Galardonado como Libro de negocios del año por el Financial Times y como Mejor Libro de ciencia del año por la Royal Society en 2020, La mujer invisible es un riguroso ensayo que saca a la luz, a través de estadísticas y ejemplos, el alto precio que las mujeres deben pagar por vivir en una sociedad marcada por un sesgo masculino. Y este precio no es económico, que también, sino que además, en muchas ocasiones, a las féminas les cuesta el bienestar y la salud.
Sirva como ejemplo el descubrimiento que llevó a Caroline Criado Pérez a escribir el libro: que solo una de cada ocho mujeres que sufre un infarto reporta el clásico síntoma de dolor en el pecho. ¿Y por qué siempre se nos ha hecho hincapié en que esta molestia debía servirnos como alerta? Pues porque los estudios clínicos solo han tenido en cuenta a los hombres y de ahí han extrapolado los resultados considerando que si funcionaba en ellos, por extensión también lo haría en ellas. Pero como recoge la autora en su obra, este es un error que se ha cometido muchas veces y en muchas áreas.
Hija del empresario argentino y CEO de la cadena de supermercados Safeway y de una enfermera de Médicos sin Fronteras, la autora no es la primera vez que se embarca en una causa feminista. Fue investida con la Orden del Imperio Británico en 2015 por su labor en igualdad tras una campaña para que el Banco de Inglaterra incluyera más mujeres en los billetes de cinco libras y otra en la que logró que, en la plaza del Parlamento, se erigiera una estatua a la sufragista Millicent Fawcett.
La periodista y militante feminista ha divido La mujer invisible en seis partes: La vida cotidiana, El lugar de trabajo, El diseño, Ir al médico, La vida pública y Cuando las cosas van mal. Y en cada una de ellas enumera estadísticas, estudios y ejemplos de todo el mundo que llevan al lector a tomar conciencia de la cantidad de aspectos de nuestra vida cotidiana en los que se olvida a la mitad de la humanidad. En algunos casos me vi asintiendo según iba leyendo porque ya me había dado cuenta de lo que señalaba, pero en otros me abrió los ojos porque lo tenía asimilado como lo normal o directamente desconocía que fuera así. Desde luego que me hervía la sangre de indignación y rabia al tomar conciencia de la cantidad de aspectos en los que se olvidan las necesidades y características propias femeninas.
«La representación del mundo, como el mismo mundo, es obra de los hombres; ellos lo describen desde su propio punto de vista, que confunden con la verdad absoluta». Apoyándose en estas palabras de 1949 de la escritora y filósofa feminista Simone de Beauvoir, Caroline Criado Pérez inicia el ensayo indicando que este sesgo no parece deliberado ni malintencionado, sino que parte de los prejuicios que la sociedad tiene interiorizados. A lo largo de la historia se ha profundizado poco en el papel que han tenido las mujeres en la evolución de la humanidad, tanto cultural como biológica. Hay una brecha de datos de género, porque durante siglos se ha seguido patrón en el que se ha percibido lo masculino como lo universal. Y mientras se ha dado a los hombres por supuestos, por contra a las mujeres no se las ha mencionado. Y, como ya hemos visto en el ejemplo del ataque al corazón, los modelos de predicción de riesgo no sirven si se sigue tomando al varón como representante de todo el género humano.
La autora identifica en su ensayo tres pilares invisibles en los que los hombres no han tenido en cuenta las preocupaciones específicas de las mujeres: el cuerpo femenino, el trabajo de cuidados no remunerado y la violencia machista.
La cuestión corporal es obvia, y es que las mujeres tienen cuerpos diferentes de los hombres, por tanto necesitarán diferentes configuraciones. Sin embargo, mientras se siga diseñando la mayor parte del mundo desde el sesgo masculino, se seguirá poniendo en riesgo las vidas de las mujeres. La mayoría de herramientas y equipos de todo tipo han sido diseñados para ellos. Hay miles de ejemplos, desde el saco de cemento, los ladrillos hasta la ropa y calzado de trabajo (por no hablar de monos que hay que quitarse por completo para ir al aseo) pasando por las carpetas de delineantes, las máscaras antigás y protectores oculares, las herramientas para trabajar la tierra, los chalecos antibalas…
Todo aquello que tiene que ver con la tecnología o innovación se olvida de la mitad de la población. O peor aún, en lugar de reformularlo o adaptarlo, se toma el mismo producto y se comercializa en rosa o con forma de joya. Como resultado, las mujeres están pagando el mismo precio que los hombres por productos que les dan un servicio inferior o que directamente no sirve porque conlleva series implicaciones de seguridad. A priori quizá parece una tontería que haya que hacer instrumentos musicales de diferentes tamaños, pero por ejemplo las pianistas sufren más lesiones como consecuencia de tener que usar unos pianos adaptados a las manos de los hombres. Los móviles cada vez son más grandes y, mientras que ellos pueden manejarlos con una sola mano, ellas por el contrario no solo han de recurrir a ambas, sino que no los pueden llevar en un bolsillo porque, o bien la ropa de mujer no tiene, o son diminutos. Y podríamos decir que para eso están los bolsos, pero es que muchas aplicaciones basan su utilidad en la proximidad al cuerpo. La autora por ejemplo hace referencia a que la mayoría de los ancianos dependientes rechazaban los detectores de caídas, y esto era porque la mayoría eran mujeres y no les era práctico llevar el dispositivo encima.
La programación de los softwares también tiene sus carencias. Si no intervienen mujeres en el proceso creativo, hay aspectos que los hombres parecen no tener en cuenta. Y así luego encontramos a asistentes como Siri que podían responder a casi cualquier cosa pero que no sabían lo que era una violación, calculadores de ruta que muestran la opción más rápida y la más directa, pero no la más segura, o videojuegos en los que se han previsto diferentes tipos de ataques físicos a los personajes, pero se olvida del acoso sexual. Puede ser que se lance un sistema de monitorización con mil opciones (incluida la ingesta de cobre y molibdeno), pero que entre ellas no se halle algo tan cotidiano y básico como el ciclo menstrual; que se diseñen sistemas de reconocimiento de voz que tienen un 70% más de probabilidades de identificar el habla masculina que la femenina cuando está dirigido para toda la población; o que se creen unas gafas de realidad virtual que producen mareos en las mujeres (aparte de que no se adapte su tamaño).
La indignación crece cuando llegamos a la cuestión automovilística, ya que, como consecuencia de que los tests de seguridad se basan en las medidas masculinas estandarizadas, ante un accidente de coche, las mujeres tienen más posibilidades de sufrir lesiones e incluso morir. Y sí, en la Unión Europea se exige que en las pruebas se usen también maniquíes más pequeños, pero estos no cuentan con medidas antropométricas correctas y obvian que la distribución de la masa muscular y el espacio entre las vértebras es diferente y que la densidad ósea es menor en mujeres, por lo que en general habrá una mayor vulnerabilidad a traumatismos cervicales. Además, estos muñecos solo se ubican en el asiento del copiloto por lo que no se tienen datos sobre cómo afectarían los golpes a las conductoras. Luego además estaría el caso de los cinturones, que aún no se ha fabricado uno eficaz para las embarazadas, a pesar de que las mujeres llevan décadas al volante.
Por supuesto, la problemática se extiende a todas las áreas, incluida a la laboral, y mientras que se han reducido los riesgos laborales en el caso de los hombres, se disparan en los empleos feminizados. Por ejemplo, se han hecho numerosos estudios sobre cuál debería ser la carga máxima en los levantamientos en la construcción o sobre los efectos de las enfermedades derivadas de la minería, pero no podemos decir lo mismo sobre el peso que levantan las cuidadoras o sobre los efectos que tienen en las limpiadoras o en las empleadas de estética la exposición continuada a los químicos.
Y si hablamos de químicos algo que se lleva la palma son los medicamentos. Un avance científico que se supone que está hecho para mejorar la salud de las personas, en realidad, en el caso de las mujeres, en un gran número de casos, se la empeora. La autora señala no obstante cómo las investigaciones más recientes han puesto en evidencia diferencias entre ambos sexos en todos los tejidos y sistemas de órganos del cuerpo humano (incluso en el funcionamiento mecánico fundamental del corazón), así como en la prevalencia, curso y gravedad de la mayoría de enfermedades comunes. Sin embargo, también en esta área históricamente se ha asumido que no había ninguna diferencia fundamental entre el cuerpo de un hombre y una mujer, y se había venido tomando lo masculino como norma. Como consecuencia, la mayoría de los medicamentos continúan administrándose en dosis neutras poniendo a las mujeres en riesgo de sobredosis.
Los cuerpos femeninos han quedado fuera de ensayos clínicos por considerarlos demasiado complejos y variables. Y cuando se incluyen, se evalúan en la fase folicular temprana de su ciclo menstrual, momento en que los niveles hormonales están más cerca de los parámetros de los hombres. Así que no sabemos cómo funcionarán los medicamentos en otras fases del ciclo. Por no hablar de dolencias que afectan a las mujeres (endometriosis, síndrome premenstrual o insuficiencia uterina) o el caso de las embarazadas. Dado que quedan sistemáticamente excluidas, se carecen de datos sólidos sobre cómo tratarlas ante cualquier eventualidad.
La autora recoge una serie de ejemplos que resulta abrumadora. Entre ellos que las mujeres tienen un 70% más de probabilidades que los hombres de caer en depresión, tres veces más probabilidades de contraer una enfermedad autoinmune, responden mejor a los anticuerpos y tienen reacciones adversas más frecuentes y graves a las vacunas, son casi dos veces más proclives a a padecer el síndrome del intestino irritable y tres veces más a sufrir migrañas y presentan un riesgo más alto que los varones de contraer cáncer de colon del lado derecho.
Y, a pesar de no participar de igual medida de los ensayos, las mujeres informan de sus dolencias. El problema es que como sus síntomas no concuerdan con el patrón que aprende el personal sanitario, no se identifican con la enfermedad. O no se las cree. Durante siglos a las mujeres se las ha tratado como histéricas, locas, irracionales y excesivamente emocionales, así, con frecuencia, se les ha estado recetando antidepresivos en lugar de analgésicos. Incluso cuando se les receta analgésicos es porque han insistido mucho tiempo. Más de lo que lo tendría que hacer un hombre en cualquier caso. Un verdadero via crucis en determinadas épocas del ciclo menstrual cuando la piel, el tejido subcutáneo y los músculos son más sensibles al dolor.
El segundo pilar sobre el que articula el ensayo Criado Pérez es el trabajo de cuidados no remunerado. A nivel mundial las mujeres hacen el 75 % del trabajo no remunerado del mundo, unos cuidados claves para que funcione el sistema, pero que, sin embargo, no se tienen en cuenta a la hora de planificar las infraestructuras, los servicios públicos, el lugar de trabajo o la economía en general.
Desde 1930, la Organización Internacional del Trabajo viene señalando que nadie debería exceder las 48 horas semanales de trabajo, pero en esta recomendación no está teniendo en cuenta los trabajos de cuidados. Así, mientras que trabajar horas extra (remuneradas) aumenta las tasas de hospitalización y mortalidad entre las mujeres, en cambio mejora la salud de los hombres. Y esto es porque después de la jornada laboral y esas horas extras, se estima que las ellas realizan entre tres y seis horas al día de trabajo no remunerado mientras que ellos dedican ese tiempo a su ocio. Ellas se han incorporado a la fuerza laboral remunerada, pero ellos no lo han hecho en la misma medida al de cuidados. Y el problema no es solo que no asuman determinadas tareas, sino que además generan más trabajo (según un estudio de la Universidad de Míchigan los maridos generan siete horas de trabajo doméstico extra a la semana a sus mujeres).
La autora insiste en su ensayo en que la igualdad sanea economías, porque se calcula que el trabajo no remunerado de cuidados podría representar hasta el 50% del PIB en los países de altos recursos y hasta el 80% del de bajos recursos. Estima que dos tercios de los empleos de cuidados recién creados irían a parar a mujeres, lo que aumentaría la tasa de empleo femenino hasta en ocho puntos. Y no solo por la incorporación de nuevas trabajadoras en este área, sino porque ante unos servicios sociales más estables, las mujeres ya empleadas tendrían menos posibilidades de perder su empleo o verse abocadas a dejarlo (o reducir sus jornadas para conciliar).
Desde sus orígenes el PIB no tiene en cuenta este trabajo invisible del que la sociedad no podría prescindir, por lo que el cálculo de las rentas nacionales no es realista. Criado Pérez señala como ejemplo el período que va tras la II Guerra Mundial hasta mediados de los años 70, una etapa en la que parece que creció la productividad pero lo que realmente ocurrió es que las mujeres se habían incorporado al trabajo remunerado y las tareas gratuitas que venían haciendo fueron reemplazadas por bienes de mercado y servicios (comida preparada, electrodomésticos, etc.). En el sentido contrario, cuando los gobiernos recortan en servicios públicos, la demanda no desaparece, sino que se transfiere a las mujeres, quienes por incompatibilidad dejan de participar en la fuerza laboral remunerada.
Sobre las infraestructuras la autora recoge el caso de la retirada de la nieve en países nórdicos y cómo a raíz de una investigación se cambió la forma de actuar dando prioridad antes a las zonas peatonales y de transporte público que a las de los coches. Y es que los peatones (mayoría de ellos mujeres) se lesionaban tres veces más que los conductores ante tal condición meteorológica y estas lesiones suponían un coste en asistencia sanitaria y una pérdida de productividad de aproximadamente el doble que el del mantenimiento de las carreteras.
Tradicionalmente los ingenieros han diseñado las infraestructuras basándose en la movilidad por trabajo, lo que venía siendo el patrón masculino. Sin embargo, pese a que las mujeres se han incorporado al mundo laboral, también realizan otros desplazamientos que no se ajustan a la pauta de entrada y salida de la ciudad. Con frecuencia son ellas quienes llevan a los niños al colegio antes de entrar a trabajar, o los recogen por la tarde, se encargan de acompañar en citas médicas, en extraescolares, realizan recados… Así pues, mientras que ellos suelen desplazarse solos, ellas por el contrario lo hacen acompañadas y cargadas, por lo que es más probable que les afecte la frecuencia del transporte público, el estado de las aceras, los patinetes, motos y bicis abandonados en cualquier lugar y el mobiliario urbano mal colocado.
Finalmente, y no por ello menos importante, otro de los problemas básicos que se encuentra cualquier mujer en su día a día es el de la violencia machista, tanto en público como en privado. La planificación urbanística, como mencionaba más arriba, no suele tomar en cuenta a las mujeres en general, así que mucho menos tiene en consideración la probabilidad de que sean agredidas sexualmente. Esto tiene por tanto un impacto directo en su movilidad y en su derecho básico de acceso a los espacios públicos. Mientras que las mujeres constituyen la mayoría de los peatones o de los usuarios de autobuses, son solo una minoría cuando se trata de horas nocturnas. Algo que se podría cambiar con una mejor planificación de las rutas y de la ubicación de las marquesinas, con una mejor iluminación o con un refuerzo de inspectores. Aunque por supuesto, todo pasa por una educación social en la que los hombres dejen de agredir.
La autora también pone sobre la mesa que las niñas y jóvenes dejan de ir a las áreas de juego públicas porque por un lado tienen que competir con los varones por un espacio que copan masivamente con los deportes colectivos, y por otro porque se sienten observadas e intimidadas. En países en los que han tomado medidas para cambiar estos espacios, la participación femenina ha subido. Y esto al fin y al cabo es como la cuestión de la retirada de la nieva, revierte en la sociedad. Que las niñas hagan ejercicio antes de la pubertad aumenta su densidad ósea y reduce el riesgo de desarrollar osteoporosis en el futuro, por tanto se reduce el gasto en sanidad.
Por supuesto la violencia machista también aparece en los conflictos armados. Las violaciones están a la orden del día, incluso en refugios que se supone que están pensados para poner a salvo a la población. Y la violencia no para en un escenario posconflicto, ya que los niveles de violencia, las tensiones, los traumas y las frustraciones de los hombres siguen altos. Sin un enemigo claro, vuelcan esas emociones en las mujeres de su entorno.
La mujer invisible es la muestra de cómo la brecha de datos de género perjudica a las mujeres, porque mientras no se recopila datos sobre ellas y sus vidas, se sigue normalizando la discriminación sexual. Pero además es la muestra de cómo la existencia de un sesgo masculino está perjudicando a toda la sociedad. No solo por el riesgo que entraña para las mujeres directamente, sino porque al ignorar a la mitad de la población también se está perdiendo producción de conocimientos que nos beneficiarían a todos.
Pese a que su lectura lleva a la indignación al recopilar tal cantidad de ejemplos, este ensayo es una llamada al cambio. Caroline Criado Pérez nos abre los ojos y nos invita como sociedad a buscar alternativas para eliminar este sesgo en que los hombres son el ser humano por defecto. Y esto pasa por reconocer que el trabajo de las mujeres, remunerado o no, es la base de nuestra sociedad y nuestra economía. Pasa por darle una vuelta al enfoque actual del diseño de los productos y herramientas para que también se ajusten a las usuarias y sus cuerpos. Pasa por recopilar información sobre sus patrones de movilidad, sobre sus síntomas y enfermedades, sobre la violencia sexual a la que se enfrentan cada día… En definitiva, pasa por aumentar la representación femenina en todas las esferas de la vida y en escuchar lo que las mujeres tienen que decir.
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