Ordenada por Napoleón Bonaparte, esta majestuosa e imponente construcción, se ubica en la Plaza de l’Etoile, el lugar desde donde parten las 12 grandes vías de la ciudad.

Fue erigido entre 1806 y 1836 para conmemorar la batalla de Austerlitz que ganó en 1805 con la táctica de apuntar los cañones hacia el lago por donde cruzaban los rusos. Napoleón no lo vio terminado, pues se necesitaron 2 años para los cimientos y 28 para construirlo. Se ha convertido en un símbolo y es el punto de partida de celebraciones de victorias y desfiles.

Para llegar a él hay que cruzar un paso subterráneo, es imposible cruzarlo en superficie, ya que lo rotonda que lo rodea cuenta con 8 carriles donde además tiene preferencia el que va a entrar y no el que ya se encuentra en ella.

En este paso subterráneo se encuentra la entrada para visitar su interior y subir a su mirador a 50 metros de altura desde donde se puede divisar el barrio de La Défense o toda la Avenida de los Campos Elíseos. Como se nos había ido toda la mañana, no subimos, nos conformamos con verlo desde la su plaza.

En su fachada oriental destacan treinta escudos en los que figuran los nombres de las batallas victoriosas de Napoleón en Europa y Francia. En un nivel inferior al friso se encuentran dos bajorrelieves. El de la izquierda representa la batalla de Aboukir, en la que Napoleón ganó a las tropas turcas en 1799. Por su parte, el de la derecha representa el funeral del general Marceau, quien había derrotado a los austriacos en 1795 pero que murió un año más tarde en una nueva batalla contra ellos.

Los altorrelieves conmemoran el acuerdo de paz del Tratado de Viena en 1810 y la Partida de los Voluntarios de 1792.

En las paredes interiores se grabaron hasta 1895 los nombres de las batallas y de generales que lucharon en guerras que disputó Francia durante la Revolución y el Imperio.

En el suelo hay inscripciones que conmemoran otros acontecimientos como la proclamación de la República en 1870; la devolución de Alsacia y Lorena a Francia en 1918; el recuerdo de los combatientes caídos durante la II Guerra Mundial, la llamada del General de Gaulle del 18 de junio de 1940 y los caídos por Francia en las guerras de Indochina y Argelia.

Y, por supuesto, algo que destaca a los pies del monumento es la llama eterna de la Tumba del Soldado Desconocido.

La idea de honrar a un soldado que simbolizara a todos los caídos en el frente por la patria nace en 1916 durante la I Guerra Mundial. En 1918 la Cámara de los Diputados y el Senado decidieron trasladar al Panthéon los restos mortales de un soldado no identificado. Sin embargo, las asociaciones de excombatientes preferían que fuera en el Arco del Triunfo. Sería trasladado finalmente en una ceremonia el 11 de noviembre de 1920. La llama del recuerdo se encendió el 11 de noviembre de 1923 y desde entonces no se ha apagado nunca. Una de las 900 asociaciones de excombatientes la reaviva cada día a las 18:30.

Tras rodearlo y observar sus detalles, volvimos al paso inferior y enfilamos los Campos Elíseos, la avenida más importante de París y una de las más famosas del mundo. Mide dos kilómetros y discurre entre el Arco del Triunfo hasta la Plaza de la Concordia, donde habíamos acabado el día anterior.

Su nombre hace referencia a la mitología griega, al lugar donde van los héroes después de morir. Es una zona muy animada con tiendas y restaurantes. Eso sí, la mayoría no son aptas para todos los bolsillos. Sobre todo en George V, considerado el triángulo dorado.

Los Campos Elíseos surgió cuando el paisajista André le Nôtre amplió las vistas de la realeza de las Tullerías. La avenida está diseñada para que puedan transitar tanto los peatones como los vehículos y cuenta con una gran zona ajardinada. Los jardines apenas han cambiado desde 1838. Se utilizaron como recinto de la Exposición Universal de 1855. En ellos se encuentran el Grand Palais y el Petit Palais, uno frente a otro, creados como símbolos de la III República para la Exposición Universal de 1900.

El Grand Palais acoge exposiciones de coches antiguos, moda francesa… Pero además, su planta baja alberga una comisaría. Cuenta con una imponente fachada clásica con herrajes art nouveau. Asombra su fran tejado de cristal de 15.000 metros cuadrados y en sus cuatro esquinas destacan enormes estatuas de caballos alados y carros realizadas en bronce.

El Petit Palais alberga hoy en día el Musée des Beaux-Arts de la Ville de Paris. Su plano se extiende en torno a un patio semicircular ajardinado y tiene un estilo similar al Grand Palais. Su cúpula recuerda a la de los Inválidos.

La avenida nos conduce al Pont Alexandre III, que también data de 1900.

Recibe este nombre porque fue construido en homenaje al Zar Alejandro III de Rusia. De estilo Beaux Arts, es uno de los más bonitos de París con sus ornamentos dorados. su decoración art nouveau queda patente en las farolas, querubines, ninfas (que representan a los ríos Sena y Neva), pegasos, conchas y animales marinos. Está iluminado por 30 candelabros de bronce.

El puente consta de un arco de acero de 6 metros de altura de un solo tramo que atraviesa el Sena. Mide 109 metros de longitud y 40 de ancho y sus cuatro columnas contribuyen a sustentar los muelles que soportan las enormes dimensiones de esta estructura.

Su alineación permite observar el Hôtel des Invalides a un lado y el Gran Palacio al Otro.

Escape Room: Plan de Huida, BrainBreak

Después de Tras el espejo, volvimos a una sala de escape a finales de septiembre. Aunque esta vez probamos con una más tradicional, por así decirlo. El juego elegido esta vez fue Plan de Huida, en BrainBreak.

La sala está recomendada para un equipo de 2 a 5 y, como suele ser habitual, se dispone de 60 minutos para escapar.

Llegamos con tiempo a la sala y el Game Master nos recibió con todo ya listo, y tras las preguntas de rigor sobre si teníamos experiencia y qué tal se nos había dado, nos informó de nuestra misión:

El preso más peligroso de la Prisión de Isla Negra, está planeando su fuga. Tras conseguir los planos de la cárcel, ha elaborado un meticuloso PLAN DE HUIDA. Por suerte, hemos conseguido sacarlo de su celda, con la falsa excusa de hacerle un interrogatorio sorpresa. Mientras le tenemos retenido, tendréis que entrar en su celda y localizar sus planos. Eso sí, sólo dispondréis de 60 MINUTOS para completar la misión y salir de la prisión. ¿Seréis capaces?

En este caso encontramos con que tenemos dos misiones. Por un lado, conseguir escapar, claro, y por otro, localizar los planos. No obstante, esto es algo secundario, es decir, se puede salir de la sala sin ellos. Aunque nosotros íbamos a por el pleno. Habíamos ido a jugar, ¿no?

Nos recibió una primera sala ambientada como una enfermería antesala de la celda. Las localizaciones estaban muy bien decoradas, simulando lo que pretendían ser; aunque nos reconoció el Game Master que tuvo que ir simplificándola con el tiempo porque había tenido en casos en que le habían desmontado la parte de atrezzo. De fondo mientras había un hilo musical que aumenta la tensión a medida que pasa el tiempo.

Como siempre, nuestro objetivo era diversificar y revisar las salas de arriba a abajo, buscando objetos, llaves, códigos y claves que nos hicieran avanzar. Los acertijos y puzzles estaban muy bien planteados no siguiendo un patrón lineal, lo cual es de agradecer, ya que permite que se vayan solucionando enigmas sin quedarse atorados. Había de todo, desde asociación de ideas, hasta mecánicos, pasando, cómo no, por pruebas de observación.

Y aunque el desarrollo fue fluido gracias a esta resolución no lineal; tuvimos un par de bloqueos que nos llevaron a pedir pistas. En una ocasión estábamos malinterpretando la forma de introducir un código, algo que luego comentamos con el creador. Al parecer ya le había dado más problemas y había cambiado la expresión varias veces para que no fuera ambiguo, pero parece que no todo el mundo lo interpreta igual. Está muy bien que se escuche a los participantes, ya que de esa manera se hace el juego más dinámico y se mejora cada vez.

En contraste con nuestro último juego, en Plan de Huida sí que teníamos muchos candados que abrir, aunque había una gran variedad en cuanto al método de apertura. Algunos de ellos muy ingeniosos y uno particularmente que no habíamos visto nunca. Además, había un pequeño detalle muy interesante de la ambientación (que mejor no revelar) que obligaba por un lado a la colaboración, y por otro a mantener la calma y no desesperarse.

Los 5 que éramos esta vez nos enfrentábamos a una sala de escape juntos por primera vez. Sí que 4 de nosotros habíamos participado juntos en Muelle 14, pero nada más. Y sin embargo, funcionó el trabajo en equipo bastante bien dándonos cobertura unos a otros, sobre todo en los de lógica, que cuantas más cabezas pensantes, mejor.

Cuando quedaban 13 minutos ya teníamos la clave que nos abría la puerta, sin embargo, nos faltaban un par de candados por abrir que sabíamos que nos tenían que conducir sí o sí a la tarea secundaria: recuperar los planos. Así que decidimos ir a por ello hasta que al menos nos quedara un minuto.

La cuenta atrás fue todo adrenalina. Conseguimos encontrar los planos rozando el minuto y salimos escopetados hacia la puerta, donde nos esperaba uno de los integrantes del equipo clave en mano. Al final nos sobraron 52 segundos. Pero lo conseguimos, seguimos invictos y con ganas de probar nuevas experiencias.

¿Cuál sería la temática del siguiente?

Día 9. París. Los Inválidos, Campo de Marte y subida a la Torre Eiffel

Para nuestro segundo día en París teníamos una ruta bastante completa. Habíamos sacado las entradas por internet para subir a la Torre Eiffel (nominativas, por cierto) pero la primera hora disponible era a las 11 de la mañana, así que nos partía un poco. Aunque como teníamos el alojamiento en la otra punta de la ciudad, nos permitió desayunar tranquilamente y pasear un poco con la fresca antes de la subida a la torre.

Tomamos el metro y nos bajamos en el barrio de Los Inválidos, un barrio con edificios del siglo XVIII que se extiende en sentido sur hasta la Torre Eiffel y el Sena. Esta zona ya era muy cara en en la época de entreguerras.

El Hôtel des Invalides que le da nombre fue mandado construir por Luis XIV entre 1671 y 1676 para los mutilados de guerra, los sin hogar y a la vez como monumento a la propia gloria. Fue el primer hospital de veteranos y discapacitados.

En el centro resplandece la Iglesia del Dôme, con su cúpula dorada de 100 metros de altura. En su origen, iba a ser reservada solo para el rey y para tumbas reales. Sin embargo, a su muerte se desechó la idea y acabó convirtiéndose en un monumento a la gloria de los Borbones. En 1840 Luis Felipe decidió trasladar los restos de Napoleón a la cripta. El emperador había expresado como último deseo que sus cenizas descansaran a orillas del Sena. También se incorporaron varias tumbas de figuras de la milicia y al final acabó como un monumento dedicado a los militares franceses.

Hoy en día el Hôtel acoge el Musée de lÁrmée, que documenta la historia militar desde la Edad de Piedra hasta la II Guerra Mundial. En él se exhibe la tercera mayor colección de armería del mundo.

Desde allí nos dirigimos hacia el Campo de Marte (Champ de Mars), los jardines que nos conducen desde la École Militaire a la Torre Eiffel. Surgieron como recinto para los desfiles de los cadetes, y se ha utilizado para carreras de caballos, vuelos en globo o celebraciones del día nacional.

La École Militaire fue fundada en 1751 para formar a 500 hijos de oficiales sin medios económicos. Uno de los primeros cadetes resultó ser Napoleón.

No había mucha gente, pero ya había algún que otro grupito de escolares haciéndose las típicas fotos con la torre de fondo.

Sobre las 10:40 nos acercamos a la torre en busca de la entrada. Teníamos ya los tickets, pero aún así, contábamos con que íbamos a tener que esperar algo de cola. Sin embargo, tan solo tuvimos que esperar unos 5-10 minutos en el control previo, en el que había personal de seguridad que revisaba bolsos y mochilas.

Una vez dentro del recinto hicimos las típicas fotos de rigor y nos dirigimos hacia nuestra puerta de acceso, la verde. Sin embargo, no nos dejaron pasar porque no eran aún las 11 de la mañana.

La Torre Eiffel es el símbolo parisino por excelencia, y no solo de París, sino de Francia. Fue erigida en 1889 con motivo de la Exposición Universal de la ciudad y causó bastante revuelo, ya que para los ciudadanos de París no veían más que un amasijo de hierros. Algo así como lo que debieron pensar en Barcelona un año antes cuando Gustave Eiffel se la ofreció a la ciudad catalana para su Exposición Universal. En la actualidad, esta icónica estructura de 10.100 toneladas de hierro recibe cerca de 7 millones de visitantes.

Tiene ese peculiar entramado de vigas por la necesidad de estabilizarla frente a los fuertes vientos. Y resulta curioso que la parte de arriba puede llegar a curvarse hasta 18 cm por efecto del calor.

Tras la Exposición Universal se iba a desmontar, sin embargo, Eiffel vendió la idea de que podía ser útil para diversos experimentos científicos: meteorológicos, físicos, astronómicos… incluso de la novedosa telegrafía sin hilos. El ejército llegó a transmitir mensajes a más de 400 km de distancia desde lo alto de la torre y la ciudad decidió dejarla en su lugar.

Durante la I Guerra Mundial un receptor interceptó las comunicaciones de radio enemigas, lo que dificultó el avance alemán. En 1921 se realizó el primer experimento radiofónico. Después, se instaló un estudio provisional y, un año más tarde, en 1922, se emitió el primer programa desde el pilar norte.

En 1935 se instaló un transmisor de televisión y se emitió la primera retransmisión. En un principio había unas 60 líneas, pero en 1945 ya se había llegado a las 441. En el año 2000 se añadió una antena TDF que permitió la emisión de 41 canales de televisión y 32 de radio para la zona de París y alrededores.

En 1944 Hitler mandó demoler la torre, sin embargo, su orden fue desobedecida.

En origen su color original era rojo, como la Torre de Tokio. Después se pintó de amarilla, y en 1899, con la Exposición Universal, de dorado. Después se retomaría el rojo, pero hoy en día es gris. Este color se renueva cada siete años, y es toda una hazaña, puesto que hay que pintarla con brocha. Se encargan 25 pintores y necesitan 18 meses y 60 toneladas de pintura para acometer la tarea.

Con sus 234 metros de altura fue la construcción más alta del mundo hasta 1931, cuando quedó desbancada por el Empire State.

Subimos en ascensor a la segunda planta (también se puede subir andando, pero prepara piernas porque son 1665 escalones). En esta planta a 115 metros de altura se encuentra el restaurante de lujo Jules Verne, uno de los mejores de París y una tienda oficial. Pero sobre todo, ofrece unas magníficas vistas de la ciudad.

Comenzamos asomándonos hacia el Puente d’Iéna, que une la torre con la plaza del Trocadero. De allí nacen seis avenidas: avenida del Presidente Wilson, avenida Kléber, avenida Raymond Poincaré, avenida de Eylau, avenida Georges Mandel y avenida Paul Doumer.

Continuamos con las vistas del Sena y sus puentes. Y al fondo, la Estatua de la Libertad.

Siguiendo hacia la izquierda, tenemos una panorámica con el Campo de Marte extendiéndose a nuestros pies.

Si nos giramos ligeramente a las 11 vemos todo el complejo del Hôtel des Invalides.

Más a la izquierda aún volvemos a encontrarnos con el Sena y, al fondo, alcanzamos a ver Montmartre.

Finalmente, antes de finalizar la vuelta completa, vemos el Arco del Triunfo.

Tras esperar una cola muy mal organizada, subimos a la tercera planta, que cuenta con unas vistas aún mejores. Este tercer nivel a 276 metros de altura soporta hasta 400 personas a la vez. Cuenta con un Bar de champán y la reconstrucción del despacho de Eiffel, donde el arquitecto recibía a sus invitados y que compartía con su hija Claire.

Las vistas son prácticamente las mismas, solo que al estar más arriba, se aprecia mejor aún el diseño urbanístico de la ciudad.

Para finalizar nuestra visita bajamos al primer piso, a 57 metros de altura.

Pero en vez de mirar para arriba, la atracción es un suelo transparente que permite ver el suelo bajo tus pies. No apto para gente con vértigo.

Si esto nos parece demasiado arriesgado. Podemos asomarnos a la barandilla, que nos también nos deja ver la patas.

En esta planta también hay tiendas oficiales, un bufet y una exposición.

La visita a la Torre Eiffel se ha convertido en un imprescindible si se visita la capital francesa, sin embargo, si se cuenta con pocos días, la omitiría, dado que consume mucho tiempo. Fácilmente puede llevar un par de horas si se pasa por todas las plantas y exposiciones, y es un tiempo que se le está restando a una ciudad tan extensa y con tanto que ver. A nosotros se nos había echado la hora de comer encima.

Una vez sobre tierra firme, salimos del recinto y nos acercamos a los puestos de comida a ver qué opciones teníamos. Pero vimos los precios y decidimos esperar y buscar un sitio más alejado, pues pagar 7€ por un panini y una bebida nos parecía poco menos que un robo.

Seguimos hasta el Puente Bir-Hakeim.

El primer puente que se levantó era una pasarela metálica de uso peatonal que recibía el nombre de Pasarela de Passy. Se construyó con motivo de la Exposición Universal de 1878. Fue reconstruida como puente en 1905 y en 1948 se rebautizaría en honor a la batalla de Bir Hakeim.

Se estructura en dos pisos. El inferior para los peatones y el tráfico de vehículos, y el superior para la línea 6 de metro. El puente cuenta con numerosas placas conmemorativas, también está decorado con cuatro estatuas de piedra en el arco central del viaducto que representan la ciencia, el trabajo, la electricidad y el comercio.

Al otro lado del puente vimos un Subway, así que nos compramos unos bocadillos y volvimos al camino, bajando a la Isla de los Cisnes, donde nos sentamos a comer tranquilamente en un banco a la sombra.

Día 8 III Parte. París. Le Marais, Les Halles y Les Tuileries

Tras visitar la Isla de San Luis, volvimos a Le Marais y seguimos en el margen derecho del Sena dirigiéndonos al Hôtel de Ville.

Se trata del edificio del Ayuntamiento, cuya sede ya se estableció en esa localización en 1357. No obstante, aquella construcción se sustituyó en el siglo XVI y se amplió entre los años 1836 y 1850. No obstante, se mantuvo la fachada renacentista.

En 1871, durante la Comuna de París, un incendio asoló el edificio, incluyendo los archivos y la biblioteca. Como consecuencia, tuvo que ser reconstruido. Para la fachada se eligió un estilo neo-renacentista. Está decorada con imágenes y esculturas de personajes ilustres de la historia de la ciudad como Foucault, Perrault, Richelieu, o Voltaire.

Su plaza, peatonal desde 1982 y lugar de encuentro y paseo, acogió en su día horcas, hogueras y otras ejecuciones.

Es la residencia oficial del alcalde de París, aunque no es obligatorio que resida aquí. También es donde recibe sus visitas y donde se realizan diferentes exposiciones.

No muy lejos, tomando la rue de Rivoli llegamos a la Tour Saint-Jacques, un impresionante campanario de estilo gótico.

Ya en 1259 hay registros de la Iglesia de Santiago de la Carnicería. Le debía el nombre a que fue apoyada por la corporación del mercado de los carniceros. Entre 1509 y 1522 se construyó la nueva torre de estilo gótico con 12 campanas. Su carillón era el más apreciado de la ciudad.

Desde donde se encontraba la iglesia parte la vía Turonensis, una de las cuatro principales ramas del Camino de Santiago francés. Así pues, el templo servía como lugar de reunión de los peregrinos.

Más tarde, en el siglo XVII Pascal usó la torre para experimentos sobre la gravedad.

En  1797 la iglesia se cerró por la abolición de culto durante la Revolución Francesa. Fue vendida como una cantera de piedra con la condición de mantener el campanario. Este fue ocupado por un fabricantes de perdigones de plomo.

Entre los años 1852 y 1855 el campanario se convirtió en un elemento ornamental durante la primera campaña de restauración urbanística de Haussmann y se creó alrededor el primer parque de la ciudad. En 1862 la torre pasó a ser monumento histórico, por lo que quedó protegida.

A finales de siglo, en 1891 se instaló un servicio meteorológico en la planta superior.

Durante el siglo XX se realizaron trabajos de restauración en diversas etapas, y ya, entre 2001 y 2009, se lleva a cabo un proyecto de renovación completa con el objetivo de conservarla. Tras esta recuperación, se abrió al público en 2013. Se puede subir a su mirador de 360º a 54 metros de altura y ofrece vistas de la torre Eiffel, la Catedral de Notre Dame, del Sena o Montmartre.

Siguiendo por la Rue Saint Martin nos encontramos con la la Iglesia Saint Merry, una iglesia que data del siglo XVII. Debe su nombre al abad que fue enterrado a principios del XVIII.

Destaca su fachada oeste por su ornamentación. Su torre noroeste alberga la campana más antigua de París, fechada en 1331.

Al bordearla llegamos hasta la plaza en la que se encuentra la Fuente Stravinsky.

Esta fuente, que encontramos lamentablemente apagada, cuenta con dieciséis obras de escultura, en movimiento y por aspersión de agua inspiradas en las del compositor Igor Stravinsky. Fue creada en 1983 y ocupa 580 metros cuadrados.

Y si en un lado de la plaza teníamos la iglesia Saint Merry, al otro lado se encuentra el famoso Centro Pompidou.

Diseñado por Renzo Piano y Richard Rogers es inconfundible se mire desde donde se mire. Su decoración exterior se sirve de conductos de ventilación y tuberías, ascensores y escaleras mecánicas en vivos colores. Todo queda al descubierto, como si de una radiografía se tratase. Dejando todos estos elementos a la vista se consigue un interior abierto, diáfano y flexible para albergar el museo y sus exposiciones y actividades.

Los colores de las tuberías sirven para distinguir sus funciones. Así, las azules son los conductos del aire acondicionado, las verdes son las del agua, y las amarillas las del cableado eléctrico. El rojo es el color elegido para las escaleras y los tres tubos blancos son respiraderos para las áreas subterráneas.

En su interior, sus 90.000 m2 albergan una de las más extensas colecciones de arte moderno y contemporáneo del planeta. Entre ella se encuentran esculturas, pinturas y fotografías de grandes artistas como Matisse, Warhol, Picasso, Miró, Mondrian o Magritte. La primera planta acoge exposiciones importantes, así como la sexta. La primera, segunda y tercera, acogen también la biblioteca. Las colecciones permanentes se encuentran en las plantas cuarta y quinta. En la primera de ellas se expone el arte contemporáneo y en la segunda, obras que transcurren entre 1905 y 1960.

Además, el edificio cuenta con Le Forum, una zona con centro de artes escénicas para danza, teatro y música, un cine y un taller infantil. Su azotea es un buen lugar desde donde observar la ciudad, especialmente Montmartre, La Défense y la Torre Eiffel. No subimos porque queríamos terminar en la Plaza de la Concordia y se nos estaban yendo las horas de luz.

Por tanto, proseguimos hasta la Fuente de los Inocentes, la única fuente del renacimiento que se conserva en París.

Fue construida entre 1547 y 1550 y recibía el nombre de Fuente de las Ninfas. Se encargó para conmemorar la entrada del rey Enrique II en París en 1549, aunque su ubicación original era la Rue Saint Denis. No fue hasta el siglo XVIII cuando se trasladó a la localización actual, donde había un antiguo cementerio.

Con el paso de los siglos ha ido perdiendo detalles de su ornamentación y se ve cómo se han caído partes de la estructura. Aún así, se conserva bastante bien gracias a sus restauraciones.

Es uno de los símbolos de Les Halles y es lugar de encuentro entre los jóvenes. Es una zona muy animada, nosotros nos encontramos con trabajos de montaje de carpas para un mercado de quesos.

No muy lejos queda el Forum Les Halles, un complejo de 7 hectáreas ocupado por tiendas, comercios y boutiques. También se ubican los edificios de acero y cristal con forma de palmeras que acogen el Pavillon des Arts y la Maison de la Poésie.

Continuando por la Rue de Rivoli nos adentramos en el barrio de las Tullerías, que comienza en el Louvre y finaliza en la Plaza de la Concordia, nuestro último tramo del día. Este distrito era barrio de monarcas y palacios y es atravesado por las calles comerciales más importantes de París en las que se emplazan tiendas de renombre, hoteles de alto nivel, joyeros de prestigio internacional y restaurantes de fama mundial.

Y llegamos al Louvre, el museo más importante de Francia y uno de los más importantes del mundo. Accedimos desde la Rue Rivoli al Cour Carrée

El Louvre se remonta a la época medieval, cuando el rey Felipe Augusto construyó una fortaleza para defender París de los vikingos en 1190. Sobre 1360 Carlos V la transformó en residencia real. Después llegó Francisco I en el siglo XVI y la renovó por un edificio renacentista. A partir de ahí, con el paso del tiempo ha sufrido varias remodelaciones y ampliaciones por orden de reyes y emperadores.

Salimos por la puerta opuesta, y continuamos por el margen del río bordeando el Ala Denon hasta la puerta del Puente de las Artes.

Esta puerta nos conduce al famoso patio en el que se encuentra la pirámide, el Cour Napoleón.

Dejó de ser utilizado como Palacio Real cuando Luis XIV, cansado de París y sus revueltas, decidió trasladar su residencia a Versalles. Entonces el complejo quedó abandonado.

A partir de ahí, comenzó su remodelación para convertirlo en museo. Abrió sus puertas en 1793, tras la Revolución, y exponía colecciones de la monarquía francesa y expoliaciones realizadas durante el imperio Napoleónico. Destacaban los tesoros de la colección de Francisco I, amante de la pintura italiana. Con el tiempo fue enriqueciéndose gracias a donaciones y adquisiciones. Con el Louvre nació un nuevo modelo de museo que sería copiado en el resto del mundo. Se trataba de exponer públicamente colecciones privadas.

La plaza es impresionante se mire donde se mire, dicen del Hermitage, pero el Louvre no se queda atrás.

En sus 160.000 metros cuadrados alberga más de 350.000 obras de arte de valor incalculable. La colección está organizada de forma temática: antigüedades orientales, egipcias, griegas, romanas y etruscas, historia del Louvre y el Louvre medieval, pintura, escultura, objetos de arte, artes gráficas y arte del Islam.

La colección de pintura europea es muy extensa y está bien representada, sin embargo, la de escultura no es tan completa. Por otro lado, el espacio dedicado a las antigüedades ofrece una gama insuperable de piezas desde el neolítico hasta la caída del Imperio Romano. Entre los objetos de arte se encuentra un amplio surtido de piezas de lo más variopinto como muebles, tapices, alfombras, porcelana, vajillas, cuberterías o joyas.

Entre las obras más famosas del museo se encuentran La Gioconda de Leonardo da Vinci, La Libertad guiando al pueblo de Delacroix, La Venus de Milo La Victoria alada de Samotracia.

No es de extrañar que la pirámide de cristal construida en 1989 generara controversia, ya que choca bastante con el estilo del complejo. Eso sí, proporciona luz a la parte inferior de recepción de visitantes.

Siguiendo la calle por la que habíamos entrado, volvimos a salir para dirigirnos al Palais Royal, el antiguo palacio real, aunque no fue construido para ningún rey, sino para el Cardenal Richelieu. Tras la muerte del cardenal, fue donado a la corona francesa y fue la residencia de Luis XIV durante su infancia. Años más tarde, la madre de Luis XVIII se instaló allí al morir este. En el siglo XVIII se mudarían los Duques de Orleans. Tras la Revolución se convirtió en un casino y no sería hasta 1815 que no volvería a la monarquía, a manos del rey Luis Felipe. En 1871 casi se ve reducido a cenizas durante el levantamiento.

El palacio, inaugurado en 1639, lo conforman una serie de edificios, unos jardines, unas galerías y un teatro. Luis Felipe José de Orleans encargó renovar los jardines y abrirlos al público, desde entonces siguen pudiéndose visitar, aunque no son gran cosa. Se conserva la tercera parte del original, puesto que entre 1781 y 1784 se construyeron viviendas.

En el siglo XVIII el palacio fue escenario de reuniones de pensadores y literatos, hoy es un lugar de paseo, tiendas o en el que tomar algo en algún restaurante de los soportales. Además, el patio está decorado con fuentes y esculturas modernas.

Hoy en día el complejo acoge el Consejo de Estado, el Ministerio de Cultura y el Consejo Constitucional. Más allá de los jardines, se encuentran el depósito de la Biblioteca Nacional de Francia.

Para finalizar nuestro día, pues se estaba haciendo de noche, volvimos hacia el Louvre y continuamos hacia el Jardín de las Tullerías pasando por el Arc de Triomphe du Carrousel.

Lo mandó construir Napoleón Bonaparte para celebrar sus victorias militares. Fue erigido entre 1806 y 1808 como entrada al Palacio de las Tullerías siguiendo el modelo del Arco de Constantino en Roma.

Cuenta con cuatro columnas corintias de mármol rosa. Cada una de ellas sostiene a un soldado con el uniforme del Gran Ejército Napoleónico. En la parte superior se halla una cuádriga tirada por cuatro caballos y escoltada por dos estatuas doradas que representan la Victoria y la Paz. Los equinos originales se tuvieron que devolver a Italia tras la batalla de Waterloo, ya que habían sido expoliados de la plaza de San Marcos. Los que vemos hoy en día son una réplica.

Para la cuádriga se fabricó una estatua de bronce de Napoleón, sin embargo, finalmente no se colocó y se encuentra en el museo del Louvre. La figura que podemos observar fue encargada por Carlos X y representa la Restauración de la monarquía. En su mano izquierda porta la Constitución.

Los bajorrelieves que decoran el arco relatan las victorias del ejército napoleónico en 1805.

El arco está situado en un lugar estratégico, ya que por un lado nos deja ver el conjunto de edificios que conforman el Louvre, y por otro nos conduce al Jardín de las Tullerías y al obelisco de la Plaza de la Concordia, aunque queda oculto tras la noria.

El Jardín de las Tullerías formaba parte del complejo del Palais des Tulleries, incendiado por los comuneros en 1871 y destruido en 1883. El nombre proviene de las fábricas de tejas (tulies en francés) que había en la zona en el siglo XII. El palacio fue un encargo de Catalina de Médicis en 1561. El jardín fue usado para las recepciones y fiestas de palacio. Contaba con esculturas, huertos, un laberinto, una viña, árboles de diferentes tipos, incluso una caballeriza.

Luis XIV encargó una remodelación al jardinero real André Le Nôtre en 1666. El jardín se abrió a la alta sociedad y se convirtió en el primer parque público de París. Más tarde se fueron añadiendo los estanques y estatuas, algunas traídas de Versalles.

Durante la Revolución Francesa se pensó en una renovación de estilo inglés, con más césped, pero al caer Robespierre no se llevó a cabo.

Cuando el palacio quedó destruido por el incendio, los jardines siguieron usándose para actos y eventos públicos. Hoy atrae a locales y turistas que buscan algo de tranquilidad en una ciudad tan grande y bulliciosa como es París.

Al final de los jardines llegamos a la Plaza de la Concordia, casi ya sin luz.

Es una plaza histórica, una de las más representativas de París y la segunda más grande de Francia. En sus 8 hectáreas se erigen un gigantesco obelisco de Luxor, de 3200 años de antigüedad, la Fontaine des Fleuves, la Fontaine des Mers y ocho estatuas que simbolizan sendas ciudades francesas.

También se encuentra la Gran Noria de París de casi 70 metros de altura y 42 cabinas semicerradas. Es la más grande de Francia y la móvil más grande de Europa. Se montó en 1993 y desde entonces se ha convertido en una de las atracciones favoritas de los parisinos en épocas navideñas. Gracias a su excelente ubicación, ofrece unas espectaculares vistas de la ciudad. Sin embargo, en noviembre del año pasado, el Consejo de París votó casi unánimemente la no renovación del acuerdo, por lo que el 5 de julio de este año se desmontará.

El Ayuntamiento pretende así que el parque recupere su carácter patrimonial y que los peatones «reconquisten el espacio público».

La Plaza de la Concordia fue construida entre 1757 y 1779 para albergar una gran estatua ecuestre del Rey Luis XV. Así pues, se inauguró como Plaza de Luis XV. Esta estatua fue derribada durante la Revolución Francesa siendo sustituida por la guillotina. La plaza pasó a llamarse Plaza de la Revolución. En 1975 se renombró finalmente por el nombre actual con espíritu conciliador. Cada 14 de julio supone el punto final del desfile que recorre los Campos Elíseos como motivo de la celebración del día nacional.

Se nos hizo de noche, así que tomamos el metro allí mismo, en Concorde, y nos fuimos a cenar y dormir, que ya iba tocando.

Nueva serie a la lista «para ver»: Absentia

Tras Castle Stana Katic se embarcó en Absentia como protagonista y productora ejecutiva metiéndose de nuevo en la piel de una detective, esta vez del FBI. Aunque no hay nada de Kate Beckett en el personaje de Emily Byrne.

Absentia arranca cuando Nick, marido de Emily y también agente especial, recibe una llamada con la localización de dónde puede encontrarla. El equipo de rescate se encuentra con Emily en un tanque lleno de agua dentro de una cabaña a las afueras de Boston. Han transcurrido seis años desde su desaparición y todos la daban por muerta, incluido su marido que se volvió a casar y crió su hijo con su nueva mujer. La vida ha seguido sin ella.

Así, Emily regresa a un presente que no conoce y en el que no encuentra su sitio. Pero además, tiene amnesia, con lo que su pasado también está borroso. O al menos eso parece, porque no parece quedar muy claro si es una víctima y no recuerda los últimos seis años, o por el contrario está fingiendo y esconde algo. Este arranque con la reaparición de la protagonista amnésica me recuerda en parte a Blindspot, pero también a Homeland cuando Brody vuelve a casa y el espectador no sabe muy bien por dónde van los tiros.

A partir de aquí comienzan las investigaciones. Se reabre el caso de Emily y se buscan esclarecer los misterios que rodean su desaparición, ¿secuestro? y posterior liberación. Ya en el primer episodio se percibe el ahogo, la ansiedad, ese toque de intrigante thriller policiaco que recuerda mucho a las producciones escandinavas. Hay mucho bosque, paisaje frío, oscuridad… Sin embargo, va más allá del suspense puro y duro, puesto que además explora el dolor de una mujer que regresa a una vida que no se parece a la que ella dejó atrás, con un hijo que no la reconoce, un marido que se ha vuelto a casar, un padre enfermo y una mente con bastantes lagunas.

La desaparición y la investigación están ahí, de fondo, como hilo conductor, pero el tema principal es ese drama familiar. No sólo para Emily, también para el marido que siguió con su vida y ahora tiene que lidiar con sus remordimientos y su propio dilema. Él no dejó de quererla, simplemente la dio por muerta y avanzó. Se plantea si debería haber seguido buscándola o ha hecho bien en seguir adelante. La nueva mujer tampoco sabe muy bien qué supone el regreso de Emily en su matrimonio. Y en el medio de este triángulo amoroso, un crío que ahora tiene dos madres pero que solo llama «mamá» a una.

El primer capítulo deja con ganas de más, de averiguar qué le pasó a Emily y de cómo van a encajar de nuevo todas las piezas para continuar hacia delante. La primera temporada rodada en apenas dos meses en Bulgaria (a las afueras de Sofía) a modo de película – por localización y no cronológicamente- cuenta con 10 episodios y podría seguir con una segunda.

Día 8 II Parte. París. Le Marais e Isla de San Luis

Después de pasar por el apartamento, comenzamos nuestra ruta vespertina en Bastille, una de las plazas más importantes de París. Se trata de un lugar simbólico de la Revolución Francesa ya que en ella se erigía la antigua fortaleza de la Bastilla que fue tomada por el pueblo y destruida entre el 14 de julio de 1789 y el 14 de julio de 1790. Sus piedras sirvieron para construir el Puente de la Concordia.

Era una de las fortalezas que defendía las antiguas puertas de entrada a París, siendo parte de las murallas fortificadas construidas de 1370 a 1383 bajo el reinado de Carlos V. Fue Richelieu quien la transformó en prisión. Entre el 9 y el 14 de junio de 1794 se instaló la guillotina en la plaza y se ejecutó a 73 personas. La plaza pasó entonces a llamarse Place Antoine.

La Plaza de la Bastilla se ha convertido con el paso de la historia en un lugar simbólico que acoge numerosas manifestaciones, sobre todo desde el ámbito de la izquierda.

En medio de la plaza se erige la Columna de Julio, en cuyo extremo superior se encuentra la estatua del Genio de la libertad, en honor a Auguste Dumont. La columna, de bronce, mide 51,5 metros de altura y rinde homenaje a las 615 víctimas de la revolución de 1830, cuyos nombres tiene sobreescritos.

Fue mandada construir por Luis Felipe I de Francia en 1833 para conmemorar las jornadas del 27, 28 y 29 de julio de 1830, conocidas como «las tres gloriosas». Esta revolución le había llevado al trono, instaurando por primera vez una monarquía constitucional después de la monarquía absolutista de Carlos X de Francia. La Columna fue inaugurada en 1840.

En la plaza se encuentra también la Ópera de la Bastilla, un edificio que no tiene nada que ver con el decimonónico Palais Garnier. Se trata de un edificio de cristal con estructura curvilínea. Cuenta con cinco escenarios móviles haciendo alarde de ingenio tecnológico. Fue inaugurada oficialmente el 14 de julio de 1989 para hacerla coincidir con el bicentenario de la toma de la Bastilla.

Alrededor de la plaza, frente a la Ópera y al canal, se puede ver el perímetro de la fortaleza dibujado en una triple fila de adoquines.

Desde allí nos adentramos en Le Marais, el barrio en pleno corazón histórico de París que era una zona pantanosa (significa marisma) antes de transformarse en el distrito cosmopolita que es hoy en día. Los templarios fueron sus primeros habitantes, pero el distrito comenzó a adquirir importancia en el siglo XIV gracias a su proximidad con el Louvre y alcanzó su máximo apogeo en el XVII, cuando se mudaron las clases adineradas. Sin embargo, en el siglo XVII quedó abandonado por completo durante la Revolución. Años más tarde, tras una restauración recobró vida y ahora podemos encontrar residencias palaciegas y elegantes mansiones. Ha vuelto a recuperar residentes acomodados y las rentas han subido considerablemente.

Nuestra primera parada fue la Place des Vosges, inaugurada en 1612 con la fiesta de celebración del matrimonio entre Luis XIII y Ana de Habsburgo, lo que la convierte en la plaza más antigua de París. En esta plaza se encontraba el palacio de los reyes de Francia.

Con unas dimensiones de 127×140 metros, la Place des Vosges guarda una perfecta estructura simétrica. Se compone de 36 pabellones de ladrillo rojo y piedra con tejados de pizarra y ventanas abuhardilladas sobre galerías con arcadas. Se mantiene prácticamente intacta después de 400 años.

El centro se completa con un extenso jardín de tilos, algunas fuentes y la estatua ecuestre de Luis XIII. En gran medida me recordó a la típica Plaza Mayor que puedes encontrar en ciudades españolas. Quizá la única gran diferencia es la parte ajardinada.

Tras la construcción de la plaza, la zona comenzó a ganar renombre. Esto propició que gente de clase alta se sintiera atraída por el barrio y se trasladaran a imponentes residencias y palacetes. Hoy, muchas de estas viviendas se han convertido en museos, como por ejemplo el Museo Carnavalet, el Museo Picasso, el Museo Cognacq-Jay o la Casa de Victor Hugo.

Esta última se encuentra en una esquina, en el número 6, y fue el domicilio del escritor entre los años 1832 y 1848. Aquí escribió gran parte de Los Miserables y completó otras obras conocidas. La visita, que es gratuita, se estructura en tres partes, cada una de ellas centrada en sendas etapas de Victor Hugo (antes, durante y después del exilio). Nosotros contábamos con poco tiempo en la ciudad, por lo que nos centramos en turismo de calle y no entramos.

La Place des Vosges es un espacio donde se respira tranquilidad y encontramos a gente paseando o disfrutando del día en el césped. Además, se puede ver cierto movimiento, ya que en los bajos de los soportales se localizan algunas cafeterías y salas de exposiciones.

En general el barrio de Le Marais es residencial, una zona tranquila llena de tiendas y pequeños locales. Abundan casas señoriales de exquisita decoración en sus fachadas y pequeños patios y jardines escondidos.

Es en este barrio donde encontramos una de las sinagogas más importantes de Francia, la Synagogue des Tournelles. Y es que es en Le Marais donde reside la comunidad judía más grande de Europa. Erigida entre 1872 y 1879, acogió a judíos que provenían de Alsacia, Lorena y otras partes de Europa, como Polonia y Rusia. Es el segundo templo judío más grande de París, y además de tener un valor histórico, sigue siendo un lugar de culto.

La sinagoga cuenta con una enorme puerta de doble hoja de hierro forjado, y es que el arquitecto se basó en Gustave Eiffel. Sin embargo, si hay algo que llama la atención de su fachada, es su inmenso rosetón compuesto con vidrieras.

Continuamos hasta la Paroisse Saint-Paul Saint-Louis, una iglesia jesuita que data del siglo XVII y que ha sido escenario de varios momentos históricos del pasado de Francia. La primera capilla que se levantó fue la de San Pablo, en 1125. Esta fue declarada Parroquia Real por Carlos V en 1358 y se convertiría en el lugar en que fueran bautizados Carlos VI y Carlos VII.

En 1580 el tío de Enrique IV la cede a la Compañía de los Jesuitas fundada por San Ignacio de Loyola. Entonces se decide construir la primera capilla dedicada a San Luis. En 1629 se puso la primera piedra y el día 9 de mayo de 1641 el Cardenal Richelieu celebró la primera misa.

En 1789 con la toma de la Bastilla sirvió de depósito para almacenar obras de arte y libros que corrían peligro. Fue también el lugar en que Robespierre dio el famoso discurso el Culto de la Razón en 1793. Después, la iglesia se vendió y quedó derruida hasta que Napoleón en 1802 decide recuperarla. Fue restaurada entre los años 1804 y 1840.

Cuenta con varios objetos importantes entre su patrimonio. Por ejemplo, los antiguos órganos, una obra de Delacroix o las dos pilas bautismales que donó Victor Hugo con motivo del bautizo de su hija Adela y de la boda de su hija Leopoldina. Su cúpula, de 60 metros de altura, fue la precursora de la de Los Inválidos.

El 10 de febrero de 1887 quedó incluida en la lista de Monumentos Históricos de Francia.

Continuamos hasta el Hôtel de Sens, que parece un castillo y es uno de los escasos edificios medievales que se conservan en París. Actualmente acoge la Biblioteca Forney de Bellas Artes. En el siglo XVI, durante la Reforma, fue una mansión fortificada que ocuparon Borbones y Guisas.

En su parte trasera cuenta con un patio ajardinado con mucho encanto. El edificio parece un castillo Disney en miniatura.

Muy cerca nos queda el Sena y el Pont Marie, uno de los puentes más antiguos de París, construido entre 1614 y 1635. Cuando terminaron las obras se levantaron unas 50 casas, pero, en 1658, una crecida del río hizo que desaparecieran dos de los cinco arcos del puente y la mitad de las viviendas.

En 1660 se levantó un puente de madera en su lugar y más tarde, en 1677, se reconstruyó en piedra. Eso sí, ya no se recuperaron las casas arrasadas. Es más, en 1769 se prohibió todo tipo de construcción sobre el puente.

Mide 92 metros de largo por 22 de ancho y cuenta con cinco arcos, todo diferentes. Por él cruzamos a la Isla de San Luis.

La pequeña Île Saint-Louis es uno de los distritos más caros de París. En su origen era pasto del ganado y almacén de madera hasta que el siglo XVII se realizó una planificación urbanística. Entonces llegaron los ciudadanos de alto poder adquisitivo y levantaron sus ostentosas residencias. La isla se mantiene casi igual que como fue concebida, aunque se le añadieron cuatro puentes para conectarla con la Isla de la Cité, la Rue Jean y el Boulevard Henri IV. También sigue siendo un barrio donde reside la clase alta, tanto francesa como extranjera.

Sus principales calles son la Rue Saint-Louis-en-l’Île y la Rue des Deux-Ponts, que mantienen el mismo trazado que cuando se urbanizó. La isla, aunque cuenta con nueve monumentos históricos y treinta edificios históricos, no es un barrio muy turístico. Se respiraba más tranquilidad que al otro lado del Sena, es un buen sitio por el que pasear y en el que observar las señoriales edificaciones y cuidados escaparates de pequeños locales y tiendecitas.

En esta isla del Sena no hay metro, apenas hay paradas de autobús y los coches solo pueden circular en un sentido y además a muy baja velocidad. Por el contrario predominan los peatones y las bicicletas.

Allí fue donde entramos en una pastelería y compramos una enooooooorme Muffin y una cookie. Solo aptas para golosos. La verdad es que todo lo que tenían expuesto entraba por los ojos, pero a mí personalmente me saturaba tanto dulce, y eso que lo que compramos lo dividimos entre cuatro.

Salimos por el Pont Louis Philippe, que sustituye a uno erigido en el siglo XIX para celebrar el ascenso al trono de Luis Felipe tras la Revolución de 1830. Este puente original fue abierto al tráfico en 1834.

Con la Revolución Francesa de 1848 fue quemado y tuvo que ser restaurado. También se le cambió el nombre por Pont de la Réforme, nombre que mantuvo hasta 1852. Este puente se quedó pequeño para el tráfico que recibía, por lo que en 1860 se demolió y sustituyó por el que vemos hoy en día.

El nuevo puente se levantó un poco más arriba del río, siendo recto y ocupando toda la anchura del Sena. Se inauguró en 1862 y la única modificación desde entonces ha sido el reemplazo en 1995 del guardarraíl de piedra, que había quedado dañado por la contaminación. En su lugar se colocó una réplica.

Al otro lado del puente encontramos la Iglesia Saint Gervais – Saint Protais, erigida sobre los cimientos de una basílica de finales de siglo IV que era la primera construcción conocida en el margen derecho del Sena.

Su fachada fue construida entre 1616 y 1621, lo que le da el mérito de ser la fachada clásica más antigua de París. Esta consta de tres pisos con columnas jónicas, dóricas y corintias.

De vuelta en Le Marais, seguimos nuestro paseo. De momento hacemos una parada.