Dinero Sucio, Cristina Alger

Para el día del libro quiero traer la última novela que me he leído: Dinero Sucio, de Cristina Alger, una entretenida novela acerca del oscuro mundo de las finanzas. Es la carrera de dos mujeres en busca de respuestas tras sendas muertes de personas importantes en sus vidas. Sus historias discurren de forma paralela durante la narración, hasta que, en determinado punto de la novela, como era de esperar, ambas líneas confluyen exponiendo una compleja trama de corrupción en la élite de las instituciones financieras.

Annabel Werner recibe la trágica noticia de que su marido Matthew ha muerto como consecuencia de un accidente de avión. Apenas una hora después de despegar del aeropuerto RAF Northolt de Londres, sin motivo aparente, el aparato se estrelló en los Alpes suizos. Más allá de la estupefacción por el hecho en sí, a Annabel no le terminan de encajar las piezas. En primer lugar no entiende qué hacía su marido en Reino Unido cuando se suponía que tenía que estar en Luxemburgo; por otro lado le surgen dudas sobre una posible infidelidad de este con la segunda pasajera, Fatima Amir, una mujer con lazos con el régimen sirio; y, para finalizar, duda sobre la versión que le da la policía sobre el accidente. Así pues, sin nada más que hacer en su día a día, ya que había abandonado su carrera como galerista en Estados Unidos para seguir a su marido a Ginebra cuando le surgió la oportunidad de trabajar en el Swiss United Bank, Annabel comienza a investigar por su cuenta. Pronto llegará a la conclusión de que la muerte de Matthew no fue un accidente y que, con su desesperada búsqueda de respuestas, se encuentra en el punto de mira de sus enemigos.

Mientras se desarrolla la historia de Annabel, conocemos también a Marina Tourneau, ambiciosa periodista de investigación que se encuentra de vacaciones en París con su prometido Grant Ellis. Tras años escribiendo sobre las familias de la alta sociedad neoyorquina tiene intención de dejar su trabajo, ya que su perfecto novio, antiguo miembro de los Navy SEAL reconvertido en banquero, es hijo de un importante empresario que va a presentarse a Presidente de los Estados Unidos. Sin embargo, durante este viaje que pretende ser una escapada de la pareja antes de que ella comunique su decisión y dé un giro a su vida, recibe una llamada de Duncan, su jefe y mentor, que lo cambiará todo. Este le comenta que está trabajando en una investigación sobre una trama de blanqueo de dinero y le pide encarecidamente que se reúna con una fuente para recoger un USB con datos encriptados y se lo dé a su vuelta al país. En principio la tarea es sencilla: encontrarse con esta persona, recoger el USB y entregarlo en Estados Unidos. No obstante, horas después de la llamada, Duncan ha muerto y a Marina le saltan todas las alarmas. Enseguida decide que no puede hacer otra cosa sino continuar con la historia que ha quedado inconclusa.

Mientras que Annabel descubre secretos corporativos del Swiss United Bank y que nadie es lo que aparenta, Marina, con la ayuda de otros compañeros, analiza los datos del USB encontrando información que implica a algunos de los hombres más poderosos del mundo financiero, incluyendo a algunos muy cercanos a ella. Como lectores vemos cómo las investigaciones de ambas mujeres comienzan a converger y cómo, a medida que ellas van uniendo los puntos, los villanos se acercan cada vez más y sus vidas corren peligro. La tensión va escalando capítulo a capítulo.

Aunque el dinero se convierte en el gran protagonista de la novela y todo gira en torno a los bancos y el mundo financiero, no es necesario tener amplios conocimientos al respecto. Dinero sucio habla sobre la codicia y el poder. Consigue mantener la intriga la idea de los tejemanejes clandestinos de narcotraficantes y terroristas, de gobiernos corruptos, de millonarios que desvían su patrimonio a cuentas ocultas en países cuyas leyes protegen el secreto bancario evitando el pago de los impuestos… Hay suficiente conflicto y tensión para transmitir la ansiedad y el miedo de los personajes.

Con este debut en el campo del thriller, Alger consigue construir una buena historia con una trama bien narrada y perfectamente desarrollada. Pese a las bifurcaciones de la historia, logra unir muy bien todos los cabos incluyendo incluso algún giro de guion. Es cierto que da la sensación de que la última parte está escrita de una forma más apresurada, pero también es verdad que este tono acompaña a la carrera contrarreloj que viven las protagonistas. En cualquier caso, su final es solvente y da una buena conclusión a la historia.

Amazon Studios iba a producir una miniserie de ocho episodios basada en la novela, sin embargo, la pandemia y cuestiones de presupuesto al tratarse de una producción con localizaciones internacionales fueron retrasando el proyecto hasta que finalmente se canceló. Quién sabe, igual retoman la idea con el tiempo.

El Reino

Hace ya unos años que la corrupción se ha convertido en un tema recurrente en nuestro día a día. Ha copado titulares de prensa escrita, ha abierto telediarios y ha sido tema recurrente en las conversaciones. Sin embargo, en la ficción, a pesar de aparecer de fondo o de refilón, rara vez ha sido el tema principal. Quizá da un poco de miedo llevar según qué cuestiones a la gran pantalla, o quizá porque la indignación inicial de la ciudadanía ha ido desapareciendo y se ha normalizado que nadie tiene las manos limpias de tal forma que ya no nos sorprende ni nos interesa. Una de las pocas excepciones es El Reino (2018) de Rodrigo Sorogoyen.

Inspirada claramente en hechos reales, la película sigue las andanzas de Manuel López Vidal (Antonio de la Torre), un político autonómico de la Comunidad Valenciana con aspiraciones nacionales que, como tantos otros compañeros de su partido, vive la gran vida a costa del dinero de los contribuyentes. No pueden faltar ni el casoplón, ni las juergas excesivas en la cubierta de un yate, ni las buenas mariscadas. Sin embargo, esta vida de lujo se va al traste cuando es elegido por su partido como cabeza de turco en una trama de corrupción. Sus tres pilares: trabajo, amigos y familia se desmoronan y Manuel, señalado por la opinión pública, olvidado por los que consideraba sus amigos y con nada más que perder, pone su empeño en librarse de los cargos de malversación a la vez que intenta morir matando, esto es, tirar de la manta y llevarse por delante a los verdaderos artificies de la trama. El espectador es testigo de cómo el reino del protagonista se cae cómo un castillo de naipes y cómo sin esa red de protección a su alrededor se convierte en un fantasma que intenta asirse a cualquier cosa con tal de sobrevivir.

Desde ese arranque que sirve para contextualizar la historia presentando a los personajes y los mimbres de ese reino metafórico, la película no deja de subir de intensidad. Primero con el señalamiento de López Vidal y después cuando este inicia su delirante cruzada. El reino es un clímax continuo donde apenas hay respiro.  El guion de Sorogoyen e Isabel Peña nos conduce a un ritmo vertiginoso por un universo de coacciones, amenazas, traiciones, ocultación de pruebas, favores y manipulaciones. En él se ven perfectamente las dinámicas de la corrupción y su carácter estructural. Y por supuesto los paralelismos entre la vida real y la ficción, algo que despierta la rabia.

Y sin embargo, pese a todo, la película consigue que el espectador empatice en cierta manera con un protagonista al que desde el principio ha presentado como un ser despreciable. Es un villano manipulador, corrupto y dispuesto a todo con tal de medrar. Sí, no hay duda. No obstante, también es un chivo expiatorio y no parece justo que cargue con toda la culpa. Al final es un hombre más, una pieza más en esa maquinaria bien engrasada que es el partido corrupto. Por tanto, es fácil ponerse de su lado cuando comienza su cruzada y desear tanto como él que le salga bien la jugada.

Magistral como siempre la interpretación de Antonio de la Torre que consigue plasmar los diferentes sentimientos que van consumiendo al personaje. El resto del elenco queda algo eclipsado por su actuación, aunque hay que destacar otros secundarios como los de Luis Zahera, Nacho Fresneda o Ana Wagener.

La huella de Sorogoyen está presente en toda la cinta. El director imprime su característico estilo en el que predomina la tensión, los diálogos ágiles, los planos secuencias combinados con otras escenas en las que se rueda cámara en mano y un ritmo frenético acompañado por una desasosegante banda sonora. Y es que no podría ser de otra manera. La trama necesita acción, mostrar movimiento. Que aunque no se pueda hacer nada para parar la maquinaria, no quede la sensación de que no se han agotado todos los cartuchos ante una situación tan crítica. Gracias a ello, las más de dos horas de metraje se pasan en un suspiro.

El Reino es una película necesaria. Supone una dura crítica social que ataca al sistema. Porque sí, ataca a los políticos, pero también a los medios (que no son objetivos y se posicionan según intereses propios) y apela al ciudadano de a pie, al espectador. Le propone que se cuestione hasta qué punto sería capaz de comportarse como el protagonista, que se pregunte hasta qué línea roja está dispuesto a tolerar. Es un retrato dolorosamente auténtico y contundente sobre la corrupción y la lucha de poder. Bien claro lo dice Manuel en un momento de la película : “Si quieres cambiar las cosas hay que hacerlo desde dentro y con poder”. Porque como dice Amaia Marín: “El poder protege al poder”. Así que si quieres vencerle, tienes que ir bien armado. 

El Reino es una gran película, sí, pero deja un poso angustioso, doloroso e impotente. No apta para días de bajón.