Interrail por Capitales Imperiales. Día 8: Brno

Dejábamos Viena para dirigirnos a nuestra última parada del viaje: Praga.

Un trayecto de 4 horas en el que pasábamos por Brno. Así pues, decidimos hacer una parada para estirar las piernas y visitar la ciudad, que se encuentra a 40 km de Austria y 60 de Eslovaquia.

A mí sólo me sonaba de las carreras de motos. Sin embargo, es la segunda ciudad más grande de la República Checa por población y superficie. Además, es la sede de la autoridad judicial de la República Checa, del Tribunal Constitucional, del Tribunal Supreno, del Tribunal Administrativo Supremo y de la Oficina del Fiscal Supremo. También es un centro administrativo importante.

Brno como ciudad se fundó en 1243 y a partir de ahí empezó a desarrollarse. En la segunda mitad del siglo XIII llegarían los colonos alemanes, flamencos y valones y con posterioridad los judíos. En el siglo XVI pasa a ser territorio Habsburgo.

Además, fue importante en la historia de la Guerra de los Treinta Años contra los suecos entre 1643 y 1645 dada su oposición. El general sueco que intentaba conquistar Brno en el 45, cansado ya de tanta contienda bélica, proclamó que si para mediodía no se había hecho con la ciudad, se rendiría. El campanero de la catedral muy avispado, adelantó las doce campanadas a las once de la mañana haciendo que el sueco cumpliera su promesa y se retirara. Desde entonces, las campanas de la catedral dan las 12 cuando aún son las 11.

En el siglo XVIII la ciudad cobró importancia en el ámbito textil y a final del siglo XIX, tras la llegada del ferrocarril, llegó a ser uno de los principales centros industriales de Austria-Hungría. La Revolución Industrial influyó mucho en Brno.

A partir del siglo XX la ciudad se verá azotada por los nacionalismos y las dos guerras mundiales. Tras el final de la primera, Brno se queda en Checoslovaquia, a pesar de tener población mayoritariamente alemana.

A finales de siglo, con la desaparición de Checoslovaquia y la creación de la República Checa, Brno se queda como capital de Moravia haciendo la competencia a Praga, capital de Bohemia. Aunque a mí me parece que están a años luz una de otra. Los puntos más importantes de Brno son el Castillo y la fortaleza de Spilberk, así como la Catedral de San Pedro y San Pablo en la colina Petrov. Destacan también la plaza de Moravia y la de la Libertad.

La fortaleza de Spilberk domina la ciudad. Fue presión estatal, y durante la II Guerra Mundial fue usada por la GESTAPO como centro de tortura. Hoy en día alberga el museo de historia de la ciudad.

El edificio más antiguo de Brno es el antiguo Ayuntamiento, del siglo XIII. De él destaca su alta torre. Se puede subir a ella para obtener unas buenas vistas de la ciudad.

El portal, del gótico tardío, fue construido por Antonio Pilgram, el mismo de la Catedral de San Esteban de Viena. Destaca la torreta principal que está inclinada. Cuenta la leyenda que se debe a que el ayuntamiento no pagó al arquitecto lo que habían acordado y, este, como venganza, decidió, en un acto de ironía, dejar inclinada la torre que está encima de la estatua de la Rectitud.

La Catedral de San Pedro y San Pablo se encuentra sobre el emplazamiento de un antiguo castillo que había en la colina Petrov. Es de estilo gótico tardío del siglo XIII y renovado en barroco entre los años 1743 y 1746 después de que sufriera un incendio provocado por los suecos en 1645 cuando intentaban hacerse con la ciudad.

Las torres y la fachada no se acabaron hasta principios del siglo XX. Las  vidrieras de colores en la catedral son una verdadera joya.

Cerca de la catedral encontramos el Monasterio de los capuchinos de Brno con la Iglesia del Descubrimiento de la Santa Cruz. 

Se trata de un edificio, de origen barroco temprano, donde se encuentra la valiosa biblioteca de los capuchinos. En el interior del monasterio está la tumba de los capuchinos, donde reposan momificados miembros de la orden así como importantes personalidades de la ciudad.

En nuestro recorrido llegamos a la Iglesia de San Miguel, una iglesia dominica blanca que se construyó entre los años 1658-67.

Adentrándonos más, alcanzamos la Plaza de la Libertad, que es la principal de Brno y su centro neurálgico. En ella encontramos la Columna de la Peste.

Seguimos hasta la iglesia más valiosa de Brno: el templo de San Jacobo el Grande, con sus extraordinarias bóvedas en estilo gótico tardío.

Casi saliendo ya del centro de la ciudad se encuentra la Abadía de Santo Tomás. Un monasterio de los agustinos donde residió el famosos genetista de los guisantes Gregor Mendel. En sus huertas desarrolló las leyes de la herencia.

Es la única abadía agustiniana en el mundo.

Volvimos sobre nuestros pasos hacia el centro con dirección a la estación. No nos dio para mucho más la parada, pues íbamos pendientes de coger el próximo tren.

Nos vino bien la parada para estirar las piernas y airearnos un poco en lugar de tirarnos cuatro horas sentados en un tren, pero Brno no nos atrajo en demasía, la verdad. Además, empezaba a hacer calor. Con lo bien que habíamos estado hasta el momento.

Por cierto, los trenes son bien cómodos y equipados con sus bandejas y asientos reclinables. Asimismo, dejan un buen espacio para estirar las piernas y descansar.

Praga, allá vamos.

Nueva serie a la lista “para ver”: Lucky Man

Cuando vives con un amante de los cómics, acabas aprendiendo alguna cosilla de ese mundo de relatos con dibujos. De sus personajes, de sus creadores, de sus batallas y culebrones, de que el estilo de los dibujos ha cambiado con los años, del olor de la tinta, de que hay superhéroes que mueren, de alianzas y guerras. Y también te lleva a darle una oportunidad a pilotos de series basadas en ellos. Cada vez más de moda (no hace mucho hablé de Jessica Jones).

Y así es como me encontré un día viendo el piloto de Lucky Man. Perdón, Stan Lee’s Lucky Man, que es el nombre completo de la serie. Y es que para algo está basada en una idea original del escritor de cómics Stan Lee. Nada, un chaval que está empezando, que ha creado Spiderman, La Patrulla X o Los Cuatro Fantásticos y que hace un cameo en la serie firmando copias de cómics en librerías (algo que parece que es marca de la casa).

La serie nos adentra en la historia de Harry Clayton, un detective de homicidios de Londres aficionado al juego que acaba de ser abandonado por su mujer por su problema de ludopatía. Acarrea una gran deuda con un peligroso mafioso chino. Y justamente en el casino de este mafioso, su suerte cambia radicalmente la noche que conoce a una mujer misteriosa que tras una noche de hotel desaparece por la mañana dejándole un antiguo y poderoso brazalete. Esta pulsera parece poner la suerte de su lado transformando totalmente su racha, no sólo en el juego, sino también en otros aspectos de su vida consiguiendo que salga airoso de situaciones comprometidas.

Harry visitará a su hermano, que trabaja con antigüedades, para ver si le puede dar alguna pista sobre tal misterioso objeto, pero no sólo no lo puede tasar ni situar en período histórico o artístico, sino que tampoco se lo puede quitar. Bueno, pues mejor, podríamos pensar. Todo son ventajas, ¿no? Pues no, porque aparte del dilema de si usarlo en su propio beneficio o para el bien común resolviendo casos; descubre que el brazalete tenía un dueño comprometido y que posiblemente aparecerá para recuperarlo.

La narración es un poco lenta, muy inglesa, pero el toque policiaco y ese punto sobrenatural del amuleto le dan un punto interesante a la serie. Y además, salimos de la rutina de las series situadas en Nueva York con su fotografía noir, sus rascacielos y callejones. Londres siempre me recordará a Sherlock, que aunque no tiene aspecto sobrenatural, sí lo tiene de misterioso. En definitiva, habrá que añadirla a la lista «para ver». Porque además, el piloto nos deja con la miel en los labios al terminar de forma abrupta y con poca información del resto de personajes.

Interrail por Capitales Imperiales. Conclusiones Viena

Viena, la famosa Viena. Recuerdo a mi profesor de Literatura alemana del siglo XIX que en cada clase nos preguntaba «¿Habéis estado en Viena? ¿Y a qué esperáis? Buscad un vuelo e id a pasar el fin de semana» Pues bien, tenía yo la espinita desde entonces. Tenía ganas de descubrir qué nos podía ofrecer la ciudad para que estuviera tan obsesionado con ella.

Le voy a reconocer que merece la pena visitarla. Me gustó su casco histórico con la Catedral (que recuerda un poco a la Iglesia de Matías de Budapest), El Hofburg, la Iglesia Votiva, el Antiguo Ayuntamiento, sus parques, sus edificios señoriales y también los modernos, como la Hundertwasserhaus. Además, si se es aficionado a la ópera o a visitar cámaras de palacios, se disfrutará aún mucho más. Eso sí, se necesitará de más días.

Mi profesor decía que le dedicáramos un fin de semana. Obviamente, una ciudad con tanta historia no da para verla en apenas dos días. Pero nosotros concentramos lo importante y nos cundió bastante. La idea inicial era dedicarle los mismos días que a Budapest: dos y medio. Es decir, el día que llegábamos, que contábamos con solo la tarde; y dos días completos. Al final, con día y medio nos bastó. Bueno, el tercer día nos acercamos a la Hundertwasserhaus, pero nos llevaría media hora. El clima del primer día también nos condicionó un poco, pues tuvimos que resguardarnos de la lluvia.

En cualquier caso, creo que Viena se puede ver en dos días si se tiene predisposición a andar y sobre todo si tenemos horas de luz, claro, en invierno no dan igual de sí los días. Lo estructuraría:

Día 1: Ringstrasse. La recorrería tranquilamente a pie descubriendo sus rincones, edificios, monumentos e iglesias. Me adentraría en el centro histórico para comer aprovechando para pasear entre sus callejuelas y después volvería al recorrido circular.

Si se hace pesado, se puede tomar el tranvía que recorre la Ringstrasse y así adelantar en tramos menos interesantes.

Día 2: Palacios y Prater. Este día lo dejaría para lo más alejado. Se puede llegar cómodamente en transporte público, así que tampoco se pierde mucho yendo de un lado a otro. Visitaría primero Schönnbrunn, que está en las afueras y es más grande.

Lleva más tiempo y conviene ir con las pilas cargadas para recorrer sus jardines y subir a la glorieta. Después, me iría a Belvedere y buscaría cerca de la zona un sitio donde comer. Aunque como dije en su día, tampoco le dedicaría mucho tiempo sólo por ver sus jardines.

El Stadtpark merece mucho más la pena. Finalmente la tarde para el Prater.

Y en caso de que quedara algo del centro por ver, intentaría volver a media tarde y ya buscaría un lugar donde cenar y rematar el día.

Como siempre, depende de los intereses de cada uno. Si se quiere ver los palacios por dentro, quizá habría que dejar el Prater para otro día. Pero quizá no estés interesado en los parques de atracciones. Para acudir a la ópera solo hay que dejarse parar por alguno de los figurantes disfrazados de Mozart y Sissí en cada esquina de la ciudad. Reparten folletos y te venden las entradas.

En general, la ciudad es cómoda de ver. Tiene muy buena comunicación gracias a las diversas líneas de tren, metro y tranvía. Además, el centro queda recogido por la Ringstrasse y lo más importante está muy concentrado, así que no tiene mucha pérdida.

Para comunicarse e interactuar, cabe recordar que hablan alemán, con unas erres muy sonora (mucho), pero alemán. Eso sí, dominan bastante bien el inglés. Y para pagar, pues están dentro de la zona Euro, así que no hay que andar echando cuentas de a cómo está el cambio, de cuánto sacar/cambiar, de cuánto cuesta una entrada…

Viena es la ciudad del vals, de la ópera, de la música; de Mozart, Schubert o Strauss; de Sissí; de palacios convertidos en museos; de arte; de parques muy verdes y extensos; de tradición, pero también de modernidad; del café y la tarta Sacher; del Schitzler (pollo empanado); de coches de caballos…

¿Habéis estado en Viena? ¿Y a qué esperáis? Buscad un vuelo e id a pasar el fin de semana. Podéis descubrir una nueva Viena.

 

Obras en casa XIV: Dándole un lavado de cara al pasillo III

Nos habíamos quedado en el pasillo arreglado y bien pintado. Tocaba volver a poner las cosas en su sitio: zapatero, espejo, tapacontador, cuadros, lámina del bosque…

Peeeeero, como de todo se aprende, queríamos hacer mejoras. En la entrada tenemos un banco (des)calzador, bueno, en realidad es un módulo besta con unas patas, que nos da buen servicio porque al dejarlo abierto nos permite usar las baldas para tener los zapatos o zapatillas. No caben muchos pares, pero al menos los que usamos más. Y como además tenemos el otro de pared, complementamos. El problema es que no teníamos un sitio en el que dejar las chaquetas, bolsos y bolsas de la comida al llegar. Podríamos haber puesto un perchero sin más, pero se nos mancharía la pared. Cosa que al final acabó ocurriendo con el tiempo, pues hemos ido apoyando cosas en el banco.

Esto se puede solucionar de varias formas. Una de ellas es con pintura lavable, pero también se puede desconchar del roce, un llavero, una cremallera de hierro… Hay que pensar que es una zona de mucho trasiego. Otra opción es la de poner un papel pintado un poco más resistente, que además ahora los hay muy bonitos. Pero también se puede romper. Así que no nos servía. Pensé en un tablero con un perchero y una balda incorporada. Sería forrar la pared, taladrarlo a la pared y listo. Pero me parecía algo soso. Buscando en google descubrí el mundo palet. El sistema era el mismo, un palet con unos ganchos y una balda anclado a la pared. El problema es encontrar un palet que valiese de medidas así como el tiempo y materiales que conlleva prepararlo, porque la madera hay que tratarla. Además, requiere un espacio para llevar a cabo tal tarea. Así que siga rascando.

De casualidad un domingo vi decogarden y estaban poniendo unas lamas de pvc de imitación madera en la pared de un cabecero y dije «anda, pues no queda mal, eso nos serviría». Con lo que me puse a investigar, a buscar el fabricante, los distribuidores y acabamos en un Leroy Merlin valorando la textura, medidas, colores y si nos era factible.

Parecía que sí, el sistema era parecido al del suelo vinílico, así que nos hicimos con los materiales y herramientas:

  • Lamas de PVC
  • Cúter
  • Metro
  • Lápiz
  • Escuadra
  • Perfiles
  • Grapadora
  • Cinta adhesiva ambas caras

Materiales pasillo

Comenzamos. En nuestro caso lo primero es quitar el radiador, pero ya lo habíamos retirado para colocar la fibra de vidrio, por lo que una cosa menos. Lo siguiente es colocar los perfiles por todo el perímetro de las paredes. Sirve para apoyarlas, pero también como remate o embellecedor. Para fijarlos usaremos la grapadora.

Perfeiles pasillo

Los perfiles los hay de varios tipos, según su uso. No es lo mismo para un ángulo que para una esquina o el que usamos para techo, rodapié y marco de la puerta. Una vez preparado el marco, empezamos con las lamas. Como son de 120 cm y nuestras paredes no son tan anchas, hay que cortarlas. Así que lápiz, metro, escuadra y cúter. El método es el mismo que con el suelo vinílico, aunque el material es algo más duro y cuesta más partirlas, porque además lleva doble cara y una unión (como el cartón).

Cuando tenemos las medidas deseadas, vamos colocándolas. En el programa usaban un adhesivo específico porque la pared era de gotelé y es más irregular. Como nuestras paredes son lisas y no queríamos que si más adelante retirásemos las lamas la fibra de vidrio se quedara pegada a ellas, elegimos una cinta adhesiva de doble cara y la repartimos bien por la parte trasera para fijarlas bien a la pared.

Empezamos el montaje por la parte de arriba. Como abajo tenemos el banco y el radiador, si hubiera que cortar lamas, se vería menos el apaño. La parte del radiador fue la más complicada porque hubo que salvar los tubos y el gancho del radiador. También la última lama, que hay que ajustar al máximo.

entrada

Cuando tenemos todas las láminas puestas, hay que poner los remates con los perfiles que comentaba. A continuación, con el revestimiento terminado, lo siguiente es vestirlo. Volvemos a montar el radiador y colgamos una balda. Para que esta no se caiga del peso y se lleve con ella el revestimiento, ponemos unas escuadras bien resistentes. Además, como necesitábamos un lugar en el que colgar los abrigos, nos hicimos con unos ganchos. Bueno, no son realmente unos ganchos, sino un portarrollos. El asunto de los ganchos tuvo también su debate. Primero encontrar unos que fueran chulos, pero claro, también dónde ponerlos ¿en la pared? ¿en la balda? Porque no sirven los mismos. Y ponerlos en la pared significa más taladros al pvc. Así que nos decantamos por ponerlos directamente en la balda, y que esta se llevara los agujeros. Vi este hack en internet y lo copié. Ya teníamos una balda para dejar botas, por ejemplo, que no me caben en el zapatero. Y un perchero para colgar abrigos, chaquetas y bolsos. Además, le dimos un lavado de cara al banco añadiendo un cojín a medida que nos hizo mi madre.

En la otra pared, la del radiador, en principio valoramos poner otra balda. Pero al final, decidimos que no, porque de momento tampoco nos hacía falta más almacenaje. Así que de momento se ha quedado libre. Quizá en algún momento añadamos algún detalle y listo.

Entrada

Aún queda mucho pasillo por descubrir. Continuará.

Interrail por Capitales Imperiales. Día 7 II Parte: Viena

Aprovechando que aún nos quedaban unas horas de luz cuando regresamos de Graz a Viena, nos fuimos en busca de algún rinconcillo que nos quedaba por localizar.

Se trataba de la Hundertwasserhaus, un edificio residencial construido entre 1983 y 1985 que se encuentra en la Kegelgasse. Corresponde a un proyecto de 1977 de construir unas viviendas sociales. Lleva el nombre de su creador, Friedensreich Hundertwasser.

A mí me recordó mucho a las obras de Gaudí, con su fachada ondulante, su colorido, con vegetación que crece por los diferentes pisos. No se adapta a ninguna concepción convencional de la arquitectura, sino que es una muestra de la creatividad. No obstante, no todo es tan bonito como parece, ya que su peculiaridad no quiere decir que sea práctico, ya que se tienen que realizar labores de mantenimiento específicas para evitar que las raíces deterioren el edificio, o recurrir a andamios y elevadores especiales para poder limpiar los cristales de la fachada.

Los bajos del edificio tienen el suelo en forma de ola. Que puede resultar muy llamativo, atractivo, diferente… pero me parece un peligro para cualquier peatón, más aún la gente mayor, o quien intente llevar un carrito infantil, una bicicleta…

Consta de 52 viviendas, 4 locales, 16 terrazas privadas, un jardín de invierno, 3 azoteas comunitarias y 2 áreas de juegos infantiles. Junto a los edificios también se puede visita Hundertwasser Village, un centro comercial que sigue la misma estética.

De camino a la Hundertwasserhaus nos encontramos con la iglesia ortodoxa rusa de San Nicolás, dedicada a San Nicolás y a Alexander Newskij. Fue construida en el siglo XIX siguiendo el estilo de las iglesias ortodoxas rusas. Es la iglesia principal de la Iglesia Ortodoxa en Viena, ya que es la sede de la diócesis de Viena y Austria.

Destacan sus dos torres con las típicas cúpulas de cebolla.

Fue gravemente dañada durante la II Guerra Mundial, sin embargo, no se cerró al público, sino que dado que la zona estaba bajo el control soviético, se mantuvo abierta y mientras tanto se llevó a cabo su restauración. Los trabajos terminaron en 1949.

Para finalizar el día, fuimos al Akakiko a por la cena y volvimos al hotel para preparar las mochilas porque al día siguiente partiríamos hacia Praga.

Nueva serie a la lista «para ver»: Catastrophe

Hacía tiempo que no me reía con un piloto tanto como con Catastrophe. Una comedia británica gamberra y poco (nada) romántica. Un poco en la línea de Eres lo peor. Comparten el argumento de chico y chica que se conocen y acaban con sexo desenfrenado sin más intención. Uno europeo, otro americano. También tienen en común el humor irónico y sarcástico, aunque sin ese filtro estadounidense. Catastrophe tiene un punto quizá más duro con un humor políticamente incorrecto. En ella se desmonta el idealismo y romanticismo de las relaciones de pareja.

Mientras en Eres lo peor los protagonistas, treinteañeros, se conocen en una boda; Sharon (profesora) y Rob (ejecutivo) ya más cerca de los cuarenta, lo hacen en un bar. Pero igualmente acaban pasando la noche juntos. Y la semana. Y quedan cada vez que Rob, estadounidense, va a Londres, donde está afincada la irlandesa Sharon, por trabajo. Y tanto va el cántaro a la fuente, que al final ella acaba llamándole para comunicarle que está embarazada. Convierten así unos encuentros esporádicos en un frente común con su nueva paternidad a la vista.

Tanto Sharon como Rob hacen muy buena pareja televisivamente hablando. Hay química, ambos tienen una vis cómica y absurda; los diálogos son brutales, hay ritmo, salidas de tono, descaro e irreverencia. Sin embargo, todo desde un punto de vista muy cotidiano sin que realmente pase nada descabellado. Desprende naturalidad y desenfado. Es un cúmulo de situaciones y conversaciones surrealistas. Como la escena de la llegada de Rob a Londres y su encuentro con los alumnos de Sharon en el colegio. Roza lo absurdo, pero a la vez es muy real, como la vida misma.

Supongo que influye el hecho de que esté basada en experiencias personales de los guionistas, que no son otros que los protagonistas. También son los productores de la serie. Quizá también por eso es tan redonda. Ellos se lo guisan y se lo comen. Se conocen y saben qué puede funcionar. Por cierto, no son pareja en la vida real, aunque tengan tan buena química al escribir y actuar. No destaca uno por encima del otro, cada uno tiene sus salidas de tono, sus obsesiones, sus autohumillaciones. Cuando crees que ella lleva el peso de la chispa cómica y que él va siguiéndola, de repente él ataca con un par de comentarios que te desmontan.

Tengo ganas de ver cómo evoluciona esta relación tan imperfecta y patética, pero a la vez tan entrañable. Lo malo es que, como es común en las series británicas, se me hará muy corta con sus temporadas de seis capítulos (bueno, Sherlock las tiene de tres, que la espera entre temporadas es aún peor). Lo bueno, que tiene segunda temporada (con salto temporal incluido). Esta va a la lista «para ver», pero además del tirón en plan maratón, los 23 minutos se me pasaron tremendamente rápido entre carcajadas.

Interrail por Capitales Imperiales. Día 7: Graz

Como nos habían dando tanto de sí los días anteriores, decidimos acercarnos a Graz, que está a 189 km, unas dos horas y media en tren hacia el sur, más cerca de la frontera de Eslovenia que de Viena.

Graz, con unos 305.000 habitantes, es la segunda ciudad en importancia de Austria. En la Edad Media y durante el Renacimiento se convirtió en ciudad residencial de los Habsburgo. Cuenta con uno de los cascos antiguos mejor conservados de Europa Central y que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1999. Graz no se libró de la II Guerra Mundial, pero el casco histórico no se vio muy afectado por los ataques, sino que los objetivos fueron la estación central y las plantas industriales del sur y el oeste.

Desde la estación llegamos al centro desde la Annenstrasse tras cruzar el río, donde parece que ha llegado la moda de los candados.

A mano derecha nos encontramos con el Convento Franciscano, uno de los conventos más antiguos de la ciudad, que fue fundado como convento minorita en un lugar estratégico de la muralla. Junto a él está la Iglesia Franciscana, del siglo XIII.

Mientras nos perdíamos por las calles del centro de la ciudad, en un callejón descubrimos una tienda de trajes típicos austriacos.

En cuanto nos adentramos en el centro llegamos a la Hauptplatz, la Plaza Mayor.

En ella destaca el Ayuntamiento, del siglo XIX, con su cúpula, reloj y torres cuadradas.

En el centro de la plaza se encuentra la fuente dedicada al Archiduque Juan.

En la plaza también encontramos la Luegghaus, en el número 11. Se trata de un bello edificio que hace esquina con la Sporgasse. La fachada está decorada con detalles barrocos.

De la Plaza Mayor salen varias calles con bonitas fachadas llenas de detalles pintorescos. La Sackstrasse está llena de tiendas de anticuarios.

La Sporgasse es la calle más antigua de la ciudad, fue la vía que trazaron los romanos desde el valle del río Mur hasta la ciudad romana de Savaria. Hoy en día es una calle dedicada al comercio. Y finaliza a la altura de la Karmeliterplatz, una plaza en la que encontramos la Dreifaltigkeitssäule (columna de la Trinidad).

Esta columna, de 1680, se encuentra junto al Palais Galler, del 1690. Es la calle que nos lleva a la colina Schlossberg.

Es una colina de 473 metros sobre nivel del mar a orillas del Mur. En sus tiempos estaba rodeada de una muralla y de una fortificación de la que sólo se conservan pocos restos, ya que fueron destruidas por Napoleón en 1809. Nosotros no subimos hasta arriba del todo, nos quedamos en la Torre del Reloj, el símbolo de Graz, de 28 metros altura y que data de 1560. El mecanismo original es de 1712 sigue funcionando hoy en día.

Nos encontramos con una profesora de instituto con sus alumnos contándoles la historia de la ciudad.

Desde la zona en la que se encuentra obtenemos una gran panorámica de la ciudad.

Merece la pena darse el paseíto.

De bajada pasamos por la Catedral, de estilo gótico tardío, que fue encargada por el emperador Federico III entre 1438 y 1464. Se encuentra ubicada donde había una iglesia del siglo XII.

Su portada está decorada con el escudo de armas del emperador y, en un lateral, se encuentran los restos de un fresco de finales de siglo XV que muestras las principales amenazas de Estiria de 1480: la peste, las plagas de langostas y los turcos.

A la derecha de la Catedral tenemos el Mausoleum, la capilla del emperador Fernando II. Cerca está el Carillón, en la Glockenspielplatz. A las 11, las 15 y 18 horas se abren las hojas de la ventana del frontón del tejado y sale una pareja tallada en madera, en traje tradicional, girando al sonido del carillón.

Continuamos hasta la Ópera, construida en 1899 según los planos de los arquitectos más famosos de Europa: Fellner y Helmer, ambos vieneses. En ella se conjugan modernidad y tradición.

Delante del edificio de la Ópera tenemos la escultura de hierro ‘Lichtschwert’, símbolo de espíritu abierto y tolerancia.

Desde la colina habíamos visto la Herz-Jesu-Kirche y nos pareció interesante, por lo que decidimos acercarnos. Es la iglesia más grande de Graz y fue construida entre 1881 y 1887.

Fue diseñada en estilo neogótico con una gran nave alta. La torre mide 109,6 metros de altura, lo que la hace la tercera torre de iglesia más alta de Austria.

El altar fue remodelado en 1988 justo después del centenario de la iglesia.

También pasamos por el patio de la Landeszeughaus, la armería y por el edificio del Landhaus en la Herrengasse. Es la antigua sede del Parlamento Regional de Estiria.

De estilo renacentista, fue construido entre 1557 y 1565. La fachada principal está dominada por ventanas y la logia y el patio se abre con grandes arquerías. Su estilo recuerda a un Palazzo veneciano.

En la misma calle se encuentra la Grazer Stadtpfarrkirche zum Heiligen Blut, la Iglesia Parroquial de la Sagrada Sangre, que data del siglo XVI y realizada en estilo gótico tardío.

Cuenta con una torre del año 1780 en su lateral izquierdo. A lo largo de su historia ha pasado por diferentes acontecimientos, ha sido iglesia del convento de los dominicos, ha pasado por reformas barrocas y neogóticas, sufrió las bombas de la II Guerra Mundial.

La Herrengasse nos lleva a una plaza en la que se encuentra la Mariensäule, una columna de 1664 dedicada a la Virgen para conmemorar la victoria sobre los turcos.

Y, para terminar nuestra visita volvimos a la plaza del Ayuntamiento, y pasando por el río, de vuelta a la estación. En las proximidades del río destaca el edificio Kunsthaus, que contrasta con el espíritu tradicional de la ciudad. Evoca a una burbuja azul.

Y flotando sobre el río, la isla del Mur.

A las afueras se encuentra el Castillo de Eggenberg, del siglo XVII, pero no nos acercamos a él. Por lo que vi en alguna foto, se parece al Monasterio de El Escorial.

Graz no resultó ser el sitio más turístico del país, ya que no llega a Viena ni a Salzburgo, pero para lo cerca que lo teníamos, no estuvo mal la visita y el paseo. Bien merece acercarse y dar un paseo por sus pintorescas calles y peculiares fachadas.