Miniserie: Intimidad

Intimidad arranca fuerte con dos historias paralelas que acaban convergiendo al final del primer episodio. Nos sitúa en Bilbao, donde Malen Zubiri (Itziar Ituño, La casa de papel), la teniente de alcalde de la ciudad, ve cómo su prometedor futuro se tambalea tras la aparición de un vídeo donde sale teniendo sexo en una playa con un hombre que no es su marido. Ella, que es una política carismática que tiene el respaldo de la ciudadanía y que ha sido la elegida por su partido para presentarse a la candidatura en las próximas municipales, en principio no considera que este vídeo deba costarle el puesto o la campaña. Sí, quizá sea un tanto humillente, pero es algo que pertenece a su ámbito personal y por lo tanto la única persona que podría pedirle explicaciones es su Alfredo, su pareja. Y esto no va a ocurrir porque el matrimonio lleva tiempo siendo solo un papel con ambos haciendo vidas separadas.

Aunque la postura de Malen es demasiado ingenua, pues la grabación correrá como la pólvora y también le llegará a su hija Leire (Yune Nogueiras), quien no tiene ni idea del arreglo de sus padres y que acaba siendo el foco de comentarios fuera de lugar por parte de sus compañeros de instituto. Por otro lado, la prensa comenzará a asediar a la familia convirtiendo a la política en carnaza de su circo mediático. Para rematar, miembros de su propio partido aprovecharán la coyuntura para forzarla a dimitir y sustituirla en las aspiraciones a la alcaldía de Bilbao. Sin embargo, Malen no está dispuesta a dar un paso a un lado. Se niega a que una intrusión en su intimidad suponga el fin de su carrera. Ella no es culpable de nada, sino la víctima.

La segunda historia en que se centra Intimidad es en la de Ane (Verónica Echegui, Fortitude), que empezamos a descubrir desde el desenlace. En el primer episodio vemos a una profesora llamada Bego (Patricia López Arnaiz, La otra mirada) acudiendo al depósito de cadáveres para identificar el cuerpo de su hermana menor, que ha sido encontrada flotando en la bahía, sin signos de delito y con sus zapatos en la playa. Bego, que vivía con Ane, no tenía ni idea que esta estaba pasando por un mal momento ni que tuviera tendencias suicidas, así que comenzará a indagar para esclarecer qué es lo que le llevó a quitarse la vida.

Y ahí es donde descubre que estaba sufriendo un brutal acoso en su puesto de trabajo después de que se hubieran viralizado una foto y un vídeo de una orgía en la que había participado en el pasado. Y aunque lo comunicó a sus superiores, la empresa no hizo nada por pararlo ni amonestar a los compañeros. La presión pudo con ella.

La serie se inspira en dos sucesos reales. El de Malen recuerda al de Olvido Hormigos, la concejala del PSOE de Los Yébenes que vio cómo se publicaba en 2012, sin su consentimiento, un vídeo en el que aparecía masturbándose. En un principio se planteó dimitir, sin embargo, tras mensajes de apoyo decidió no hacerlo (aunque sí acabaría dejando el partido un año después). Interpuso además una denuncia, aunque quedó archivada porque en aquel momento la legislación española no recogía como delito la difusión de material privado si este no había sido robado o apropiado ilícitamente (ella lo había compartido voluntariamente con su expareja). Precisamente su caso sirvió para modificar el punto 7 del Artículo 197 del Código Penal. Desde entonces, aunque el contenido se haya entregado voluntariamente, la difusión a terceros está considerada como delito contra la intimidad, integridad moral y también acoso.

La trama de Ane bebe de la historia de Verónica, una trabajadora de IVECO que en 2019 se suicidó después de que sus compañeros de trabajo compartiesen un vídeo sexual que ella se había grabado en su intimidad cinco años antes. Pensó que sería algo pasajero, sin embargo la situación fue escalando. Y aunque acudió a Recursos Humanos, desde este departamento solamente la instaron a denunciarlo en comisaría. No lo hizo porque precisamente lo que no quería era que se hiciera público que ni que llegara al que por aquel entonces era su marido. Cuando el vídeo llegó a manos de este sufrió una fuerte crisis de ansiedad y se quitó la vida.

Volviendo a la serie, ambos casos, el de Malen y el de Ane, se se cruzan en la mesa de Alicia Vázquez (Alicia Wagener, La otra mirada), encargada de la división de delitos informáticos de la policía de Bilbao. La concienzuda inspectora intentará por todos los medios llegar hasta el final y hacer justicia. Malen sin embargo lo que quiere es que el tema desaparezca, pasar página y seguir con su vida. Bego por su parte sí que querrá que paguen los culpables y se acercará a la política para que ella, desde su puesto público, se solidarice con su hermana, dado que ella mejor que nadie sabe por lo que Ane tuvo que pasar.

Intimidad aprovecha la historia de las protagonistas para reflexionar sobre los límites entre la vida pública y la privada, la salud mental y el machismo de una sociedad que señala, juzga y culpa a la víctima con comentarios como «no te grabes» en lugar de poner el foco en quien ha difundido las imágenes o vídeos. El problema es que aunque la idea es muy potente y cuenta con un buen reparto, la serie tarda en arrancar y luego falla en la ejecución. El primer problema es su duración: ocho capítulos de una hora cada uno resultan excesivos para una trama que se podría haber contado en seis si se eliminaran algunas subtramas que no se sabe muy bien qué aportan a la principal. Por contra, mientras se dispersa en estas historias secundarias, nos faltan datos sobre las protagonistas. No sabemos nada de la carrera política de Malen, ni cómo surgió el acuerdo con su marido; tampoco cómo era Ane, su vida y por qué acudía a orgías.

Otra cuestión en la que creo que cojea es en el guion. Intimidad va demasiado a lo fácil, con unos diálogos demasiado expositivos y poco sutiles que resultan inverosímiles. En muchas ocasiones los personajes hablan de una manera un tanto artificial, verbalizando aquello que ya se había entendido de primeras, y no como reaccionaría una persona real en esas situaciones. Da la sensación de que la serie toma al espectador por tonto y que tiene que dárselo todo mascado. Los personajes además están dibujados con brocha gorda. No sólo nos falta información que nos contextualice un poco más el pasado de las protagonistas, sino que los personajes masculinos son planos y muy básicos, pura caricatura.

La factura técnica tampoco termina de acertar. Es verdad que la fotografía que hace de Bilbao resulta atractiva, y además se agradece que una serie por una vez no se desarrolle en Madrid; sin embargo, la elección de los escenarios parece seguir más un motivo estético que otra cosa. Y es que no siempre va acorde con la trama. En muchas ocasiones tendría más sentido que dos personajes se encontraran en un bar o en una casa y no al lado del Guggenheim o en el paraninfo de Deusto.

No obstante los fallos en duración, guion o elección de escenarios son cuestiones menores al lado del mensaje final que deja la serie. Porque es realmente preocupante el hincapié que hace Intimidad en que lo primordial es denunciar. Cuando con esto lo único que hace es poner una gran presión sobre los hombros de las víctimas. En el mundo real denunciar no siempre funciona, es más, lo que viene después de la denuncia puede ser otro infierno. A veces la policía no es tan empática, el juicio supone una revictimación o el caso puede hacerse más mediático aún repitiendo una y otra vez el acoso. En la realidad el sistema no funciona tan bien ni tan rápido. Es verdad que acierta al poner a las mujeres en el centro y que sean ellas quienes cuenten su historia (Ane por medio de Bego), pero las víctimas necesitan que se las acompañen en el proceso. Y ahí queda mucho por avanzar todavía.

No sé si para mí la serie no ha funcionado por un problema de expectativas. Quizá esperaba demasiado teniendo en cuenta el reparto y los nombres detrás de las cámaras además de una premisa tan potente y tan de actualidad. Sin embargo, lo que se había vendido como una serie que combinaba drama político con thriller, en realidad no está a la altura en ninguno de los dos géneros.

Serie Terminada: La maravillosa Sra Maisel

Desde su estreno en 2017, La Maravillosa Sra. Maisel, ha sido un enorme éxito acumulando un buen número de nominaciones, más de cuarenta premios (entre ellos Emmy y Globos de Oro) y buenas críticas. No es de extrañar, ya que conquista desde el primer episodio.

La serie nos traslada al Manhattan de 1958. Miriam «Midge» Maisel es una joven ama de casa de la alta sociedad judía estadounidense que ha conseguido todo a lo que una mujer de la época podría aspirar: está casada con un buen marido con el que tiene dos hijos, vive en un fantástico apartamento en el Upper West Side en el que tiene un inmenso vestidor con ropa adecuada para cada tipo de evento y no tiene que trabajar. Sin embargo una noche el mundo de la protagonista se desmorona. Midge acompaña a su esposo Joel a su actuación semanal en el Gaslight Cafe, donde este prueba suerte como monologista. El pase sin embargo no termina de funcionar entre el público y ella, para animarle, le propone un par de cambios en el texto. Estas sugerencias no obstante no hacen más que frustrar a su marido, quien proyecta su decepción sobre ella y le comunica que se marcha con su secretaria, con quien está teniendo una aventura.

Desolada y descolada, intentando comprender cómo se ha desmoronado su perfecta vida cuando ha cumplido con todo lo que se esperaba de ella, acaba emborrachándose y volviendo al local, donde, antes de darse cuenta y con toda la furia que lleva dentro, está aireando su historia. La cuestión es que lo que nace como una forma de desahogo, de exponer en voz alta la mierda de noche que lleva, acaba convirtiéndose en un monólogo que, a diferencia del de su marido, arrasa entre el público. Midge descubre entonces que no sólo tiene madera de cómica, sino que además ha disfrutado con la experiencia. Así, cuando Susie Myerson se ofrece como representante, decide explorar esta faceta comenzando una aventura por los clubs de comedia del Downtown.

A lo largo de 5 temporadas La Maravillosa Sra. Maisel nos sumerge en el proceso de liberación de una mujer que hasta ahora no se había planteado qué quería ser en la vida, ya que la sociedad le había reservado el lugar de esposa, madre y ama de casa. Acompañamos a una Midge que navega entre el dolor por el abandono de su marido y su emoción por abrirse camino en el mundo de la comedia. Sin embargo, este sufrimiento poco a poco va quedándose en el camino a medida que persigue su sueño de emancipación y se centra en su vida como cómica.

No lo tendrá fácil, claro, pues a pesar de que es inteligente y tener un ácido sentido del humor, el mundo de la comedia no deja de ser, como todos los demás, un mundo dominado por los hombres. Ella afronta los reveses con optimismo, buena voluntad y mucha elegancia, pero con el tiempo también será consciente de que sus aspiraciones profesionales no solo la afectan a ella, sino también a los que la rodean.

La serie se resiente en su tercera temporada. Entiendo que después de las dos primeras centradas en la Nueva York de finales de los 50 la trama tenía que avanzar cambiando a la protagonista de escenario. Y aunque sigue habiendo una magnífica reconstrucción histórica, no termina de funcionar porque se enreda en numerosas tramas secundarias. Al poner el foco en las reivindicaciones de los años 60, los conflictos de Midge se quedan sin oxígeno, se disuelven entre habitaciones y escenarios de hotel de la gira de Shy Baldwin. Y es que Midge como mujer blanca de clase privilegiada no puede ser la abanderada de la lucha de los derechos civiles de negros y homosexuales. Por mucho que comparta espacio con ellos. Y menos cuando ella ni siquiera parece consciente de sus privilegios en sus conversaciones con Susie.

Por suerte, La Maravillosa Sra. Maisel corrige su rumbo en la cuarta temporada regresando a Nueva York y a los locales del Village en los que la policía intervenía a la mínima que el contenido fuera un poco inapropiado y el cómico acababa pasando la noche en comisaría. En crisis, sin dinero, con muchos gastos y poco reconocimiento, Midge se ve de nuevo haciendo bolos como en la primera temporada. Esta vez sin embargo ya no es la misma. Ha pasado tiempo y ha tenido que lidiar con unos pocos problemas, pero lo que tiene claro es que quiere dedicarse a la comedia. Tiene un propósito, la experiencia y el talento, así que vuelve dispuesta a hacerse un hueco en los carteles de los clubes. Se acabó la época de ser telonera o relegada a un segundo plano a la espera de si hay que rellenar tiempo porque alguno de los cómicos ha fallado.

Sin embargo, ni con esas termina de despegar. Midge siempre tiene la sensación de dar dos pasos adelante y después dos para atrás. Por mucho que conquiste a los espectadores, al final los dueños de locales, que son quienes eligen a los cómicos, le cierran todas las puertas. Pero hay esperanza, pues la quinta temporada nos muestra con un salto temporal que finalmente triunfó. Con este cambio narrativo en que la historia va adelante y atrás en el tiempo la serie insufla un soplo de aire fresco, pues nos avanza que tenemos una meta, que todos los sacrificios y rechazos justifican el viaje y elimina de la ecuación tramas insustanciales.

En la línea temporal del presente la protagonista sigue probando suerte en los locales nocturnos, pero empieza a trabajar además como guionista en The Gordon Ford Show, un Late show con una gran audiencia. Y aunque en principio es un trabajo muy diferente al de los monólogos, la esperanza es darse a conocer, que reconozcan su talento y algún día tener un hueco también ante las cámaras. Pero la cuestión es que a Midge, como siempre, le cuesta hacerse escuchar en un entorno de hombres y que estos tomen en serio sus textos para incorporarlos al guion. Además, el presentador tiene la regla de que ningún guionista será además cómico en su programa, por lo que parece que las intenciones de la Sra. Maisel no van a ningún lado.

Pero sabemos que sí, porque en la línea futura vemos cómo es una mujer de éxito y cómo ha evolucionado su entorno. Descubrimos en qué se han convertido sus hijos y cómo se relacionan entre ellos. Y, ¿Cómo consiguió entonces Midge su gran oportunidad? Pues de la misma manera que había hecho siempre: dando el paso y ocupando el espacio donde supuestamente no tendría que estar. Aprovecha una rendija para abrir la puerta de par en par y hacer un monólogo de cuatro minutos que la convertirán para siempre en «la magnífica, la mágica, la maravillosa Sra. Maisel».

La Maravillosa Sra. Maisel es una comedia dramática que brilla con luz propia. Hace reír, conmueve, inspira y cautiva gracias a su originalidad, a lo cuidado de su vestuario y fotografía, a la agudeza y rapidez en sus guiones (recomiendo verla en VO), a un afilado sentido del humor y a un poco de situaciones absurdas. Y aunque su eje central es el viaje de su protagonista desde el papel de la perfecta esposa de la alta sociedad neoyorquina hasta el de la exitosa e independiente cómica en la serie pasan muchas más cosas. La Maravillosa Sra. Maisel es esta historia de emancipación de Midge, pero también es una comedia de enredos familiar.

Por ello, aunque lógicamente el peso recae en el personaje que interpreta magistralmente Rachel Brosnahan, también son importantes la corte de secundarios que la acompañan. Destacan por supuesto sus conservadores padres, el exigente e intelectual Abe (Tony Shalhoub) y la elegante y superficial Rose (Marin Hinkle); su infiel ex-marido Joel (Michael Zegen); sus alocados suegros Moishe y Shirley (Kevin Pollak y Caroline Aaron) y su irreverente y malhablada amiga y representante Susie (Alex Borstein). Y aunque quien más quien menos tiene sus estereotipos, lo cierto es que están muy bien dibujados (e interpretados), por lo que aportan profundidad y complejidad a la historia.

A la vez, hacen que la serie sea más liviana y divertida, especialmente en las escenas que ocurren en casa de los padres de Midge o cada vez que aparecen los suegros. El sumum es cuando se unen los Weissman con los Maisel la mezcla es explosiva. Dan para spin-off. Y es que la serie toma situaciones cotidianas de la vida que magnifica y estereotipa para crear momentos frenéticos, absurdos y, sobre todo, hilarantes.

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Cabe mencionar otro personaje más, el del referente constante en la carrera de Midge, aquel que supo ver y valorar su talento y potencial desde el momento en que se conocieron: Lenny Bruce. Este cómico interpretado por Luke Kirby fue toda una leyenda en su época, aunque su carrera no fue tan brillante como la de la protagonista, ya que acabó muriendo de sobredosis en 1966. Aquí funciona como padrino de Midge, aquel que le da otra perspectiva cuando está desanimada, quien la aconseja en sus inicios y quien la inspira para su gran paso.

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También hay un pequeño romance entre ambos, pero la serie elimina la comedia romántica de la ecuación. Sí que es cierto que Midge prueba suerte con varias parejas tras separarse de Joel, pero no son más importantes en su vida que la comedia. Si hay una historia de amor en La Maravillosa Sra. Maisel es sin duda la que de Midge y Susie. Su relación arranca de forma fortuita y con una Susie remarcando en todo momento que no son amigas y que no tienen nada en común, pero poco a poco el lazo se va estrechando. Y aunque pasan por un período de separación, consiguen recomponer su amistad de nuevo. Incluso mantenerla en el tiempo y estando a miles de kilómetros una de la otra.

La Maravillosa Sra. Maisel, con su capacidad para reinventarse y sorprender, mantiene su estilo, vitalidad, hilaridad y ritmo hasta el final, despidiéndose con un magnífico cierre que hace honor a sus personajes. Esta maravillosa serie demuestra que es uno de los mejores ejemplos de un tipo de comedia que parece haber desaparecido: una punzante, ingeniosa e inteligente, plagada de diálogos rapidísimos a juego con unas escenas en la que los personajes no paran de moverse por el espacio, con gente que entra, otra que se va, conversaciones paralelas entre todos los intervinientes… Y todo ello con una espectacular reconstrucción de la época, una música que acompaña a todo momento y un cuidado vestuario digno de pasarela (tanto que la propia diseñadora Donna Zakowska ha publicado un libro –Madly Marvelous: The Costumes of The Marvelous Mrs. Maisel- en el que recopila bocetos, fuentes de inspiración y creaciones de la serie). Sin duda pasa a mi lista de series favoritas y altamente recomendadas.

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Pamela: una historia de amor

A sus 55 años, Pamela Anderson hace un revisionado de su vida en Pamela: una historia de amor. Con sus propias palabras y a través de imágenes de archivo, así como de vídeos y diarios personales, este icono de los 90 se abre en canal y se desnuda emocionalmente. Lejos del glamour, con la cara lavada (decidió no maquillarse después de que se muriera su maquilladora), ropa cómoda y descalza, relata desde su casa en la Columbia Británica la historia de su fama, su vida amorosa (se ha casado cinco veces) y su escandaloso vídeo sexual.

El documental tarda en llegar a la cuestión del robo y posterior difusión del famoso vídeo, porque en realidad, aunque sea lo que más publicidad le dio a Anderson, no es lo que quiere contar. Y cuando llega, entendemos que esta publicación fue mucho más que un simple robo y una violación de su privacidad; fue un golpe tremendo a una persona que empezaba a ser feliz después de una vida marcada por constantes sucesos traumáticos.

La modelo y actriz explica varios momentos turbios de su pasado que dan sentido a su vida y nos ponen los pelos de punta. Ya en su tierna infancia su padre y su niñera abusaron sexualmente de ella; después, cuando tan solo tenía 13 años, fue violada por un desconocido; y más tarde, en su adolescencia fue víctima de una violación grupal cuando su novio animó a los amigos a que usaran el cuerpo de la joven Pamela a su antojo. Con esta experiencia, no es extraño que estuviera acostumbrada a soportar con estoicismo humillaciones, parodias y preguntas constantes sobre su cuerpo y sus relaciones personales. En realidad nunca había tenido el control de su vida ni de su cuerpo.

Cuando parecía que estaba encontrando estabilidad en su vida, que estaba trabajando en algo que le gustaba, de nuevo otro revés: sale a la luz un vídeo sexual privado. La cinta, que había sido grabada durante la luna de miel de la pareja, fue robada en su domicilio durante unas obras, editada por un estudio pornográfico y distribuido en los medios e internet. Pamela y Tommy intentaron frenar su difusión interponiendo medidas legales, pero todo fue en vano, las escenas se viralizaron y la actriz vio como se truncaba su carrera mientras otros se lucraban a su costa. Se convirtió en el centro de bromas bochornosas y comentarios vejatorios. La misoginia de la década de los 90 la destrozó.

Su matrimonio tampoco duró mucho. Anderson solicitó el divorcio acusando a Tommy de haberla maltratado no solo hacia ella, sino también hacia sus hijos (el pequeño no tenía ni dos meses). Tras un juicio rápido fue condenado a 6 meses de cárcel. Después se casó otras cuatro veces más. Y es que como ella misma reconoce, es una adicta al amor y a los matrimonios, quizá buscando eso que nunca tuvo.

Intentando recomponer su vida, Pamela decidió centrarse en sus hijos (quienes también tuvieron que sufrir bullying constante), en colaborar con PETA y en mostrarse al mundo como una persona más allá de un cuerpo sexualizado. Ahora se confiesa ilusionada por los nuevos retos profesionales. Y es que en el período en que se rueda el documental se encuentra interpretando a Roxie Hart en una nueva versión del musical Chicago para Broadway. Es su momento de reivindicarse como artista y de que sea tomada en serio.

Pamela: una historia de amor permite acercarse a la historia de una mujer cuya vida siempre habían contado otros. Con un estilo austero y una estructura lineal deja que sea ella, desde la humildad y la sencillez, quien ponga voz al relato. Aunque quizá le sobra media hora de metraje. Visita el pasado con la cabeza bien alta saliendo del papel de víctima para tomar las riendas de su vida, sanarse y luchar por los sueños que le arrebataron.

Nueva serie a la lista «para ver»: El poder

Basada en la novela homónima de la autora británica Naomi Alderman publicada en 2016 que obtuvo el premio Baileys de Ficción para Mujeres un año más tarde, El poder narra la historia de un grupo de adolescentes que, de un día para otro, descubren que han desarrollado la habilidad de electrocutar a voluntad con un simple toque. Es hereditario y no se les puede quitar.

El poder arranca presentando a las protagonistas repartidas por todo el mundo, desde Estados Unidos hasta Rusia, desde Inglaterra hasta Nigeria, y todas ellas con algo en común: a todas se les ha manifestado este nuevo poder. Un comienzo que recuerda un poco a Sense8. La mayoría de los integrantes del reparto son jóvenes talentos no muy conocidos. Desde luego el nombre más potente de la producción es del de Toni Collette (United States of Tara, Creedme, The Staircase), que interpreta a la alcaldesa de Seattle Margot Cleary-Lopez. Precisamente su hija Jos (Auli’i Cravalho) es una de las adolescentes con poderes, por lo que intentará por todos los medios no solo protegerla, sino que este nuevo poder sea empleado de manera responsable.

El resto de los personajes que conocemos en esta introducción son Alli Montgomery (Hallie Bush), una joven víctima de abusos que ha perdido el habla y que escucha una voz en su cabeza que la anima a defenderse; Roxy Monke (Ria Zmitrowicz), la hija ilegítima de un poderoso criminal londinense; Tatiana Moskalev (Zrinka Cvitešić), una estrella de la gimnasia moldava a la que su madre vendió para contraer matrimonio con un político y Tunde Ojo (Toheeb Jimoh, Ted Lasso), un joven aspirante a periodista que se hace viral cuando comparte en internet las imágenes del poder en acción.

La serie recuerda a The Gifted, especialmente porque estamos hablando de adolescentes que descubren que tienen poderes, pero también tiene, como decía al principio, algo de Sense8 por ese halo misterioso y su internacionalidad. Sin embargo, el punto diferencial aquí radica en que centra su historia en una sociedad matriarcal. Inspirada por las historias de Margaret Atwood, la autora de la novela quería desarrollar qué pasaría si el conocido como «sexo débil» de repente se revelara y fuera quien tiene la fuerza y el poder. Cómo sería el mundo por ejemplo si se cambiaran las tornas y las mujeres ya no tuvieran miedo a caminar solas de noche, o a quedarse con un hombre en un espacio cerrado porque tendrían literalmente en sus manos la forma de defenderse.

El primer capítulo me llamó bastante la atención como para añadirla a mi lista de «Series para ver«. Hay mucho potencial y plantea cuestiones interesantes. Habrá que ver cómo se desarrolla. De momento la primera temporada cuenta con 9 episodios y en principio el universo de la novela tiene material para que continúe en una segunda.

Miniserie: The First Lady

Tradicionalmente la Historia (como la Ciencia, la Literatura, el Arte…) se ha contado desde la perspectiva de los hombres que participaron en ella olvidándose de las mujeres que también han sido imprescindibles para el avance de la sociedad. No obstante, en los últimos años, gracias al feminismo, se están recuperando sus aportaciones. En la ficción esto queda reflejado en que cada vez hay más producciones (aunque faltan muchas más) en las que son las mujeres las que están en el centro del relato. The First Lady busca precisamente eso, contar la evolución de la sociedad estadounidense no a través de los presidentes del país, sino a través del papel que jugaron sus primeras damas. La serie, que pretendía ser una antología con protagonistas diferentes en cada temporada pero se ha quedado en miniserie, se centra para ello en tres figuras imprescindibles: en Eleanor Roosevelt (esposa de Franklin D. Roosevelt) a principios del siglo XX, en Betty Ford (cónyuge de Gerald Ford) a finales del mismo y, finalmente, en Michelle Obama (mujer de Barack Obama) a inicios del siglo XXI.

A lo largo de 10 episodios The First Lady nos narra el antes, durante y después de la administración de sus maridos para indagar en sus pasados y el de sus respectivas familias, así como en sus inquietudes más allá de su papel como primeras damas. Sus historias se entrelazan de manera orgánica para mostrar cómo las tres protagonistas tuvieron que enfrentarse a problemáticas similares en tres épocas diferentes. La serie muestra así lo mucho que tienen en común (no querían ser primeras damas, tienen que dejar sus metas de lado para ser comparsas de sus maridos y han de soportar el machismo y la presión del cargo) y lo poco que ha evolucionado el rol de primera dama a pesar de haber pasado un siglo entre Roosvelt y Obama.

Eleanor Roosevelt, interpretada por Gillian Anderson (Sex Education), era una mujer de la alta burguesía (su tío era el presidente Theodore Roosevelt) inteligente y culta que, cuando su marido, Franklin Roosevelt (encarnado por Kiefer Sutherland, 24, Sucesor designado), llegó al cargo de POTUS, no se conformó con el papel de consorte que apoya a su esposo en todo y acude a algunos actos benéficos. Muy al contrario The First Lady nos muestra a una Eleanor muy implicada políticamente y que siempre hacía valer su opinión, para desgracia de su suegra, una mujer que veía de mal gusto que su nuera no cumpliera con el papel tradicional de amante madre y sumisa y obediente esposa.

La realidad era que el matrimonio, con cinco hijos para cuando se mudaron a la Casa Blanca, ya tenían vidas separadas de facto. El divorcio no parecía una opción, pero con las relaciones extramaritales de él y la homosexualidad de ella la pareja estaba rota aunque de cara a la galería fingieran lo contrario. Simplemente llegaron a un acuerdo para trabajar codo con codo como colegas. Así, Eleanor sostuvo la carrera política de Franklin durante sus cuatro períodos presidenciales (1933-1945) y le asistió en su enfermedad (en 1921 contrajo la poliomielitis y perdió la movilidad de cintura para abajo).

The First Lady presenta a una Eleanor sensible y compasiva, de mirada atenta y reflexiva que influyó en las medidas políticas de la administración Roosevelt, como la ampliación del alcance del New Deal. Muy activa en el partido demócrata y en organizaciones feministas, publicó columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Además llegó a tener su propio programa de radio semanal. Aprovechó su posición y la atención que recibía para reivindicar la igualdad social, racial y de género. Fue pionera en la lucha por los derechos humanos y acabó siendo nombrada presidenta de la Comisión de Derechos Humanos y jugó un papel fundamental en la elaboración de la Declaración Universal presentada en 1948.

Betty Ford, protagonizada por Michelle Pfeiffer, se convirtió de rebote en Primera Dama cuando su marido Gerald tuvo que asumir el cargo de presidente tras la renuncia de Nixon. Se encontró así con un papel que no quería y en el que se le exigía ser la mujer perfecta. No solo se le pedía acudir a diversos eventos y ejercer de consorte con su marido con una mera función ornamental, sino que se le exigía una vida inmaculada y libre de escándalos más allá de los actos oficiales. La llegada del televisor a los hogares estadounidenses hizo que la mujer del presidente fuera objeto del escrutinio público. Había interés por saber qué vestía, qué cosmética usaba, qué le gustaba cocinar… cualquier detalle interesaba.

Betty, que había sido modelo y bailarina de la compañía de Martha Graham, sabía moverse delante del público, así que, al igual que Eleanor, pensó que ya que iba a tener todas las miradas puestas en ella, iba a aprovecharlo. Incluso aunque sus campañas no fueran acordes con la política de su Gerald.  The First Lady sigue los pasos de una Betty que luchó por impulsar una clara agenda feminista que contrastaba con la republicana de su marido. Apoyó al movimiento feminista, se manifestó a favor del aborto y fue una pieza fundamental en la ratificación de la ERA (Equal Rights Amendments) entre los años 1974 y 1977. Además, en una época donde se escondía la enfermedad, ella por el contrario habló públicamente de su cáncer de mama y posterior mastectomía reivindicando los derechos de la mujer a nivel sanitario.

La serie muestra a una mujer que sufre altibajos, que no encuentra su sitio siempre teniendo que cumplir el papel que le marcan. Adicta a las drogas y al alcohol, también hizo campaña para visibilizar los problemas de adición participando en los medios y fundando una cadena de centros de rehabilitación que llevan su nombre. De paso, reivindicó la importancia de la salud mental.

Finalmente, el último personaje de The First Lady es Michelle Obama, quizá el más conocido de los tres dado que es el más reciente. Viola Davis (Cómo defenderse a un asesino) da vida a una mujer que siendo una abogada de éxito ha de poner su trabajo en pausa cuando su marido Barack gana las elecciones. Al igual que las dos anteriores intenta no dejarse arrastrar por las obligaciones del POTUS y busca una manera de sentirse útil. Con ella vemos cómo ha evolucionado el papel de la primera dama. Y es que Michelle llega a ser toda una figura de relevancia, no solo una mera acompañante. Tiene su propia agenda y se convierte en un referente.

The First Lady muestra a una mujer que se negó a ser invisible y a la vez estar todo el día bajo el foco del escrutinio público. Abundan las escenas en las que discute con su marido sobre política, sobre cómo afrontar los retos y vemos cómo al igual que Eleanor y Betty se debate entre cumplir un papel de comparsa que no quiere ocupar y aprovechar ese foco para alzar la voz. En su caso decide en centrarse en luchar contra el racismo y a favor de una sanidad universal, dos temas que siempre habían estado presentes en su vida.

Aunque su papel como primera dama sigue siendo el de acompañar, la administración Obama es muy consciente del potencial de Michelle y se le pide que intervenga en las campañas de su marido, incluso tomando la palabra para arrastrar el voto femenino. La serie pone de relevancia no obstante que no siempre estuvo a favor de estas intervenciones y da a entender que la presidencia de Barack Obama no habría conseguido todo lo que consiguió en políticas sociales  si no hubiera sido por el apoyo de su mujer.

Las tres protagonistas destacan por sus luchas (y logros) en materia de igualdad racial, social y de género. Todas tienen en común que son unas mujeres fuertes e inteligentes, de firmes convicciones y que aprovechan el puesto que les ha tocado ocupar para hacerse oír y no solo para dejarse ver. The First Lady expone el papel fundamental que tuvo cada una de ellas y de alguna manera cierra el círculo con su elección de figuras, ya que Michelle Obama no habría podido llegar a la Casa Blanca sin la reivindicación de derechos que hizo Eleanor Roosevelt a favor de las mujeres y de la ciudadanía negra y no habría podido reivindicar la sanidad universal y el ejercicio y vida sana sin la aportación de Betty Ford.

The First Lady combina la interpretación de los momentos históricos con imágenes documentales de la época empleadas como recurso para dar verositimilitud a la trama. No obstante, a pesar de que resulten interesantes los acontecimientos relevantes de la historia de Estados Unidos, o temas como los conflictos sociales, raciales y de género; cuando más atrae la atención la serie (especialmente para un no estadounidense) es cuando se adentra en la vida de cada uno de los personajes. Las tres líneas temporales se alternan con unas buenas transiciones, sutiles y eficientes. La fotografía, la escenografía y los vestuarios también ayudan.

A priori The First Lady se vendía sola simplemente con ver el elenco. Ya no solo por Anderson, Pfeiffer o Davis, sino también por sus maridos (Kiefer Sutherland (24) como Franklin D. Roosevelt, Aaron Eckhart (Wander) como Gerald Ford y OT Fagbenle (El cuento de la criada) como el presidente Barack Obama) y resto de secundarios. Sin embargo, en la práctica la serie cojea.

No sé si es por interpretar a personajes reales, pero de las tres actrices principales, la única que me convenció fue Michelle Pfeiffer. Consigue interpretar con naturalidad a un personaje que vive en constantes altibajos emocionales y con problemas de adicciones. Construye a una Betty Ford llena de matices que despierta la empatía del espectador. Por el contrario, Gillian Anderson, al igual que le ocurrió con su Margaret Thatcher en The Crown, da la sensación de que está sobreactuada. Sí, está muy bien caracterizada en su papel como Eleanor Roosevelt, hay que reconocerlo. No obstante, abusa de las muecas, no sé si por la prótesis dental que lleva para parecerse a su personaje. Pero sin duda, quien se lleva la palma es Viola Davis. Entiendo que público y crítica fuera tan rotundamente dura con respecto a su interpretación, porque sus morritos me hacían perder el hilo en sus escenas. Parecía más un sketch de SNL que un personaje de un drama serio.

Parece que la serie no cumplió con las expectativas que prometía. Y es que no puedes prometer una visión feminista de unas figuras históricas que fueron opacadas por sus maridos si a la vez estás validando precisamente ese rol. Además, se queda corta y no profundiza en si las tres mujeres se arrepintieron de haber dejado atrás sus carreras por seguir la de sus esposos o si el título de primera dama les sirvió de algo más que para estar en el centro de todas las miradas. Y para mí, lo más importante, se deja sin responder para qué sirve una primera dama. Está bien como miniserie. Sin más.

Nueva serie a la lista «para ver»: Physical

Creada por Annie Weisman, escritora y productora salida de la cantera de Mujeres desesperadas, Physical nos traslada a la California de los años 80. Rose Byrne (Mrs. America) se mete en el papel de Sheila Rubin, un ama de casa tradicional que pasa sus días encargándose de las tareas del hogar y la crianza de su hija. Todo parece perfecto, pero nada más lejos de la realidad, pues vive silenciosamente atormentada con sus propios demonios interiores que afectan a la percepción que tiene de su propia imagen física. Tiene una visión oscura del mundo, pero especialmente de sí misma y pronto descubrimos que padece algún trastorno de la alimentación. Las cosas cambian sin embargo cuando descubre el aérobic. Como si de una epifanía se tratara, encuentra una inyección de adrenalina en el cardio con mallas y calentadores acompañado de temazos del momento.

Nuestra protagonista siente entonces que gracias a este mundo puede tomar las riendas de su vida e inicia un viaje que le permitirá crecer como persona pero también como profesional, ya que se lanza a comercializar cintas en VHS con sus ejercicios para ayudar a que otras mujeres que sienten vergüenza por su cuerpo o no tienen mucho tiempo para acudir a un gimnasio puedan hacer algo de deporte en casa. Y ya sabemos que le irá bien, puesto que la serie arranca con Sheila en un flashforward de 1986, cuando ya se ha convertido en una especie de gurú de la gimnasia y el cuidado personal. Algo que inevitablemente nos lleva a pensar en Jane Fonda, aunque su creadora no parece haber confirmado la conexión entre la actriz y Sheila Rubin.

Aunque me costó un poco pillar el tono de la serie por la voz en off cargada de comentarios negativos, Physical engancha con una fotografía y una música que rápidamente nos lleva a los años 80. Ya sabemos que esa época siempre nos genera nostalgia. El tema me atrae y me interesa ver cómo una mujer tan imperfecta, contradictoria y compleja como la protagonista consigue empoderarse y recuperar su autoestima a la vez que se convierte en un referente de la época. Sin duda va a la lista de series «para ver».

Miniserie: La directora

El primer episodio de La directora prometía, sin embargo, tras haber visto la temporada completa tengo la sensación de que es un quiero y no puedo, un producto inacabado. En el piloto se nos presentaba a la Doctora Ji-Yoon Kim (Sandra Oh), profesora en la Universidad de Pembroke a quien acaban de nombrar directora del Departamento de Inglés, convirtiéndose así en la primera mujer en la historia del centro en ocupar este cargo, y uno de los pocos miembros del personal universitario que no es ni hombre, ni blanco, ni occidental. Con la difícil tarea de recortar el presupuesto destinado a las carreras de humanidades por el bajo índice de matriculados, Kim afronta su nuevo puesto con decisión, pero con la sensación de que le han pasado un marrón.

Creada por Amanda Peet (The Good Wife) y producida por David Benioff y D. B. Weiss (Juego de Tronos), la historia tenía muchas intenciones, y parecía que iba a girar en torno al choque generacional en el ecosistema universitario señalando de paso su misoginia y racismo. Sin embargo con una temporada tan corta de tan solo seis episodios de una media hora cada uno apenas da tiempo a profundizar en ningún tema. La directora intenta poner encima de la mesa debates sobre el feminismo, la intolerancia, el acoso laboral, la brecha salarial, el conflicto generacional, la corrección política o la cultura de la cancelación, pero son demasiados para tan poco metraje.

Además, no consigue encontrar su tono. En principio parece tratarse de una comedia centrada en el lugar de trabajo, en otras ocasiones de una familiar, y, en menor medida, de una romántica. Creo que con el tiempo que contaba, debería haberse centrado en la primera faceta, olvidándose de meter con calzador una relación pseudoamorosa, o la subtrama de la hija adoptada de origen mexicano que se cría con un abuelo coreano que se niega a hablar en inglés. Sobre todo porque cuando se enreda en las subtramas pierde el norte y genera confusión sobre quién es realmente la protagonista y qué es lo que quiere contar. Llama poderosamente la atención que una serie con un marcado corte feminista como esta lleve a su protagonista femenina al trantrán del resto de personajes y de tramas. Es supuestamente el centro de la historia pero no es quien lidera la acción, sino que no se mueve salvo para reaccionar ante los actos de los demás. Y además intenta manejar los problemas que surgen sin molestar, sin herir a nadie, por lo que se convierte en un pelele de los hombres que la rodean. Al final parece que tiene el espacio que le reservan los hombres, no el que ella se hace.

Sandra Oh está en su línea, pero la serie no va más allá de una comedia de situación. No aporta mucho más. Su final es hasta frustrante, ya que no resuelve prácticamente ninguna de sus subtramas. No sé muy bien adónde quería ir su creadora.

Miss Americana

La verdad es que no soy fan de Taylor Swift. Obviamente conozco alguna de sus canciones, ya que es una de las artistas más reconocidas del pop actual, pero poco más. Uno de estos días de época veraniega con algo de tiempo libre y unas temperaturas que no invitaban a estar en el exterior decidí darle una oportunidad a Miss Americana, un documental que repasa los aspectos más destacables de su carrera estrenado en 2020.

La película, narrada en primera persona en 2019 mientras está componiendo y produciendo su séptimo álbum Lover, vuelve la vista atrás para dar a conocer los detalles de los inicios de la cantante en la industria musical y cómo ha llegado hasta ese momento actual. Sirviéndose de vídeos personales, de material de archivo de medios de comunicación, conciertos y de entrevistas en su propia casa, muestra la capacidad artística como compositora e intérprete de Swift, pero también ofrece una visión completa y emotiva de una superestrella que expone su lado más humano revelando algunos secretos y fragilidades que no había expresado con anterioridad. Miss Americana muestra cómo ha aprendido (o al menos cómo está en ello) la artista a gestionar la diferencia entre la imagen que el público tiene de ella y lo que ella quiere ser. Se trata de un documental que está narrado de forma positiva y con la mirada al futuro, pero que no esconde las angustias y vulnerabilidades de su protagonista. Y es que dado que ha conseguido fortuna y reconocimiento, parece ser que la opinión general es que debe tener una vida perfecta y sin complicaciones. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, ya que la joven ha tenido que aprender a gestionar cada golpe en un mundo dominado por el culto a la belleza, la exposición pública y la corrección política.

Miss Americana arranca precisamente con Swift analizando los diarios de su infancia para darnos a entender desde dónde partía. Por aquel entonces, y al principio de su carrera, su objetivo vital era hacer lo correcto todo el tiempo, ser una buena chica. Y ya se sabe que una buena chica no habla demasiado, no alza la voz, no protesta y no expresa su opinión, especialmente política. Partiendo de esta base, el documental muestra cómo la artista se transforma en una mujer fuerte y empoderada que es capaz de romper con estas creencias que tenía tan arraigadas y de hacer valer sus ideas y aprovechar su notoriedad para denunciar las injusticias. Es todo un viaje el que realiza desde esa adolescente modosita y sonriente que aparece al inicio entonando el himno nacional hasta la mujer del final que se enfrenta a casi todo su entorno para alzar la voz y criticar las políticas de Trump.

En la primera parte del documental se nos introduce a un personaje condicionado a ser feliz en respuesta al aplauso de la gente. El máximo anhelo de Swift es sentirse aceptada, algo que no es de extrañar ya que desde muy pequeña se acostumbró a los elogios. Niña prodigio del country, se convirtió en la artista más joven en firmar un contrato con Sony/ATV. Pronto llegó a ser un fenómeno de ventas sin precedentes, y es que nada más lanzar el álbum consiguió colocarse en los primeros lugares de la lista Billboard 100. Con 19 años estaba en la cima del éxito tras recibir el máximo reconocimiento de la Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación por Fearless, su segundo álbum, además de cuatro premios Grammy.

Sin embargo, esta confianza se resquebraja por completo cuando al recoger su premio en la gala de los MTV 2009 Kanye West interrumpe su discurso e interpreta que los abucheos del teatro van dirigidos a ella y no al rapero. Este suceso tuvo serias repercusiones en la autoestima de la cantante, quien hasta el momento no había experimentado el rechazo o la burla del público. A partir de ese instante, sintió una mayor necesidad de complacer a todo el mundo. Y mientras ella perdía confianza, West hacía caja. En 2016 lanzó su canción “Famous”, en la que mencionaba a Swift con una frase que menospreciaba su trayectoria musical. La cantante se mostró contrariada y las redes la acusaron de hacerse la víctima. Su imagen de chica buena se transformó de momento en la de malvada aprovechada. Totalmente descompuesta, la artista se tomó un año fuera de los focos y aprovechó para transformar el dolor en su siguiente disco, el sexto de estudio: Reputation.

Y, a pesar de que acabó su trabajo muy orgullosa, acabó destrozada porque no obtuvo las nominaciones que esperaba a los Grammys. La necesidad de ser validada por los demás seguía ahí, y la artista ha tenido que trabajar su salud mental para no vivir solo dependiendo de las críticas, tanto buenas como positivas. No obstante, señala que, como en tantos otros ámbitos de la vida, como mujer, ha de enfrentarse a más obstáculos.

En diferentes puntos de Miss Americana denuncia la doble moral de la sociedad y la misoginia interiorizada en la industria de la música. Los artistas también están expuestos a las críticas, claro, pero hay diferencias evidentes. Mientras ellos pueden seguir repitiendo la misma fórmula porque eso significa que tienen un estilo; ellas se ven obligadas a reinventarse constantemente intentando encajar en los diferentes géneros porque si no se dice de ellas que se han encasillado. Mientras que los hombres pueden salir a cantar de forma estática, incluso sentados; sus compañeras deben crear coreografías cada vez más complicadas y espectaculares y por supuesto cantar mientras las realizan. Mientras ellos pueden engordar o quedarse calvos; ellas deben cumplir unas expectativas manteniéndose jóvenes, delgadas y ágiles.

Y precisamente esta es otra de las cuestiones que han afectado a la salud mental de Taylor Swift: el inalcanzable canon de belleza. La constante exposición a los medios y los comentarios que se hacían sobre su físico la llevaron a sufrir anorexia intentando cumplir las expectativas de la sociedad. Y, aunque comenta que ya lo ha superado y se centra en estar sana y no tanto en una talla concreta, aún lucha con sus demonios internos cuando ve una foto suya publicada evaluando si ha cogido peso.

De nuevo todo gira en torno a esa obsesión por ser esa niña buena que buscaba agradar a todo el mundo, que vivía silenciada porque tenía interiorizado que sus ideas eran irrelevantes y que no tenía que incomodar a los demás con sus opiniones. Sin embargo, esta manera de enfrentarse a la vida pública cambió en 2017. Su propia misoginia interiorizada tuvo su punto de inflexión cuando sufrió un acoso sexual por parte del DJ David Mueller. Miss Americana muestra a la cantante en su versión más frágil y vulnerable cuando relata la agresión y todo el proceso revictimizante que tuvo que pasar desde la denuncia hasta el propio juicio. Ella decide hablar públicamente no solo por ella, sino como una manera de visibilizar estas cuestiones y para dar valor a todas aquellas mujeres que pasan por una situación similar.

Y una vez que Swift alza la voz en este aspecto, decide que no se va a callar, que está cansada de no defender públicamente sus derechos y creencias por miedo a las represalias o críticas. Está convencida de que si fuera un hombre podría expresar sus opiniones y su carrera no se pondría en entredicho de la misma manera. Por eso, en octubre de 2018 usa sus redes sociales, en concreto Instagram, para llamar al voto contra Marsha Blackburn, senadora republicana por Tennessee defensora de políticas contra la mujer y la comunidad LGTBQ+.

En esta parte del documental se ve a una Taylor mucho más madura, que ha decidido tomar las riendas y defender sus posturas, sean cuales sean las consecuencias. Defiende que no puede ser hipócrita, que no puede ser una mujer que ha denunciado una agresión sexual y ha intentado concienciar sobre la importancia de denunciar para después mantenerse al margen en unas elecciones en las que una de las candidatas retira cualquier tipo de apoyo a las mujeres maltratadas. O que no puede festejar con sus fans el día del orgullo y después guardar silencio ante políticas que les hacen perder derechos conseguidos. Y no lo tiene fácil, pues incluso dentro de su equipo la llaman a no involucrarse ni en política ni religión. Lo curioso (o sea, no) de esa escena es que todos los que se oponen son hombres, incluido su padre. Pero ella no cede un ápice y con lágrimas en los ojos pide que la perdonen, pero que va a seguir adelante pues necesita estar en el lado correcto de la historia.

En Miss Americana podemos ver este proceso de madurez de la artista también a través de su trabajo. El documental la sigue en su casa al piano o con una guitarra, en las salas de grabación con su productor, en los conciertos, en la grabación de los videoclips… En todo momento es ella quien decide y dirige. Deja bien claro que detrás de este icono global que copa las listas de éxito, ha ganado numerosos premios llena conciertos y vende discos como churros hay una mujer que se dedica en cuerpo y alma a su trabajo. Puede gustar más o menos su música, incluso nada, pero es innegable que Swift vive por y para la música.

Y aunque Taylor Swift no necesita presentación alguna después de 15 años de carrera, Miss Americana hace una buena labor en presentarnos a una artista desde su propia perspectiva, no desde las habladurías que critican el número de parejas que tiene, su aspecto físico o sus opiniones políticas. De hecho, el documental funciona mejor cuando se aleja de las entregas de premios, de los conciertos o de las composiciones y grabaciones y muestra a la víctima del sueño americano que se creyó que para triunfar tenía que ser perfecta. Es mucho más interesante ver el crecimiento personal de una mujer que ha encontrado el auténtico potencial de su voz. Porque es la historia de Taylor Swift, pero hay muchas más artistas que en su día a día se encuentran con situaciones similares.

Nueva serie a la lista «para ver»: Machos Alfa

Han pasado dos décadas desde el éxito de Aquí no hay quien viva, y aún sigue siendo una serie de referencia para mucha gente que la pone de fondo en casa cuando está haciendo otras cosas o cuando no le apetece elegir entre tantas plataformas y canales. Incluso existiendo La que se avecina, aquella primera serie es el lugar feliz para un buen número de espectadores. Ahora, los hermanos Alberto y Laura Caballero han escrito y dirigido Machos Alfa, una comedia centrada en cuatro amigos que ya han pasado de los cuarenta a los que de repente no entienden el mundo que les rodea, que sienten que el mundo les ha dejado atrás y que mientras que las mujeres avanzan, ellos quedan relegados a un lado.

Los protagonistas son Santi (Gorka Otxoa), separado que vive con una hija adolescente que le busca citas en Tinder; Luis (Fele Martínez), un policía cuya mujer (Raquel Guerrero) se siente insatisfecha sexualmente; Pedro, (Fernando Gil) un alto ejecutivo agresivo que pierde el trabajo cuando le dan su puesto a una compañera y que pasa a ser mantenido por su chica influencer (María Hervás); y Raúl (Raúl Tejón) un empresario que, cuando quiere casarse con su novia (Kira Miró), descubre que ella sin embargo lo que quiere es abrir la relación.

El primer capítulo, que arranca con los amigos acudiendo a un cursillo llamado Machirulos en deconstrucción, presenta a los personajes y su situación. En apenas media hora ya tenemos claro que, aunque los protagonistas se sienten jóvenes y modernos, en el fondo están chapados a la antigua y todos, de una manera u otra, tienen un problema a la hora de relacionarse con las mujeres. Bien porque no saben cómo relacionarse con las que conoce en aplicaciones para ligar, por falta de entendimiento sexual, porque no conciben que una compañera vaya a ocupar su puesto mientras él pasa a depender económicamente de su chica o porque no entienden cómo su novia no quiere una relación monógama a pesar de que él le lleva tiempo siendo infiel.

Machos alfa tiene a su favor un reparto muy bien elegido en el que parece que funciona tanto cada actor por separado como cuando hay escenas entre varios y sobre todo unos capítulos cortos, algo nada frecuente en la ficción nacional. Así a priori es una serie ligera que hace comedia a costa de sus personajes caricaturizados al más puro estilo de los hermanos Caballero, aunque aún le falta coger ritmo. Tomando situaciones reales pero a la vez muy ridículas consigue hablar de temas candentes de nuestra sociedad. Lo que no me queda claro, al menos con un único capítulo, es si la sátira que se hace de estos comportamientos machistas queda clara. Me da la sensación de que hay quien, en lugar de identificar la crítica sucinta, puede ver los personajes y sus situaciones una forma de verse reflejado y se refuercen así ciertas ideas y actitudes. Queda ver cómo evolucionan tanto la serie (de momento hay una primera temporada de 10 episodios y está renovada por una segunda) como sus personajes y si consigue profundizar en la crisis de la masculinidad hegemónica.

Nuevos hombres buenos. La masculinidad en la era del feminismo, Ritxar Bacete

El feminismo no ha cejado en su empeño por avanzar en el último siglo y con él se ha ido redefiniendo el papel de las mujeres en la sociedad. No obstante, con este cambio, inevitablemente, también ha trastocado el rol de los hombres. Llega pues, el momento de buscar un nuevo modelo de referencia que vaya en consonancia con los tiempos. El antropólogo, trabajador social y formador en políticas de igualdad Ritxar Bacete reflexiona en Nuevos hombres buenos. La masculinidad en la era del feminismo sobre la crisis de identidad de los hombres y la necesidad de crear una nueva masculinidad.

El autor establece una especie de diálogo entre hombres para que pierdan los miedos surgidos a raíz de estos cambios que cuestionan su papel en la sociedad, que los pone ante el espejo y que les interpela ante las desigualdades. El modelo de masculinidad dominante de los últimos siglos se ha resquebrajado y necesitan comprender el presente y buscar nuevos referentes. Pero sobre todo, necesitan entender que vivir en igualdad conlleva inexorablemente, perder privilegios. Y es que, aunque en las encuestas la mayoría de los hombres dicen apoyar la igualdad, los datos muestran una realidad muy diferente. Las mujeres se han ido incorporando al mundo laboral y acercándose más a la cima en los organigramas llegando a puestos o sectores que solo ocupaban hombres, pero por el contrario ellos no se están incorporando a la misma velocidad ni de igual medida al mundo doméstico. Según los datos el tiempo medio que las mujeres destinan a las actividades del hogar supera en dos horas al día al empleado por los hombres. Nuevos hombres buenos hace por ello especial hincapié en la paternidad y en los cuidados para equilibrar la balanza.

Bacete defiende que los hombres han de asumir que la igualdad hoy en día no es una opción, sino una necesidad para una sociedad que se dice democrática. Así pues, deben olvidarse del modelo de padre del siglo XIX cuya función era únicamente la de proveedor económico y adaptarse a una paternidad más activa. Urge a la construcción de nuevas identidades, aunque es consciente de que los cambios son progresivos, pues se van modificando conductas y actitudes en base a unos mimbres caducos y que por tanto existirá un momento inevitable de crisis al descubrir cómo los cuidados desempoderan, roban el tiempo, el protagonismo y la posibilidad de seguir disfrutando del ocio.

Recoge además datos sobre los beneficios de la presencia activa y corresponsable de los padres. Y es que según diversos estudios, las personas que tuvieron un padre involucrado es más probable que cuenten con un mejor desarrollo en áreas como el rendimiento académico, el desarrollo cognoscitivo, una mejor salud mental, menos riesgos en salud sexual y reproductiva, un menor estrés en la vida adulta, menores problemas conductuales y conflictos con la ley que aquellas que vivieron con uno menos participativo. No tanto por el hecho de que el padre se involucre per se, sino porque las responsabilidades se reparten entre varios progenitores y existen más referencias para el desarrollo personal. En este sentido señala que por ejemplo las niñas que se han criado con un padre involucrado tienden a elegir profesiones vinculadas a estereotipos masculinos más que las habituales profesiones femeninas vinculadas al cuidado y al servicio. Es decir, asumen de forma más natural que no tienen un campo limitado de actuación.

Las ventajas van más allá. Indica el autor también que las madres resultan beneficiadas de esta participación paterna, ya que al tener menos sobrecarga en las tareas domésticas y de cuidados mejoran su salud mental y física. También tienen más tiempo para proyectos laborales o de ocio. En definitiva, son más felices porque son más libres, lo que también repercute en la relación de pareja y en la felicidad del hombre. Además, la existencia de un padre que colabora hace que disminuya la violencia de género.

Pero es que además defiende el autor que la corresponsabilidad también es buena para la salud de los propios hombres, ya que su modelo de masculinidad estaría lejos de la hegemónica marcada por el control, el riesgo, la competitividad y la transgresión de la norma. La paternidad activa suele ser un factor determinante para que muchos hombres sean más cautos en sus actuaciones.

Por tanto, según estas afirmaciones que parten de diversos estudios, la igualdad de género influye positivamente en la sociedad. La ciudadanía estaría más sana mental y físicamente, más feliz, habría mayores índices de desarrollo humano (lo que repercute en la economía) y menor índice de violencia (por tanto mayor seguridad).

No obstante, mientras se sigan viendo las tareas domésticas y de cuidados como algo exclusivo de la mujer, la natalidad seguirá bajando. Sin una pareja implicada y con un mundo laboral precarizado, cada vez más mujeres retrasan (incluso hasta desistir) la maternidad por falta de tiempo y dinero. Tiene que haber un cambio cultural y generalizado de la sociedad y me parece adecuado el ejemplo que pone el autor de la rueda de prensa de Sarunas Jasikevicius, entrenador del Zalgiris.

Ritxar Bacete expone problemas y reflexiona sobre posibles soluciones. Algunas son colectivas, como la reivindicación de políticas de igualdad enfocadas a los hombres, no solo a los mujeres; pero en general interpelan a los hombres a nivel particular. Insta a sus congéneres a abandonar esa masculinidad hegemónica que limita su capacidad de sentir y empatizar a la vez que se apoya en una valoración positiva de la agresividad para regular los conflictos y negociaciones. Es hora de dejar atrás esa constante reválida de la heroicidad masculina y buscar otros modelos sociales que contribuyan a una sociedad más igualitaria por el bien de toda la ciudadanía. Por ello reivindica nuevos referentes feministas para ellos en cine, literatura, política, deportes…

El libro es algo denso y repite conceptos una y otra vez. Pero es interesante el acercamiento al feminismo desde la otra mitad de la población. Porque no sirve de nada que solo avancen las mujeres si los hombres siguen frenando dicho progreso. No se pide que el hombre se transforme para cambiar la sociedad, sino simplemente que se involucre al asumir el 50% de las responsabilidades y que sirva de muro de contención del machismo en aquellos espacios en los que ellas no participan.