Serie Terminada: Deutschland 83

Son muchas las producciones que se han centrado en la Guerra Fría, una época convulsa centrada en la lucha geopolítica entre Occidente y la URSS. Una de las series más recientes es la aclamada The Americans (2013-2018), que seguía a un par de espías soviéticos infiltrados en la sociedad americana como los Jennings, una típica pareja de los suburbios estadounidenses. Dos años más tarde de su estreno, en el Festival Internacional de Cine de Berlín 2015, sorprendió a todos Deutschland 83, una ficción alemana que, con sus diferencias, también se ubica en el mismo período histórico. Tan buena fue la reacción del público y la crítica en la Berlinale, que fue comprada por Sundance TV convirtiéndose en la primera serie de lengua alemana estrenada subtitulada en inglés en una cadena estadounidense antes que en su país de origen. Y teniendo en cuenta que en EEUU prefieren hacer un remake antes que comprar la original y emitir tal cual, es todo un hito.

Creada por el matrimonio formado por el productor Jörg Winger y la guionista y escritora Anna Winger (Unorthodox), Deutschland 83 no pierde el tiempo en su arranque. En lugar de un primer episodio tranquilo en el que se arman los mimbres del argumento y se presentan los personajes como hacen otras series, esta por el contrario arranca de forma directa y casi urgente, como lo es la época en la que se desarrolla la trama. Martin Rauch, joven guardia fronterizo de la República Democrática Alemana, regresa a casa a un cumpleaños. Allí se reencuentra con su familia y amigos y disfruta de la celebración. Sin embargo a la mañana siguiente, cuando aún no se ha desperezado tras ser despertado abruptamente, es reclutado de forma forzosa por su tía Lenora (Maria Schrader, directora de Unorthodox), responsable importante de la STASI, para infiltrarse en las filas del ejército de la República Federal de Alemania.

El objetivo de Martin, ahora con la nueva identidad de Moritz Stamm (asistente de campo del general Wolfgang Edel, un alto mando de la OTAN) es informar a la RDA sobre los planes estadounidenses para desplegar misiles nucleares Pershing en varios países de Europa Occidental. Y es que en el año 1983 la Guerra Fría estaba más caliente que nunca con la posibilidad real de ataques atómicos entre ambos bloques.

A diferencia de otros protagonistas de series de espías, Martin no accede por convicción ideológica, sino porque su madre tiene una enfermedad renal y de esta forma se le dará prioridad en la lista de transplantes. En contraposición a Phillip y Elizabeth Jennings, Martin no ha sido debidamente entrenado y está prácticamente solo. Sus superiores se la juegan a la carta del parecido físico y todo se prepara con urgencia tras su reclutamiento. Y dado que en él hay más obligación que dedicación, intentará cumplir con su misión, pero movido sobre todo por su conciencia.

Como todo relato de espías, Deutschland 83 atrapa. Y es que lo bueno de la serie es que además de su argumento, va más allá de una mera historia de espías. Mientras sigue a Martin en su tarea como infiltrado la serie consigue tocar otros temas como el SIDA, la rebeldía, el salto generacional, la ideología, el concepto de patria, la búsqueda de la paz, los avances tecnológicos… Ubica muy bien el contexto de paranoia, de tensión por una inminente amenaza, pero también aligera el tono con recursos muy cómicos cuando refleja el choque cultural de ambas Alemanias, la oriental, comunista y austera, y la occidental, capitalista y hedonista. Ayuda también para darle más veracidad a la ficción que en medio de la trama se intercalen imágenes de algunas conferencias de prensa, discursos, programas de opinión o telenoticias de aquel año.

Otro de los puntos fuertes de esta producción alemana es su ambientación musical, una lista de grandes éxitos de los 80 en las que se intercalan canciones de grupos internacionales como Blue Monday de New Order, Hungry like the wolfe de Duran Duran, Call me de Blondie, Wrapped around your finger de The Police o Sweet Dreams de Eurythmics y de otros de la Neue Deustche Welle, cuya canción mas conocida es el 99 Luftballons de Nena. Y lógicamente este tema no podría faltar (lo podemos oír al poco de empezar el primer episodio), y mucho menos cuando fue producida por Reinhold Heil, encargado de la banda sonora en la serie. El tema de la cabecera es otro de los himnos de la Neue Deutsche Welle, el inolvidable hit tecno-pop Major Tom de Peter Schilling.

Concebida como miniserie, o al menos como temporada autoconclusiva, tres años más tarde de su estreno, y en coincidencia con los que pasan en la trama, llegó a las pantallas Deutschland 86, una nueva temporada que continúa la historia de Martin, desplazado esta vez a Angola tras sus acciones en la primera parte. Si en Deutschland 83 seguíamos las aventuras de Martin Rauch tras ser reclutado por la HVA,y teníamos una historia más pegada a los relatos de espionaje, en Deutschland 86 dejamos los misiles y posibles ataques nucleares y nos encontramos con una trama menos original y que recuerda mucho a series de acción estadounidenses. Además, en algún momento, la serie pretende abarcar demasiados frentes a la vez y pierde su pulso narrativo.

En el 86 la preocupación de la RDA es el dinero. Con una deteriorada economía nacional, la Alemania del Este necesita ingresos y se abre al tráfico ilegal de armas o la experimentación de medicamentos de la empresas farmacéuticas de la RFA. Martin Rauch se embarca en una nueva misión más internacional que nunca que le llevará por Angola, Sudáfrica, el desierto magrebí, Libia, París y Berlín Occidental. De fondo tenemos el Apartheid y actos de terrorismo islámico como el atentado libio en la discoteca Paradise de Berlín Occidental.

Finalmente, en 2020, se estrenó la tercera y última parte de esta trilogía, Deutschland 89, una temporada que arranca el 8 de noviembre, a 36 horas de la caída del muro de Berlín, del fin de las dos Alemanias.

Tres años después de los acontecimientos de la temporada anterior, Martin vive con su hijo Max y trabaja en la empresa Robotron. Pese a que siempre ha sido un agente que ha ido un poco por libre, la HVA sigue confiando de alguna manera en él. O en su potencial. No se olvida que con apenas 23 años evitó una hecatombe nuclear. Es Kolibri, una leyenda. Por eso la agencia de la RDA no es la única interesada en él, también lo están el BND y la CIA.

En ese momento incierto, a Martin se le pide (o chantajea) para que lleve a cabo una última misión: si la ley de viajes que se está redactando en esos momentos es demasiado revolucionaria, tendrá que matar a Egon Krenz, el sucesor de Honecker. Sin embargo, como siempre, no todo es más sencillo. Las dudas e incertezas de Martin como agente entran en colisión con los cambios sociopolíticos. Si nunca había sido espía por ideología sino porque no le quedaba otro remedio, ahora más aún se encuentra en una encrucijada y se replantea no solo su patriotismo, sino su identidad.

En esta última temporada la serie recupera el tono de la primera, incluso la supera. Está bien armada, tiene suspense, acción, drama, tensión y guiños nostálgicos. Se despide así una serie ochentera en estética, fresca y dinámica, con un argumento sencillo (espías en la Guerra Fría) pero adictiva gracias a un ritmo sostenido, toques de humor y buena música. Muy recomendable.

Serie Terminada: Einstein

Reconozco que llegué a Einstein porque está localizada en Bochum, ciudad alemana en la cuenca del Ruhr donde cursé mi Erasmus. Sabía que no iba a ser una serie de estas que aparecen en los rankings a final de año, pero sentía curiosidad.

Nacida como extensión de la película homónima de 2015, esa ficción policíaca de tres temporadas sigue a Felix Winterberg, tataranieto bastardo de Albert Einstein que comparte con su antecesor las dotes por la ciencia y es profesor de física teórica en la Ruhr Universität Bochum. No obstante, además del genio también ha heredado la Enfermedad de Huntington y apenas le quedan siete años de vida. Como está trabajando en una teoría y no quiere perder tiempo en esta cuenta atrás, toma anfetaminas para así dormir lo menos posible y rendir al máximo.

Un día es detenido por obtención de fármacos de manera ilegal y durante su tiempo en comisaría ayuda a resolver un caso que llevaba un año enquistado, lo que hace que el Comisario Stefan Tremmel le ofrezca una conmutación de la pena si desde entonces ayuda a la policía en las investigaciones más complejas.

Einstein no plantea nada nuevo. Hemos visto muchos procedimentales en los que un civil colabora con la policía aportando un punto de vista diferente o unos conocimientos específicos: en Numb3rs era un matemático el que ayudaba a su hermano del FBI; en El Mentalista un falso vidente pero muy buen observador; en Psych otro detallista que se hacía pasar por vidente; en Ladrón de guante blanco un estafador; en iZombie una muerta comecerebros; en Lucifer es el mismo demonio; en Castle o Instinct sendos escritores… en The Listener, Imborrable, Monk… la lista es infinita. En este caso, cada semana Felix se sirve de la Física para ayudar a la detective Elena Lange en las investigaciones.

Y de paso, el espectador va aprendiendo (o recordando para quien lo estudiara en su día) algunas cosas interesantes sobre la ciencia, como que el plátano tiene radioactividad por contener potasio-40; que el jabalí de Baviera es mejor no comerlo hasta dentro de un tiempo porque pueden haberse alimentado de trufas que absorvieron la radioactividad de Chernóbil; que los preservativos en los pies pueden servir como aislante y evitar ser electrocutado cuando el agua de una pecera hace contacto con un enchufe; que existe el agua superpesada; que un electroimán Bitter genera campos magnéticos de hasta 45 Toneladas; cómo una jaula de Faraday bloquea las ondas electromagnéticas, que la anfetamina huele a pescado cuando se humedece… por no hablar de los experimentos que hace Felix con sus alumnos en clase o bien fuera de ella (porque también se los lleva a los escenarios de los crímenes) o cuando le da un buen repaso a un conspiranoico de las chemtrails.

Así pues, a pesar de ser una serie que no pretende ser muy profunda, con un tono ligero y unos diálogos ágiles, resulta entretenida e incluso educativa. Es verdad que Wittenberg es bastante arrogante y pedante con su alarde de conocimientos y desprecio hacia los demás, pero enseña mucho.

La pareja formada por Wittenberg y Lange es la arquetípica en este tipo de ficciones. Él tiene ese carácter de genio un tanto soberbio y caradura que piensa que la policía es demasiado inepta para hacer su trabajo y ella le baja los humos y le pone los pies sobre el suelo. He de decir sin embargo que aplaudo emocionada al ver que no se cumplieron mis previsiones sobre que acabarían juntos como suele ocurrir en cada una de las series de este estilo que he visto. Sí que hay emparejamientos varios entre otros personajes que parecen un poco forzados, pero aceptamos barco.

En general el elenco está bastante aceptable, aunque el comisario y la madre de Felix parecen un tanto sobreactuados. A momentos da la sensación de estar viendo un telefilme de sábado por la tarde en Antena3, aunque hay que reconocer que los casos mejoran con las temporadas y las tramas van siendo más interesantes y actuales. De todas formas, como decía al inicio, no pretende ser la serie de su época, sino ese tipo de procedimentales que se ven semana a semana sin dificultades ni especial atención. Y que si una semana te has saltado un capítulo, no pasa nada, puedes seguirla igualmente. Busca el entretenimiento. Y lo consigue.

Serie Terminada: You are wanted

Cada vez está más claro que los dispositivos electrónicos a nuestro alcance, si bien nos facilitan la vida, también suponen una ventana abierta para que cualquiera con un poco de intención y conocimiento se haga con nuestros datos. Lukas Franke, el protagonista de You Are Wanted, descubre no solo que alguien tiene acceso a esa información, sino cómo además esta ha sido alterada de forma que queda implicado como autor intelectual de un ataque cibernético que ha provocado un gran apagón en todo Berlín.

Franke, que es un simple gerente de hotel casado y con un hijo de 6 años, no entiende qué está pasando en su vida; quién puede estar interesado en reescribir sus últimos movimientos, por qué y para qué. Pero desde luego está dispuesto a descubrir esta conspiración y limpiar su nombre a lo largo de los seis capítulos que consta la temporada.

You Are Wanted arranca lentamente y con escenas de varias líneas temporales que a veces descolocan un poco, pero enseguida va envolviendo al espectador en este rompecabezas que es la vida de Franke con un ritmo frenético en el que se siente la desesperación del protagonista (y con algún que otro detalle que recuerda a Mr. Robot). La fotografía recuerda constantemente que se trata de una serie europea, con un tono más gris que las producciones estadounidenses y sus localizaciones nos muestran el Berlín menos turístico, donde predominan grandes edificios de viviendas de la RDA y callejones llenos de pintadas.

La segunda temporada es aún más oscura, con un Lukas Franke aún más desesperado, con agencias del servicio secreto involucradas, agencias internacionales, mafias internacionales, hacktivistas… Hay más acción y You Are Wanted oscila más hacia el thriller que hacia el drama.

Con 12 episodios en total es una serie perfecta para ver en maratón. No es la mejor serie del mundo, pero entretiene y pone sobre la mesa la tecnodependencia de las sociedades desarrolladas y cómo los datos almacenados pueden volverse en nuestra contra si acaban en las manos equivocadas. No es un tema nuevo, pero sí interesante. Y escalofriante.

Serie Terminada: The man in the High Castle

The Man in the High Castle, basada en la novela homónima de 1962 de Philip K. Dick, terminó hace un año tras 40 episodios en los que llevaba al espectador a una realidad alternativa en la que los aliados no ganaron la II Guerra Mundial y ahora el dominio global se reparte entre los gobiernos alemán y japonés. Europa, África, el norte de Sudamérica y la mitad de Estados Unidos forman parte del Gran Reich Nazi; mientras que Asia, gran parte del sur de América y la costa oeste de EEUU pertenecen al Imperio Nipón. En esta ucronía de Dick, maestro de la ciencia ficción (inspiró éxitos como Blade Runner o Minority Report), Estados Unidos se ha quedado dividido en tres zonas; además de las dos mencionadas, hay un pequeño territorio neutral entre ambas que va desde las Montañas Rocosas hasta Nuevo México y funciona con relativa y aparente autonomía.

La serie, ambientada en los años 60, aunque tiene el mismo punto de partida que la novela, modifica e introduce algunos elementos que la distancian de esta. Por ejemplo, las misteriosas películas del hombre en el castillo no existen en ella, sino que se trata de un libro. Un cambio bastante acertado, ya que es un recurso que da más juego dentro de un producto audiovisual como es una serie. Por otro lado, se han revisionado los personajes femeninos, dándole un mayor peso y autonomía a Juliana Crain, quien es infantilizada en el libro, e introduciendo algunos que no existían, como el de Helen Smith, quien sirve como vehículo para explicar el papel de la mujer en la sociedad del Tercer Reich, o el de la lideresa de la Rebelión Comunista Negra.

The Man in the High Castle tuvo un proceso de gestación de 7 años antes de llegar a Amazon, y se ha encontrado con varias piedras en el camino a lo largo de su andadura. En primer lugar, Frank Spotnitz, quien desarrolló y adaptó la idea, abandonó tras la primera temporada por incompatibilidad con otros proyectos y porque tampoco estaba de acuerdo con la idea que tenían los productores para continuar la historia. Productores entre los que se encontraba Isa Hackett Dick, hija del novelista. Tras su marcha el equipo de guionistas se autogestionó durante la segunda temporada, ya que no se buscó ningún sustituto, y mientras la calidad de las tramas bajó de nivel, el presupuesto aumentó considerablemente con respecto a la anterior. La tercera temporada no llegaría hasta dos años después, esta vez ya sí con un nuevo showrunner, pero poco después se vio empañada por la dimisión la acusación del ejecutivo Roy Price tras salir a la luz que llevaba años acosando sexualmente a Isa Hackett Dick. Finalmente Amazon decidió que la cuarta sería la última entrega y los guionistas tuvieron que trabajar en intentar darle un cierre digno. Pero como ocurre siempre en casos de finales precipitados, siempre se quedan flecos sueltos.

No obstante, pese a las trabas y a este final algo inconcluso, la sensación que me deja es buena. Cuenta con un buen montaje, una selecta banda sonora y una gran ambientación. Intenta plasmar cierto realismo histórico al mantener vivas a aquellas personas que murieron durante la guerra y que no obviamente no habrían seguido la misma suerte en esta versión. También es un acierto que pese a ser los 60 el retrato de la sociedad se acerque más a la de los 50. Y es que si los alemanes y japoneses hubieran vencido a los aliados, los movimientos sociales y culturales lógicamente no habrían sido los mismos. No sabemos si habría sido realmente así, pero es lo que ocurre con las ucronías, que hay que especular.

The Man in the High Castle, sin ser una obra redonda, es una serie que consigue mantener el ritmo y el interés durante las cuatro temporadas. Aunque es cierto que la trama nipona me dejó con la sensación de que apenas evoluciona en 40 capítulos. Sí, cambian los mandatarios, pero poco más. Me resultó mucho más interesante la intrahistoria del Obergruppenführer Smith, brillantemente interpretado por Rufus Sewell. Este alto mandatario nazi pronto muestra sus dobleces e incoherencias e invita a la reflexión sobre cómo gente buena puede llegar a hacer cosas terribles por sobrevivir llegando a corromperse en el camino. Y es que John Smith era un combatiente americano que tras acabar la guerra se cambió de bando para mantenerse con vida en un momento en que cambiaban las circunstancias políticas. Se nos presenta como un hombre en una encrucijada que toma una decisión difícil. Con un bebé recién nacido, dejó sus ideas y amigos atrás y se puso el brazalete con la esvástica para asegurarse cierta seguridad. Ahora, años después, puede que no comulgue al 100% con la ideología nazi, pero vive muy cómodo en su puesto de poder y se sirve de él para seguir ascendiendo rápidamente (primero a Oberstgruppenführer, después a Reichmarshall y finalmente a Führer). Y aunque pueda seguir engañándose pensando que lo hace para proteger a su familia, en realidad no deja de ser por ambición.

Además de esta reflexión sobre los dilemas del ser humano ante un momento clave en su existencia, la serie nos recuerda que la democracia no está asegurada, sino que en cualquier momento puede haber un recorte de libertades. Así pues, hay que evitar una sociedad adormecida y luchar día a día. La resistencia simboliza esa lucha contra las injusticias y desigualdades, contra aquellos que están dispuestos a tomar el poder por la fuerza y la represión. Aunque sea una ucronía, el mensaje no se queda desfasado.

Wir Sind die Welle – Somos la Ola

Somos la Ola (Wir sind die Welle) se desarrolla en un instituto alemán y arranca con la llegada de un nuevo alumno al centro. Este joven es Tristan Broch, un misterioso chaval que pronto entablará amistad con otros alumnos marginados de su clase despertándoles su conciencia social. La nueva pandilla estará formada, además de por el propio Tristan, por Rahim, un musulmán que no solo está viviendo una mala situación en casa porque están a punto de desahuciarles para construir un nuevo edificio de viviendas, sino que además es discriminado en el instituto por su religión y su raza; por Lea, una chica de familia acomodada que vive en una gran mansión, saca buenas notas, es deportista y tiene un novio y amigas que se mueven en el mismo entorno de privilegios que ella; por Hagen, un muchacho gordito con poca autoestima cuyos padres perdieron el empleo y reside en el campo sin mucha esperanza; y Zazie, a quien acosan en clase y que solo tiene a su abuelo, al que cuida. Animados por Tristán y sus ideas revolucionarias en las que critica la corrupción, el racismo, el consumismo y las injusticias, crearán un movimiento clandestino conocido como La Ola para llevar acabo diferentes acciones contra el sistema.

La serie cuenta con buenas intenciones, sin embargo, hace aguas por varios flancos y además cae en demasiados estereotipos. Por ejemplo, llama la atención que los protagonistas logren conectar de una forma casi instantánea (imagino que con 6 capítulos tienes que arrancar rápido) y apenas se profundiza en cada uno de ellos. Pero lo que más me chirría es el conjunto de clichés para definir a los personajes. Para empezar no hay quién se crea la historia de Tristan, ese chaval que con apenas 17 años ha viajado por todo el mundo, habla muchos idiomas y sabe tanto de la vida. El típico niño guapo y rebelde que ejerce de líder. Tan típico como su contrapunto: Lea. Esa niña mona que lo tiene todo pero que se enamora del chico malo, que rompe con sus privilegios y se une a su causa.

Además, las protestas no tienen una reflexión detrás, sino que parecen fruto de una improvisación (aunque los planes siempre les salen bien). Se abordan temas de candente actualidad como los desahucios, el racismo, el fascismo, el cambio climático, el consumismo, el totalitarismo, las desigualdades sociales,  la venta de armas, la impunidad de las grandes empresas… pero no se ahonda lo suficiente en ellos, la aproximación a todos y cada uno de estos problemas se hace de una forma muy superficial. Desde luego, no tiene nada que ver con la película Die Welle (La Ola), en la cual manifiestamente se basa, aunque Dennis Gansel y Peter Thorwarth, director y guionistas de la cinta, aparezcan como productores.

El filme contaba la historia narrada en el libro La Tercera Ola, que a su vez recogía el experimento que llevó a cabo Ron Jones, en un instituto de Palo Alto, California en 1967. En su clase de historia pretendió demostrar a sus estudiantes que la sociedad es fácil de adoctrinar si es manipulada de la forma adecuada. Comenzó introduciendo ejercicios sencillos enfocados en la disciplina como que se sentaran erguidos y que se dirigieran a él como «Señor Jones». Pensó que la cosa quedaría ahí, en aquella clase, sin embargo, al día siguiente los alumnos se pusieron en pie sin que se lo pidiera y siguieron con las normas del día anterior. Al ver esta respuesta, el profesor fue un paso más eligiendo un lema para el movimiento y creó un saludo. Pronto el grupo fue cayendo en los mismos errores que pretendía combatir y el experimento fue escalando extendiéndose por todo el instituto, así que a Jones no le quedó otra que acabar con la iniciativa antes de que se le fuera aún más de las manos.

La Ola introducía algún cambio con respecto a este experimento de los años 60, pero aún así mantenía la idea original de lo sencillo que es manipular a la sociedad. Dejaba un mensaje que invitaba a la reflexión y es una película que, desde su estreno, ha servido como método docente en muchas aulas para alertar del peligro de repetir los errores del pasado. Sin embargo, en Somos la Ola se diluye el discurso del proyecto político, los acontecimientos no fluyen de manera natural, los guiones son nefastos, los personajes clichés con patas y no hay mucha reflexión. El mensaje inicial queda difuminado en medio del dramón adolescente donde chica rica obediente conoce a chico pobre y problemático. Da la sensación de que han querido aprovecharse del éxito de la cinta para reorientarla de forma que captara a las nuevas generaciones que devoran todo aquello que estrenan las nuevas plataformas y el resultado es insultante. Ni para una cuarentena.

Conclusiones de nuestro viaje a Berlín

Cuando planeamos el viaje contábamos con que no nos iba a dar tiempo a ver toda la ciudad, puesto que Berlín es enorme y con mucha historia en sus calles. Además, dado que era invierno, teníamos pocas horas de luz, con lo que sabíamos que teníamos que priorizar sí o sí y organizar bien los días. Y aún así, dábamos por hecho que nos quedarían cosas por ver. En nuestro caso nos organizamos por zonas, creando pequeñas rutas con lugares próximos entre sí. Existe también la opción de hacer una visita más temática, por ejemplo Berlín de la II Guerra Mundial, el Berlín de la Guerra Fría, el Berlín Actual… pero se corre el riesgo de dar mucha más vueltas.

Para optimizar el tiempo elegimos un alojamiento que estuviera bien comunicado. Es verdad que tardábamos andando unos 10-15 minutos al tren/metro, pero de camino teníamos varios supermercados y tiendecillas de barrio, por lo que no perdíamos mucho tiempo si necesitábamos abastecernos. Aunque era un pequeño apartamento con un salón-habitación, nos las apañamos bien los tres gracias a la cama y al sofá cama. El poder contar con una pequeña cocina nos facilitó además los desayunos y cenas. En realidad, no paramos mucho más allí, nos pasábamos fácil 12 horas fuera.

Para las comidas sabíamos que no íbamos a tener problemas con encontrar restaurantes, puestos callejeros, panaderías o supermercados donde comprar algo rápido para llevar. Sobre todo porque en Europa en general es muy frecuente que la comida fuerte sea la cena y a medio día sin embargo comen algo ligero y muchas veces frío.

Así pues, comimos algún que otro bocadillo, nos quitamos el gusanillo de media mañana con un pretzel, probamos el típico Currywurst y entramos en calor con unas salchichas recién sacadas de la parrilla.

También probamos la bebida nacional, centrándonos sobre todo en las cervezas locales. La mayoría eran Pilsner, así que depende del tipo de cerveza que a uno le guste. Desde luego la que no recomiendo es la Berliner Kindl Weisse Himbeere, que a pesar de indicar que contiene un 98% de cerveza y un 1,2% de jarabe de frambuesa sabía a cualquier cosa menos a cerveza.

Para movernos acertamos con la tarjeta semanal de transporte. Al ser casi una semana, dábamos por hecho que la íbamos a amortizar. Prácticamente todo lo relevante de Berlín queda en zona AB (incluido Tegel), pero como pensábamos ir a Potsdam y Sachsenhausen, sacamos el ABC.

En la práctica confirmamos que elegimos bien, ya que cuando teníamos frío o queríamos acortar largas distancias, tirábamos del transporte público. Además, nos permitía tomar los buses 100 y 200, que recorren los puntos más turísticos. Algo muy interesante cuando la ciudad está iluminada por las luces navideñas pues cambia totalmente el aspecto del día a la noche.

Es verdad que diciembre es una época complicada para recorrer una ciudad como Berlín, ya que las pocas horas de luz y el frío pueden llegar a desanimar. Sin embargo, hay tanto para ver, tanto en exterior como en interior, que no paramos. Además, la ciudad se encontraba engalanada por encontrarse ya dentro del período navideño y ya estaban abiertos los típicos Weihnachtsmärkte en las plazas más importantes. Destacaban por ejemplo el de la Gendarmenmarkt, el de la Alexanderplatz y el de la Breitscheidplatz. Debido a los atentados de hace un par de años, se han tomado medidas y ahora quedan protegidos y rodeados. Incluso en algunos de ellos, como en el de la Gendarmenmarkt, había que pagar 1€ a partir de las 2 de la tarde y enseñar los bolsos y mochilas a personal de seguridad.

En todos ellos predominaban objetos de artesanía, los típicos corazones de mazapán, frutos secos garrapiñados, churros, patatas fritas, salchichas y, cómo no, el famoso Glühwein, que da olor a todo el espacio.

Así pues, teniendo en cuenta las fechas, las horas de luz y la climatología dividimos los días en dos partes: una primera de 9 de la mañana a 4 de la tarde aproximadamente que dedicábamos a patear la ciudad; y otra de 4 de la tarde que comenzaba a anochecer hasta que el cuerpo aguantase (las 7-8) para visitar museos, ir de tiendas o visitar mercadillos navideños. Aunque lo cierto es que salvo un par de compras en la tienda de Ampelmann, apenas hicimos gasto. En parte porque algunas son demasiado caras para nuestros bolsillos (como KaDeWe o las Galerías Lafayette) y en parte porque íbamos solamente con maleta de mano. En cualquier caso, echamos un rato paseando por sus plantas y disfrutando de los escaparates navideños de KaDeWey de las maquetas de la tienda de Lego.

Para amenizar una tarde-noche, como no podía faltar, reservamos para una sala de escape (aunque demasiado cara para lo que luego fue). El extranjero sigue siendo flojo aún en este aspecto.

En cuanto a la planificación, dejando un día para Potsdam y otro para Sachsenhausen nos quedaban 4 para recorrer Berlín, así que establecimos una lista de prioridades y con el mapa delante trazamos las rutas. Estos fueron nuestros imprescindibles:

  • Cúpula del Reichstag. Se nos había quedado pendiente en anteriores visitas y ahora que era más sencillo pudiendo reservar por internet, fue de lo primero que marcamos en el calendario.

  • Fernsehturm. La torre de Televisión de Berlín ofrece una perspectiva diferente a la del Reichstag desde su mirador a 203 metros de altura. En principio pensábamos desayunar en el restaurante giratorio, pero lo descartamos por precio y por el horario. En su lugar nos conformamos con la visita tradicional.

  • East Side Gallery. Estar en Berlín y no dedicarle tiempo al muro es un sacrilegio, así que no nos podía faltar este kilómetro y medio que aún se conserva junto al Oberbaumbrücke, un puente que se convirtió en frontera de la noche a la mañana.

  • Berlin Wall Memorial: Se trata de una exhibición en la que se conservan unos 70 metros del muro original y donde se ha erigido una reconstrucción de la conocida «Franja de la muerte». También se recuerdan las viviendas que fueron tapiadas y cuyos habitantes bien se exiliaron, bien fueron obligados a trasladarse; los túneles excavados como vía de escape; la iglesia de la reconciliación y varios murales explicativos. Además, cuenta con un centro de información para el visitante muy interesante.

  • Checkpoint Charlie: Ubicado en la Friedrichstrasse era uno de los pasos fronterizos del muro de Berlín durante la Guerra Fría. El que podemos ver hoy en día es totalmente turístico y cuenta con actores que simulan ser militares, pero en cualquier caso es uno de esos puntos que no se pueden pasar de largo.

  • Potsdamer Platz: Una plaza que ya en el siglo XIX era muy bulliciosa y donde se ubicó el primer semáforo de Europa. Merece la pena acercarse y ver su curiosa forma.

  • Alexander Platz: considerada el centro de Berlín, en ella podemos encontrar el icónico Weltzeituhr, punto de encuentro de berlineses y visitantes.

  • Rotes Rathaus: El antiguo ayuntamiento de la RDA, un edificio al que además se puede acceder sin cita previa y que esconde magníficas salas.

  • Nikolaiviertel: Es el barrio en el que nació la ciudad y donde se halla la iglesia más antigua de Berlín.

  • Catedral de Berlín e Isla de los Museos: Independientemente de su interior, merece la pena cruzar el Spree y recorrer la isla y los impresionantes edificios que alberga.

  • Gendarmenmarkt: Quizá una de las plazas más bellas de Berlín arquitectónicamente hablando. Con la Sala de Conciertos en el centro y las catedrales francesa y alemana a ambos lados, es sin duda una de mis favoritas en la ciudad.

  • Kaiser Wilhelm Gedächtniskirche: Esta iglesia me maravilló la primera vez que estuve en Berlín. Me parece una buena idea que quede como memorial con los restos tal y como quedaron tras la guerra. Además, se puede visitar una exposición gratuita en su interior.

  • Siegensäule: Es una Columna de la Victoria de 69 metros que se encuentra en el Tiergarten y que conmemora la victoria de Prusia sobre Dinamarca en la Guerra de los Ducados.

  • Unter den Linden: Esta larga avenida de kilómetro y medio comienza en la Plaza de París, donde se ubica la Puerta de Brandeburgo (IM-PRES-CIN-DI-BLE), y llega hasta Bebelplatz, donde se erige la estatua ecuestre de Federico II de Prusia, junto a la Universidad Humboldt de Berlín.

  • Monumento al Holocausto: un espacio de 19.000 metros cuadrados para la reflexión formado por 2.711 bloques de hormigón de diferentes tamaños.

  • Topografía del Terror: una exposición ubicada en el lugar en que se erigían los cuarteles de la Gestapo y la SS.

  • Berlin Unterweltenofrecen diferentes visitas guiadas relacionadas con la II Guerra Mundial y la Guerra Fría.

  • Museo de la RDA: Es un museo interactivo y dinámico que permite conocer cómo fueron los años de la ya desaparecida RDA. Alberga numerosos objetos y documentación así como reconstrucción de viviendas o guarderías de la época.

  • Museo Pérgamo: es el más visitado de Berlín ya que conserva en su interior maravillas arquitectónicas como la Puerta de Ishtar, el Salón de Alepo, el Altar de Zeus o la Puerta del Mercado romano de Mileto entre otras.

  • Neues Museum: Es uno de los imprescindibles si te apasiona Egipto. Y si no, también. No se puede pasar por alto el magnífico busto de Nefertiti.

  • Museo Historia Natural: Merece la pena solo por ver Tristan Otto, el esqueleto original de Tyrannosaurus rex que, con sus 12 metros de largo y 4 de alto, es el único en Europa hasta la fecha y uno de los mejor conservados del mundo.

Hay muchos otros lugares de interés en la ciudad, y en algunos apenas paramos. Por ejemplo, no entramos en los museos/exposiciones del Checkpoint Charlie, del Monumento al Holocausto o de la Topografía del Terror como tampoco subimos a los miradores de las catedrales o de la Siegensäule. Pero había que filtrar, y no queríamos que la visita fuera monotemática sino abarcar varios berlines. También porque quitamos tiempo de la ciudad para visitar Potsdam y Sachsenhausen, dos destinos que nos sirven para conocer un poco más la historia de Alemania.

Es cierto que Potsdam debe impactar más en primavera con los jardines de los palacios y los parques con su frondosidad, sin embargo, es una ciudad coqueta que está a tan solo un paso y cuyo centro histórico también lucía engalanado por el período navideño.

Sachsenhausen da igual en la época en la que se pise, pues su visita provoca escalofríos independientemente de la estación del año que sea. No era mi primera visita a un Campo de Concentración, pero volver a pasear por barracones y leer sobre las atrocidades que allí se cometieron me dejó con mal cuerpo. Es verdad que Dachau me impresionó aún más, por ser el primero y por conservar la cámara de gas y las incineradoras, pero aún con un funcionamiento similar, cada campo fue diferente y tiene su propia historia que contar. Imprescindible sin duda.

No pensaba que volvería a Berlín tan pronto teniendo en cuenta todos los destinos que aún me quedan por conocer, sin embargo, me alegro de que saliera este viaje relámpago, ya que me encontré una ciudad totalmente diferente a la que había visto en las dos ocasiones anteriores. Esta vez era aún más patente su multiculturalidad, mostrándonos una capital cosmopolita y bulliciosa, llena de contrastes y sorpresas que mira al futuro, pero sin olvidar su pasado. Al contar con más tiempo pudimos diversificar más y mejor, descubriendo nuevos rincones y revisitando algunos antiguos.

En cuanto a los gastos, este es nuestro resumen:

  • Vuelos: 306.20€
  • Alojamiento: 514.80€
  • Transporte: 112.50€
  • Museo RDA:  29.4€
  • Museum Pass: 87€
  • Escape Room: 94.95€
  • Berliner Unterwelten:  36€
  • Fernsehturm: 46.5€
  • Comida: 200€ (aprox)

Es decir, al final, nos gastamos unos 500€ por persona, que si pensamos que fueron 6 días en una ciudad como Berlín, no está nada mal.

Y con este viaje terminamos 2018 y pusimos el punto de mira en 2019 y en un viaje muy esperado: Islandia.

Berlín XXI. Día 7 II Parte: Galerías Lafayette, Mercadillo Navideño de Gendarmenmarkt y Ferhsehturm

Dejando atrás el Checkpoint Charlie y siguiendo por la Friedrichstraß, llegamos a las Galerías Lafayette, los grandes almacenes que ya habíamos visto en París. Llegaron a Berlín en 1996 y es la única tienda que tiene la marca fuera de Francia.

El edificio, que por fuera es completamente de cristal, alberga en su interior sobre todo marcas internacionales de moda, accesorios y cosmética. También cuenta con un departamento gastronómico, el Lafayette Gourmet, en el que se pueden encontrar especialidades francesas. No tiene tanto glamour como la tienda de París, ni siquiera su gran cúpula, versión moderna de la que corona los almacenes de la capital francesa, impone tanto.

Detrás de los grandes almacenes se encuentra la Gendarmenmarkt, nuestro siguiente destino. Dado que hasta las 14h la entrada en la plaza era gratuita, decidimos que era un buen momento para pasear por los puestos del mercado navideño y quizá picar algo.

Para comer no teníamos mucha variedad. O bien algo dulce como frutos secos garrapiñados o corazones de mazapán y chocolate; o bien algo salado como salchichas. Además, para beber predominaba, como es habitual en estos mercadillos navideños, el Glühwein, un vino caliente especiado.

A mí no es una bebida que me apasione especialmente, de hecho el olor tan pesado y frecuente que envuelve el país por esas fechas me revuelve un poco el estómago. Sin embargo, mi prima quería probarlo, así que pedimos una taza (normalmente te cobran un depósito que te devuelven cuando la entregas).

Para no beberlo a palo seco, compramos unas salchichas y nos dimos un paseo por el mercadillo.

Desde Gendarmenmarkt tomamos la U2 hasta Alexanderplatz para subir a la Fernsehturm. Esperábamos encontrar cola para subir a la torre, ya que suele ser uno de los lugares más turísticos de la ciudad; sin embargo, tuvimos suerte y apenas tuvimos que esperar ni para sacar las entradas ni para subir en el ascensor.

Construida en los años 60 por la RDA, con sus 368 metros de altura ofrece unas vistas 360º de la ciudad. Es el monumento más alto de la ciudad y la tercera torre de la televisión más alta de toda Europa.

Cuenta con un restaurante giratorio que permite desayunar, comer o cenar mientras disfrutas de las vistas 360 sin tener que moverte de la silla, no obstante no es barato. Intentamos reservar para desayunar un día, pero se nos iba de presupuesto y los horarios eran muy tardíos para nosotros. Así pues, nos conformamos con la visita tradicional.

Desde el mirador a 203 metros de altura podemos ver el plano de la ciudad, así como los edificios más importantes (el Ayuntamiento, el Reichstag, la Puerta de Brandeburgo, la Catedral, los museos, la Potsdamer Platz…). Aunque para algunos hay que afinar la vista, ya que se pierden entre tanto edificio.

Y por supuesto tenemos una buena perspectiva de la Alexanderplatz.

Claro, que todo depende de lo despejado que esté el día y de lo limpios que estén los cristales. También de dónde esté el sol, pues puede reflejar en las ventanas y cegar.

La visita no lleva mucho tiempo, entre media hora y una hora. Todo depende de la cantidad de gente que haya (por aquello de poder asomarse) y del tiempo que empleemos en leer los carteles que nos indican qué tenemos ante nuestros ojos.

Tras la visita comimos en el McDonald’s de la plaza antes de recoger el equipaje en la estación y dirigirnos, ya de noche, a la parada del autobús que nos llevaría a Tegel. Nos fuimos con tiempo suficiente aunque tampoco demasiado, ya que no hay mucho que hacer en el anticuado aeropuerto.

En 2006 la Corte Federal Administrativa autorizó la expansión del aeropuerto de Berlín-Schönefeld y un par de años después se cerró el de Tempelhof (reconvirtiéndose en un parque). Por tanto, Berlín hoy en día cuenta con Schönenfeld a las afueras y con Berlín-Tegel Otto Lilienthal. Este último se encuentra en la ciudad y tiene un plano hexagonal que fue revolucionario en los 60 pero que ha impedido que pueda ser ampliado. Así pues, dado que se ha quedado obsoleto y saturado, la idea era que cerrara cuando se inaugurara el de Berlin-Brandeburgo Willy Brandt. No obstante, esta reapertura planeada para junio de 2012 se ha retrasado varias veces (parece que la definitiva es en octubre de 2020) por tramas de corrupción, por lo que limita el número de rutas nuevas a y desde Berlín y encarece los billetes. Quizá para la próxima vez que vayamos a la capital alemana tengamos suerte y ya esté en pleno funcionamiento.

En cualquier caso, en este caso tocó Tegel y desde allí volvimos a Madrid, dando por finalizado nuestro viaje. Y también el 2018.

Berlín XX. Día 7: Potsdamer Platz, Topografía del Terror y Checkpoint Charlie

Y llegó nuestro último día en Berlín. Teníamos el vuelo por la tarde, por lo que aún podríamos aprovechar la mañana. Eso sí, dado que teníamos que dejar el alojamiento a media mañana, decidimos llevarnos el equipaje a unas taquillas en la estación de Alexanderplatz para así no cargar con él durante todo el día. Sobre todo porque además pretendíamos subir a la torre de la televisión y no sabíamos cómo sería el tema de control de bultos.

Así pues, tras desayunar y recoger nos encaminamos a la estación donde, después de dejar el equipaje volvimos a la U2 hasta Potsdamer Platz, nuestro punto de partida.

Esta plaza fue durante el siglo XIX una zona muy bulliciosa, ya que albergaba hoteles, restaurantes y tiendas. Fue aquí donde se instaló el primer semáforo de Europa en octubre de 1924.

En los años 20 del siglo pasado Berlín contaba con un número similar de habitantes que en la actualidad, por lo que no era de extrañar que se montaran tremendos atascos al no tener un sistema de regulación del tráfico. Los peatones eran los que lo tenían más complicado y, a pesar de que la policía intentaba poner orden haciendo sonar unas trompetas, los accidentes seguían sucediéndose.

Con la instalación de este semáforo torre de unos ocho metros de altura, se intentó regular el tráfico de una de las intersecciones urbanas más congestionadas no solo de la ciudad, sino de toda Europa. El semáforo contaba con cinco lados, por lo que podía verse desde todos los accesos que daban a la plaza. Eso sí, no era automático como los actuales, sino que en la cabina se situaba un policía e iba cambiando los colores para así ir dando permiso a unos u otros. Llevó un tiempo a los berlineses hacerse a él, sin embargo, pronto se convirtió en todo un emblema de la ciudad.

El que vemos hoy en día es una réplica ya que la plaza quedó destrozada con la II Guerra Mundial. La Potsdamer Platz se convirtió en tierra de nadie con la construcción del muro, ya que se quedó en la franja de la muerte. Como recuerdo hoy hay partes del muro expuestas en los alrededores.

Tras la reunificación fue renovada y se ha convertido en el centro neurálgico de la Berlín moderna y vanguardista con imponentes torres al más puro estilo centro financiero.

La planificación de la nueva plaza gira en torno a un centro comercial con salas de cine. El mismo que acoge la Berlinale, el Festival Internacional de Cine de Berlín. En nuestra visita albergaba además las casetas del mercadillo navideño y una rampa de hielo.

Desde allí seguimos hasta el museo gratuito Topographie des Terrors, o lo que es lo mismo Topografía del Terror, ubicado en el lugar en que se erigían los cuarteles de la Gestapo y la SS. Gracias a su exposición podemos conocer más sobre el el Tercer Reich, el funcionamiento de la Gestapo, la II Guerra Mundial y a lo que condujo su fin.

Aunque teníamos tiempo antes del vuelo, no tanto como para ver toda la exposición, por lo que solo visitamos la exterior sobre la famosa Kristallnacht, la Noche de los Cristales Rotos, el 9 de noviembre de 1938.

Aquella noche Josef Goebbels estaba reunido en una cervecería cuando le llegó la noticia de que Ernst von Rath, miembro del partido nazi, acababa de morir. Un par de días antes había sido disparado por un joven judío como venganza por la expulsión de su familia y de otros 15.000 judíos polacos. Este atentado sirvió como la excusa perfecta para invocar un mártir y acelerar el plan contra la comunidad judía. Así, Goebbels animó a la militancia nazi a tomar represalia contra los judíos para que se viera desde el extranjero como una manifestación espontánea del pueblo.

Los nazis se echaron a la calle en todo el país y comenzaron a romper escaparates de comercios regentados por judíos. Empezaron por los más adinerados y dejaron marcados los de otros más modestos para una segunda ronda. Además, muchos judíos fueron sacados de sus casas y obligados a caminar descalzos sobre los cristales rotos. Sus viviendas fueron dañadas y destruidas, así como miles de sinagogas y cementerios que fueron incendiados.

La exposición se encuentra junto a los 200 metros que aún se conservan del muro. Este fragmento marcado como monumento histórico desde 1990 servía de frontera entre los distritos de Mitte (este) y Kreuzberg (oeste). Al igual que ocurría en la calle Bernauer, se pueden ver las marcas de la destrucción ocurrida a medida que se fue construyendo.

Enfrente aún se conserva el antiguo Ministerio de la Luftwaffe, la fuerza aérea del Tercer Reich.

Después de ver la dura exposición, seguimos hasta el Checkpoint Charlie, uno de los pasos fronterizos del muro de Berlín durante la Guerra Fría. Recibe este nombre por el alfabeto de la OTAN (el famoso Alpha-Bravo-Charlie), ya que fue el tercer punto de control para cruzar de un lado a otro. Era principalmente usado por extranjeros y diplomáticos.

Estaba controlado por los estadounidense y por eso podemos ver el panel que indica que abandonamos dicho sector (el original está en el Museo del Checkpoint Charlie).

En la actualidad, tanto el panel como el puesto se mantienen como recuerdo y reclamo turístico (la garita original está en el Museo de los Aliados). De hecho, suele haber uno o dos actores posando por si te quieres hacer la foto o sellar el pasaporte (previo pago, claro).

Al lado encontramos el Museo Checkpoint Charlie, que recoge en sus tres plantas historias y anécdotas relacionadas con el muro.

Recientemente el Senado alemán ha comunicado por medio de un tweet que se va a llevar a cabo un proyecto de remodelación de la zona, por lo que quizá no se pueda visitar durante un tiempo.

Al otro lado del cruce se erige el asisi Panorama die Mauer, una estructura cilíndrica en cuyo interior alberga una pintura de 15 x 60 metros a escala 1:1 que traslada al visitante en escenas de la vida cotfiana del Berlín dividido. En el centro cuenta con una plataforma de 4 metros de altura que permite la visión 360º.

Nosotros omitimos su entrada y en su lugar nos dimos un paseo por la exposición al aire libre que había al lado en la que se exhibían fotografías del Berlín reunificado así como algún resto más del muro.

Con el transcurrir de los años, Berlín ha ido recuperando fragmentos y hoy en día el período 1961-1989 está muy presente a cada paso que se da por la ciudad. No recuerdo que en anteriores visitas hubiera tantos lugares significativos del Berlín dividido (de hecho nos costó encontrar restos de muro más allá de la East Side Gallery), aunque quizá tenga mucho que ver con el aniversario en 2018 del tiempo que estuvo Berlín con muro y después sin muro así como aprovecharlo como reclamo turístico. Está muy bien que se recuerde, pero todas las exposiciones y muestras parecen querer incidir en que el gobierno de la RDA se levantó un día y decidió separar Berlín olvidando el detalle de que el país ya estaba dividido tras la guerra y que Alemania Oriental había hecho todo lo posible por construir la barrera pero que no vio otra alternativa ante los ataques y conflictos con occidente. En cualquier caso, no nos detuvimos mucho porque aún quedaba mañana y puntos marcados en nuestra ruta.

Berlín XIX. Día 6 III Parte: Museo de Pérgamo y Museo de Historia Natural

Con el estómago lleno nos dirigimos como ya era costumbre a la Isla de los Museos. Para nuestro penúltimo día tocaba visita al Museo de Pérgamo, el más visitado de Berlín. Comenzó a construirse en 1910 en un espacio en el que hasta entonces se hallaba un edificio en el que se almacenaban objetos de excavaciones arqueológicas. Fue concebido para dar cabida a construcciones monumentales de conjuntos arqueológicos. Así, al contrario de lo habitual, primero llegaron las obras de arte y después se erigió el edificio en torno a estas. Inaugurado en 1930, consta de tres alas que albergan sendas colecciones permanentes: la Colección de antigüedades clásicas, el Museo del Antiguo Oriente Próximo y el Museo de Arte Islámico. Podríamos decir que se trata de tres museos en uno. Además, está en obras para incorporar una cuarta con fachadas de cristal que mostrará la Puerta de Kalabsha, la columnata procesional del faraón Sahure y la fachada de Tell Halaf.

La primera de las salas acoge el Altar de Zeus, la gran estrella del museo y la que le da nombre. Esta construcción, realizada para agradecer a los dioses las bendiciones concedidas, data del siglo II a.C. y estaba enterrada en la acrópolis de la ciudad griega de Pérgamo (hoy Turquía). Fue descubierta en 1871 por un ingeniero alemán y poco después trasladada a Berlín, donde se ha exhibido desde entonces. Tan solo abandonó la capital germana entre 1945 y 1959, pues fue tomada como botín de guerra por los soviéticos. Hoy Turquía intenta que vuelva a su territorio, pero no parece que Alemania esté muy por la labor.

Es una de las obras maestras de la escultura helenística y está considerada como la octava maravilla del mundo antiguo. Lamentablemente, lleva en obras desde 2014, por lo que no pudimos verla.

Otra de las grandes estructuras que podemos encontrar en nuestra visita es la Puerta del Mercado romano de Mileto (hoy también Turquía), una de las obras mejor conservadas del museo. Construida hacia el año 120 d.C. en tiempos del emperador romano Adriano, se correspondía con la entrada sur del mercado.

Cuando siglos más tarde Justiniano mandó construir una muralla alrededor de la ciudad y esta puerta de 17 metros de altura y 30 de ancho pasó a formar parte de la fortificación. Un terremoto la dejó sepultada hasta que un grupo de arqueólogos alemanes la encontró y decidió, como en el caso del altar, llevársela a Berlín, donde fue restaurada.

En el último siglo ha pasado por una nueva restauración ya que quedó dañada durante la II Guerra Mundial.

Al otro lado de la puerta entramos en el Museo del Antiguo Oriente Próximo, donde se exponen más de 270.000 objetos provenientes de las grandes excavaciones realizadas por arqueólogos alemanes en los antiguos territorios de Mesopotamia, Siria y Anatolia (hoy Irak, Siria y Turquía). Así por ejemplo encontramos la Puerta de Ishtar de Babilonia, la Vía Procesional, un modelo de la Torre de Babel y una copia del código de Hammurabi.

La Puerta de Ishtar fue una de las ocho monumentales de la muralla interior de Babilonia. Con unas dimensiones de 14 metros de alto y 10 de ancho, daba acceso al Templo de Marduk. En realidad, se trata de dos puertas, pero la segunda no se ha podido exhibir por falta de espacio.

Fue mandada construir en el 575 a. C. por Nabucodonosor II y está decorada con leones y dragones, los símbolos de Ishtar (la diosa babilónica del amor y la guerra) y Marduk.

Al igual que en los casos anteriores, está en Alemania porque la excavación arqueológica fue dirigida por un equipo germano y del mismo modo el país de origen – en este caso Irak – no está muy contento con la circunstancia. Aunque quizás gracias al expolio aún podemos observar el azul lapislázuli sus ladrillos, quién sabe si habría acabado reducido a cenizas con la guerra.

El código de Hammurabi fue muy importante en su época (1750 a. C.), ya que sirvió para unificar y plasmar por escrito todas las leyes del imperio babilónico. Recibe el nombre del rey que la mandó esculpir y aunque se suele conocer por la popular Ley de Talión (ojo por ojo y diente por diente), fue el primer código en recoger la presunción de inocencia. El que se puede ver en el museo es una copia. El original está en el Louvre.

En la planta superior se halla el Museo de Arte Islámico, que recoge artesanía de los países islámicos desde el siglo VIII al XIX. La mayoría de sus obras proceden de las excavaciones en el Imperio Otomano realizadas por los alemanes en la ciudad de Samarra.

Destaca el Salón de Alepo, una sala realizada en madera pintada y muros decorados por cerámicas. Resulta impresionante ver el grado de detalle, pero bueno, en la línea de lo que habíamos visto en los palacios de Marrakech.

Otros elementos llamativos son el Nicho de Damasco (siglo XV) o el Mihrad de la Mezquita de Maidám en Kashan. Esta última data de 1226 y con sus 2,80 metros de altura consta de un triple nicho con dos semicolumnas y seis franjas caligráficas con versos del Corán.

A mí personalmente me encantó el Mihrad de la Mezquita de Beyhekim (Turquía), con su decoración azul turquesa.

Una de las joyas de esta colección islámica es la Fachada de Mushatta. Con 33 metros de ancho por 5 de altura, formaba parte del Palacio de Qusair Mushatta en Amán (Jordania). Data del siglo VIII y llegó a Berlín en 1903 cuando se lo regaló el sultán osmanlí Abdul Hamid II al Kaiser Guillermo II.

Aunque los bombardeos de la II Guerra Mundial la dejaron dañada, hoy se conservan dos de las bases de las torres (el palacio tenía 23) y aún se puede ver la magnífica decoración en altorrelieve con rosetas y detalles vegetales, animales y fantásticos.

El arte islámico de la Península Ibérica también está representado. De hecho, nos llamó la atención descubrir una cúpula del siglo XIV procedente del Palacio del Partal de la Alhambra, concretamente de la Torre de las Damas.

Está realizada en madera de cedro y chopo tallada y posteriormente pintada.

Además de elementos arquitectónicos destaca la colección de alfombras orientales.

El Museo de Pérgamo es sin duda el más impresionante de todos los museos de Berlín. Posee una gran cantidad de construcciones de valor incalculable para la humanidad. Seguir la audioguía, leer todos los textos y contemplar las obras llevaría mucho tiempo, seguramente toda una jornada, pero aunque no se disponga de tanto tiempo, sin duda es una visita imprescindible, aunque sea haciendo una selección de las obras más importantes.

Nosotros lo recorrimos sin audioguía y centrándonos en lo que más nos interesaba, por lo que pudimos optimizar el tiempo y así aprovechar la última hora de la tarde para visitar también el Museum für Naturkunde, esto es, el Museo de Historia Natural. Fue fundado en 1810 en colaboración con la Universidad de Berlín para albergar una amplia selección de minerales, pero pronto comenzaron a llegar otras colecciones de otras disciplinas y el espacio se quedó pequeño. Así pues, se construyó un nuevo edificio en la calle Invalidenstraße que fue inaugurado en 1889 por el Kaiser Guillermo II y que aún hoy sigue siendo su sede. Se halla a un par de kilómetros de la isla junto a la parada Naturkundemuseum de la U6.

Quedó gravemente dañado durante la II Guerra Mundial y lamentablemente algunas colecciones se perdieron prácticamente en su totalidad. Sin embargo, el edificio pudo reconstruirse rápidamente y fue el primer museo en reabrir sus puertas (16 de septiembre de 1945).

No es un museo muy grande, pero sí muy completo. Con más de 25 millones de objetos expuestos, alberga las colecciones más grandes de Alemania en sus tres áreas: mineralogía, paleontología y zoología.

Nada más entrar nos llama la atrapa la impresionante exposición de dinosaurios. Además de quedarnos con la boca abierta con la inmensidad de los esqueletos, podemos completar la información gracias a apoyo multimedia en torno a ellos.

Destacan el Brachiosaurus brancai, que con sus más de 13 metros de altura es el esqueleto de dinosaurio más grande expuesto en todo el mundo y el fósil del ave primitiva Archaeopteryx.

Pero por encima de todos, la joya de la corona es Tristan Otto, un esqueleto original de Tyrannosaurus rex que, con sus 12 metros de largo y 4 de alto, es el único esqueleto de un T-Rex en Europa hasta la fecha y uno de los mejor conservados del mundo.

Fue encontrado en 2010 por el paleontólogo Craig Pfister en el Arroyo del Infierno, una formación geológica que discurre a través de Montana y las dos Dakotas (Estados Unidos). Es un lugar que se formó hace 67 millones de años y alberga bastantes restos de dinosaurios así como de otros animales y plantas, por lo que se pudo determinar que Tristan Otto vivió en una época húmeda, cálida y templada.

Su cráneo, de metro y medio, resulta impresionante. Y más aún viendo su dentadura.

Podemos conocer más sobre los animales y como surgen nuevas especies en la Pared de la Diversidad, donde se presentan unas 3000.

En el Ala Este sorprende la sala acristalada de las colecciones húmedas, un espacio de 12,6 kilómetros de estanterías en el que que se exponen unos 276.000 frascos que contienen peces, arañas, anfibios, cangrejos y mamíferos conservados en formol. Es un poco tétrico, la verdad.

Además, hay una parte dedicada a las técnicas de disecación de los animales y podemos ver ejemplares de lo más diversos.

Los minerales por su parte se encuentran en la sala original del siglo XIX, que alberga incluso algunos de la colección de Alexander von Humboldt.

El museo además tiene amplias exposiciones permanentes muy didácticas sobre el Sistema Solar, la creación del Cosmos y la Tierra y la evolución de los saurios.

Sin duda un museo muy interesante, más aún si se visita con niños.

Para finalizar el día esta vez no nos fuimos en busca de un mercadillo navideño, sino que pensamos aprovechar el abono transporte y tomar algún bus para ver el Berlín más simbólico de noche. No estoy hablando de los típicos buses rojos de Hop on y Hop off, sino de líneas regulares. Se trata de la 100 y la 200.

El 100 fue el primer bus que se creó tras la reunificación y conecta el Zoologischer Garten en el Oeste con la Alexander Platz en el corazón del antiguo Berlín Este. En su recorrido de apenas media hora entre ambas estaciones pasa por numerosos lugares de interés de la ciudad como el distrito de Charlottenburg y la Kaiser-Wilhelm-Gedächtniskirche, por el Tiergarten y la rotonda de la Siegensäule, por el Schloss Bellevue, por el Reichstag, por la Puerta de Brandeburgo y la Avenida Unter den Linden, por el Lustgarten y la Berliner Dom y por la Marienkirche.

El 200 por su parte, aunque inicia también la ruta en la Zoologischer Garten y sigue hasta la Kaiser-Wilhelm-Gedächtniskirche, después se desvía por la parte sur de los parques de Berlín Mitte. Pasa por el zoo y continúa hasta Potsdamer Platz para tomar después la Avenida Unter den Linden compartiendo de nuevo recorrido con el 100. Sin embargo, mientras que este acaba en la Alex, el 200 sigue hasta el barrio de moda de Prenzlauer Berg.

Como teníamos tiempo de sobra, tomamos el 200 desde el museo hasta Zoologischer Garten y allí esperamos a un 100 de doble piso para hacer el camino inverso hasta la Alex, donde tomamos el metro hasta el apartamento.

Tocaba dejar preparado el equipaje, pues al día siguiente volvíamos a Madrid. Aunque aún nos quedaba toda una mañana por Berlín.

Berlín XVIII. Día 6 II Parte: Berlin Wall Memorial

Con una lluvia intermitente y media mañana por delante, tomamos la U8 en Gesundbrunnen hasta Bernauerstraße, una calle en los límites entre los distritos de Wedding and Mitte, que ilustra con gran claridad el impacto que tuvo la construcción del muro en la ciudad y cómo destruyó el espacio urbano y las vidas de los residentes de la zona, y es que este se erigió directamente delante de los edificios situados en esta calle.

Los vecinos se encontraron de la noche a la mañana una frontera de alambre que les dividía de sus familias y amigos, así que muchos de ellos decidieron huir. Algunos lo hicieron deslizándose desde sus apartamentos con cuerdas o saltando a redes de rescate que había colocado el departamento de bomberos de Berlín Oeste. Aunque hubo casos en los que lo lograron, otros muchos se quedaron por el camino, lo que pronto hizo que la Bernauerstraße se ganara el sobrenombre de «la calle de las lágrimas». Una vez que el muro estuvo finalizado, los edificios fueron evacuados y los residentes que aún quedaban fueron obligados a trasladarse a cualquier otro lugar. Después se tapiaron puertas y ventanas y quedaron abandonados.

En el subsuelo también quedó patente esta división afectando al transporte público. Los trenes de las líneas U6 y U8, así como la parte que iba norte-sur del S Bahn cruzaban el área de la RDA pero no se detenían. Disminuían la velocidad mientras sonaba un aviso por megafornía. Estas paradas se convirtieron en estación fantasma, pues en el exterior quedaron tapiadas y no podían ser usadas por los ciudadanos de Berlín Este. En algunas de ellas hoy en día podemos ver exposiciones con fotografías de aquella época.

La Bernauerstraße es también la calle donde el 10 de noviembre de 1989 se creó uno de los primeros pasos entre el este y el oeste y donde en en junio de 1990 (en la esquina con la Ackerstrasse) comenzó la demolición oficial. En este último lugar es donde comienza hoy en día el Berlin Wall Memorial, que se extiende a lo largo de aproximadamente un kilómetro y medio hasta el cruce con la Brunnenstraße (donde se encuentra la boca del metro).

Fue allí donde iniciamos nosotros el recorrido, y lo primero que nos encontramos fue una especie de parque enmarcado entre una cortina de acero (que recuerda por dónde pasaba el muro) y unos edificios cuyas paredes están adornadas con pasajes de la historia de Alemania entre 1961 y 1989.

Paseamos por el espacio que en su día fuera la franja de «seguridad» entre muro y muro donde una exhibición al aire libre nos aproxima a la historia de la división de la ciudad y cómo afectó a ambas partes. Y es que, tras su construcción, áreas centrales de Berlín así como el distrito sur de Wedding, quedaron de repente situados en la periferia de la ciudad.

No muy lejos se halla el monumento al recuerdo de Conrad Schumann, el primer desertor de la RDA, quien huyó saltando el muro cuando aún no era más que unas vallas de alambre y barricadas de madera. Hoy, la foto de Peter Leibing que captó esa huida, también se recuerda en una fachada.

Se echa en falta sin embargo referencia a los antifascistas, ecologistas, jóvenes de izquierda, homosexuales o supervivientes del holocausto que huían de una RFA atestada de nazis y buscaban asilo en la RDA. O a aquellos que cruzaban al lado occidental (muchos con visados) pero que regresaban poco después al este desencantados con lo que habían encontrado (en 1985 de 40.000 alemanes orientales que habían emigrado a la RFA un año antes, la mitad solicitó regresar).

El memorial ilustra cómo fueron cambiando y se expandieron las fortificaciones con el paso del tiempo atravesando incluso el cementerio Sophien-Friedhof. Además, muestra algunos restos, así como placas que nos recuerdan diversos incidentes, como por ejemplo los túneles excavados para intentar escapar al oeste.

Parte del memorial es también la Capilla de la Reconciliación y las excavaciones de un antiguo edificio de apartamentos de aquellos que fue evacuado y cuya fachada funcionó como muro hasta principios de los 80.

La capilla se erige en el lugar en que se encontraba la Iglesia de la Reconciliación, demolida en 1985 después de años totalmente inaccesible tras haberse quedado en la franja entre ambos muros. Hoy es tanto parte del memorial como un lugar de culto.

Junto a la capilla se halla la escultura de Josefina de Vasconcellos llamada Reconciliación, una obra que también se encuentra junto a la Catedral de Conventry, en el Museo de la Paz de Hiroshima. Es una llamada a la reconciliación tras los conflictos mostrando a dos figuras abrazándose de rodillas.

El memorial fue inaugurado el 13 de agosto de 1998, y, un año más tarde, en el 10º aniversario de la caída del muro, se añadió la Iglesia. En 2009 se creó además el Gedenkstätte Berliner Mauer (Memorial y centro de documentación del Muro de Berlín) un centro de visitantes que recoge información documental y educación política. Así, el conjunto permite aproximarse al pasado desde tres aspectos: el artístico, el documental y el espiritual. No se permite realizar fotografías, por lo que nos guardamos la cámara y lo recorrimos con calma (pues además fuera estaba lloviendo). La exhibición cuenta con contenido audiovisual, documentos biográficos y otro tipo de objetos de la época.

Una plataforma elevada en el exterior añadida en 2003 permite además asomarse y ver todo el conjunto del memorial, que queda al otro lado de la calle. Pero sobre todo da una panorámica de lo que era el muro en sí, ya que se conserva una parte formada por muro exterior, muro interior, franja de la muerte, alambradas y en el centro una torre de vigilancia. Y más allá, el cementerio.

Los restos de la frontera representan la situación en 1989. En 1994 solo quedaban las partes de las fortificaciones, por lo que hubo que reconstruir tanto el muro exterior como el interior. Para ello se emplearon elementos originales. En 2009 se añadió la torre, idéntica a la que había en su momento.

Tras una completa mañana aprendiendo sobre la historia de la ciudad, nos dirigimos hacia el centro, donde buscamos un lugar donde comer. Nos sentamos en una terraza (con carpa y calefacción) a comernos unas típicas Currywurst. Este plato tan famoso en Alemania, no tiene sin embargo una elaboración muy complicada. Se trata de una salchicha de cerdo cocida y después frita y aliñada con salsa de tomate y curry. Puede servirse entera con un panecillo, o cortada y acompañada de patatas.

Hoy hay muchas variedades de salsas, tantas como locales, y es que la combinación original Herta Heuwer, su creadora, se la llevó a la tumba. Parece que allá por 1949, un día que no tenía mucha venta en su kiosco de comida rápida en la calle Kaiser Friedrich del barrio de Charlottenburg, se puso a experimentar con salsa de tomate y especias que le había regalado un soldado británico. Esta nueva creación tuvo tanto éxito que la patentó en 1959 en Múnich bajo el nombre Chillup.

Esta versión que comimos nosotros no estaba mal, pero tampoco era una delicattessen. Salchicha con ketchup y curry espolvoreado, básicamente. Pero como hacía frío y teníamos hambre, entró bien y nos cargó pilas para seguir con el día.