Después de La Trampa de la Diversidad, un libro en que advertía de que la deriva identitaria había llevado a la izquierda a preocuparse más por las diferencias que por las cuestiones colectivas y se había dejado por el camino la conciencia de clase (algo que hizo que al autor le cayeran críticas por doquier), en 2020 Daniel Bernabé publicó La distancia del presente, una obra que pretende ser una crónica de la vida social y política en la España de la última década, una época muy intensa y convulsa.
«Este libro es mucho más que un viaje en el tiempo, una mera colección de hechos y cifras, de acontecimientos y personajes. Pretende ser un manual de supervivencia, un códice para entender cómo hemos llegado hasta aquí y por qué somos como somos. Y para eso tenemos que indagar en nuestro pasado más reciente, en ese momento donde todo pudo cambiar –y cambió, de hecho– pero poderosas fuerzas se conjuraron para que, si algo tenía que variar, lo hiciera dentro de un orden. Su orden.»
Bernabé dedica un capítulo a cada año de esta década comprendida entre 2010 y 2019, a lo que añade un prólogo introductorio que nos sintetiza la década anterior y nos pone en antecedentes (la boda de la hija de Aznar en 2002, la huelga general, el vertido del Prestige, la guerra de Irak, el 11M, la llegada de Zapatero al gobierno y las medidas sociales de sus primeros cuatro años y la quiebra de Lehman Brothers entre otros hitos). Finalmente, la coda está dedicada a 2020, pues aunque el autor pensaba concluir en enero de 2020 con la formación de gobierno de coalición y arranque de la nueva legislatura, la pandemia le dio la oportunidad de alargarlo un poco más y darle una conclusión a todo aquel camino recorrido. Porque de aquellos polvos, estos lodos.
El año 2010, titulado por Bernabé como Descalabro, fue el año del cese de las «acciones armadas ofensivas» de ETA, una gran noticia que sin embargo quedó eclipsada por una crisis económica que puso el país patas arriba. Un país en el que parecía que había un orden inamovible con dos partidos fuertes que se alternaban en el gobierno, un monarca campechano y respetado, y una ciudadanía en general adormecida. Fue el año en que llegó la bancarización de las Cajas de Ahorro y las políticas de austeridad de Zapatero por mandato de la Unión Europea dado que España no era capaz de financiarse por sí misma con su deuda pública (había sido atacada por los fondos buitres y de inversión especulativos). Fue el año en que todo cayó como un castillo de naipes y el país despertó de su letargo.
El año 2011, al que el autor le pone el acertado sobrenombre de Indignación, fue el año del 15M, un movimiento que arrancó el 15 de mayo (una semana antes de las elecciones autonómicas y municipales) y en el que se manifestó por toda España gente indignada por diversas causas devenidas de la crisis para protestar por las políticas austericidas y reivindicando un cambio de sistema. Un movimiento que sin embargo no cambió nada en aquel momento, ya que en agosto, el PSOE, junto con el PP, aprobó reformar el artículo 135 de la Constitución estableciendo así que el país debía dar prioridad al pago de los intereses en su cálculo presupuestario. Es decir, cero inversión en medidas sociales que llegaran al ciudadano de pie. Poco después, en noviembre, el PP ganó las elecciones generales por mayoría absoluta y siguió con los recortes que ya había iniciado Zapatero, siendo estos incluso más acentuados, como por ejemplo los 10.000 millones de Euros en áreas tan importantes como Sanidad y la Educación.
2012 fue un año en el que la indignación y estupefacción de 2011 subieron un escalón más y en el que cada vez fueron más frecuentes las protestas desde diferentes sectores. A los recortes del año anterior había que sumar la reforma laboral, que cercenaba derechos de los trabajadores y, por si fuera poco con el malestar de la clase política, el campechano rey saltó a los medios porque se había fracturado la cadera mientras cazaba elefantes en un viaje con su amiga Corina. Tuvo que salir a pedir perdón (aquello de Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a suceder), pero ya había abierto la caja de Pandora llamada Régimen del 78. En aquel año en que murieron dos figuras políticas como Manuel Fraga y Santiago Carrillo se empezó a gestar la idea de que quizá ya era momento de que había que levantar las alfombras y airear un poco el país. Sí, la Transición fue un gran avance teniendo en cuenta que veníamos de donde veníamos. Pero también hay que ser críticos y reconocer que algunos de los problemas del presente vienen de muchas decisiones que se tomaron entonces.
Los sucesos ocurridos en 2013, no solo marcaron esos 365 días, sino que han marcado la agenda de los años siguientes y aún colean en 2021 (y lo que te rondaré). El capítulo 4 de La distancia del presente es el de la corrupción (en este caso del PP). Y no es que esta apareciera en aquel momento, pues ya existía desde hacía décadas como ha quedado acreditado posteriormente, la cuestión es que empezaron a salir a la luz casos y casos. En enero El Mundo publicó un artículo sobre Luis Bárcenas, gerente y tesorero del Partido Popular de 1990 a 2009, y la contabilidad en B del partido en relación con el caso Gürtel que ya había estallado cuatro años antes. A partir de ahí empezó a destaparse una trama tan liosa y enrevesada que se troceó en una quincena de piezas y que hace que parezca tarea imposible tener una visión general de todo el tinglado que tenían montado.
Con todo este contexto de indignación, de creer que el Régimen del 78 ya estaba caduco y de que las cosas se podrían hacer de otra manera, 2014 es el año de la ensoñación en que las nuevas generaciones se abrían paso (de diferentes maneras). Por un lado a nivel político, el 11 de marzo, Podemos, que aún funcionaba como asociaciones, formalizó su inscripción en el registro de partidos y en octubre celebró su primera asamblea en Vistalegre. El 13 de julio, tuvieron lugar las primarias del PSOE para elegir a un nuevo secretario general que sustituyera a Alfredo Rubalcaba, quien había sucedido a Zapatero. De los tres candidatos que se presentaron salió elegido quizá el menos conocido en aquel momento, un tal Pedro Sánchez Pérez-Castejón que no había pertenecido nunca a la Ejecutiva ni al Comité Federal. Un joven economista que siempre había sido un segundón: concejal del Ayuntamiento de Madrid en 2004 de rebote tras la renuncia de una compañera, diputado en 2008 por la marcha de Pedro Solbes, y de nuevo diputado en 2013 tras abandonar Cristina Narbona.
Por otro lado, el otro cambio generacional se dio en la monarquía. Después de que su imagen hubiera quedado tocada desde el suceso de 2012, el 19 de junio Juan Carlos I abdicó en favor de su hijo Felipe VI.
También se produjo un cambio en la dirección de El País con una nueva línea editorial que pretendía captar lectores entre los votantes de UPyD y Ciudadanos, dos partidos que por aquel entonces se definían como liberales en lo económico y progresistas en lo social, pretendiendo salirse de la clasificación tradicional izquierda-derecha y que tenían en común su pelea contra los nacionalismos periféricos (los magentas contra el vasco y los naranjas contra el catalán).
El año 2015 comenzó con la imputación de Jordi Pujol, de su mujer y tres de sus hijos por fraude fiscal. Por otro lado, el caso Púnica destapó uno de los principales entramados de corrupción del PP de la Comunidad de Madrid (aunque también salpicaba a Murcia, León y Valencia). El PSOE tampoco se libraba, pues en Madrid destituyó a su líder autonómico Tomás Gómez por el sobrecoste del tranvía de Parla (ciudad de la que había sido alcalde) y en Andalucía fueron imputados Griñán y Chaves por el caso de los ERE.
Aparte de la corrupción el año 2015 estuvo marcado por tres elecciones. En primer lugar las municipales de mayo, una jornada electoral en que las candidaturas de unidad popular ganaron (o sus resultados les permitirían gobernar) en ciudades como A Coruña, Ferrol, Compostela, Zaragoza, Barcelona, Madrid, Valencia y Cádiz. Otra novedad fue que Ciudadanos sobrepasó a UPyD y Rosa Díez acabó dimitiendo por los malos resultados. Una renovación generacional más.
Los segundos comicios tuvieron lugar en septiembre en Cataluña. Y supusieron un hito importante en la política de nuestro país, pues fue quizá el momento en que el conflicto nacional empieza a situarse en el centro del tablero de manera abierta. Aquellas elecciones las ganó la coalición Junts pel Sí (formada por CDC, ERC y otros pequeños partidos y movimientos independentistas). Ciudadanos consiguió de nuevo unos buenos resultados y se convirtió en el principal partido de la oposición por delante del PSC, Catalunya Sí que es Pot o el PP con su mensaje antiindependentista.
Finalmente en diciembre llegaron las generales con una nueva victoria del PP, aunque con una importante bajada en escaños que no le ponía tan fácil la formación de gobierno. Así, 2016 arrancó con un Rajoy al que no le daban los números pero que tampoco intentaba acercamientos con el resto de grupos y un Pablo Iglesias que se vino muy arriba anunciando en una rueda de prensa que tenían voluntad de formar un Gobierno del cambio con el PSOE e IU sin ni siquiera habérselo comentado a estos partidos. Pedro Sánchez en lugar de tomar este camino firmó en febrero un acuerdo con Albert Rivera e intentó una investidura que no salió adelante y que nos llevó a una nueva cita electoral.
Aunque Rajoy era quien tenía que moverse para formar gobierno por haber ganado, el peso mediático y político recayó sin embargo sobre Sánchez, quien negaba a apoyar a un partido manchado por numerosos casos de corrupción pendientes de juicio. Cuando la sesión de investidura terminó infructuosa, diecisiete miembros de la Ejecutiva socialista dimitieron y, tras un esperpéntico Comité Federal en Ferraz, Sánchez dejó todos sus cargos y el PSOE quedó en manos de una gestora. Con este cambio de rumbo en una segunda sesión Rajoy fue elegido como presidente del Gobierno por mayoría simple.
No obstante, que se hubiera formado gobierno no quiso decir que se ganara estabilidad, pues 2017 fue el año en que definitivamente estalló el conflicto catalán después de un largo período de gestación que nadie parecía haber querido ver. Movilizaciones, auge independentista, reacción de un nacionalismo español, consulta ilegal, represión policial, declaración unilateral de independencia, declaración de Felipe VI, 155, convocatoria de nuevas elecciones autonómicas (sin que nada cambiara especialmente), imputaciones, encarcelamientos, juicios… En aquel año desapareció de un plumazo todo espíritu progresista del 15M y renació la ultraderecha.
Paralelamente, en términos de corrupción, la situación tampoco estaba nada tranquila. En febrero se conocieron las sentencias del caso Nóos, las de Rodrigo Rato y Miguel Blesa por apropiación indebida del patrimonio de Caja Madrid y en abril fue detenido en la Operación Lezo Ignacio González, uno de los dos hombres fuertes de Esperanza Aguirre (el otro era Francisco Granados, que ya había sido imputado por la Púnica tiempo atrás). En verano Mariano Rajoy tuvo que declarar como testigo en el juicio oral de la pieza del caso Gürtel de la primera época.
Mientras tanto Pablo Iglesias revalidó su puesto como secretario general en Vistalegre II y Pedro Sánchez volvió a ganar las primarias del PSOE tan solo siete meses después de haber dimitido de todos sus cargos. Podemos intentó una moción de censura contra Rajoy y, aunque no prosperó, plantó una semilla de la posibilidad de una alternativa.
Y esta posibilidad germinó en mayo de 2018 cuando la Audiencia Nacional dictó sentencia sobre la primera pieza del caso Gürtel y se constató que el PP se había financiado ilegalmente. Tan solo un día después de haber sido aprobados los Presupuestos Generales de Montoro, PSOE y Unidos Podemos registraron una moción de censura que acabó con Rajoy despidiéndose a la francesa y el bolso de Sáenz de Santamaría ocupando su escaño. Un par de semanas más tarde esta se presentaría a las primarias del partido que perdería en la última vuelta contra Pablo Casado, heredero de Aguirre y Aznar.
Con una polarización cada vez más en auge como consecuencia del conflicto catalán y de que hubiera un gobierno central que miraba a la izquierda la ultraderecha ganó cada vez más espacio. El primer aviso fueron las elecciones andaluzas de diciembre, en las que vox obtuvo siete escaños (y no uno como estimaban las encuestas) que sirvieron para investir al popular Juan Manuel Moreno Bonilla junto con el apoyo también de Ciudadanos.
La derecha estaba fragmentada y no dejaban de salir informaciones sobre la corrupción en el PP (la última sobre el caso Kitchen y la policía patriótica del exministro del Interior Jorge Fernández Díaz), sin embargo, conseguía llegar a acuerdos y se manifestaba en febrero del 2019 en la Plaza de Colón. Por el contrario, la izquierda se dividía y restaba siendo incapaces de sacar adelante unos presupuestos. Ante tal tesitura, Sánchez convocó unas nuevas elecciones para intentar tener mejores números en la partida y no depender de tantos partidos en el hemiciclo. Y aunque consiguió ganar, no logró sacar adelante su investidura, por lo que unos meses más tarde hubo que volver a votar. Y sí, también las ganó, pero con peores resultados, unos números más ajustados que la vez anterior y una ultraderecha más fuerte. Esto último parece que espoleó a PSOE y UP y en apenas un par de días Pedro Sánchez y Pablo Iglesias anunciaron en una comparecencia conjunta en el Congreso que había acuerdo de Gobierno de coalición.
Con este cierre de año y cambio de tendencia en la política, Bernabé tenía el cierre perfecto para el libro, no obstante, le ha dedicado un epílogo a una pandemia que nos llegó a modo bofetón en marzo cuando pensábamos que iba a ser algo tan anecdótico como la Gripe A o el ébola. Y lo cierto es que esta coda también supone un buen broche final, pues en nuestro presente se ven las consecuencias de todos estos hechos de la última década. Con el repaso al 2020 entendemos por qué somos como somos en la actualidad, por qué hemos llegado a esta polarización, a esta configuración del Parlamento en la que el bipartidismo ha muerto, a esta recesión económica y a este colapso del sistema sanitario.
La distancia del presente, pese a tener algún error en los datos y tener un enfoque un tanto centrista, es un libro muy recomendable para pararse a recordar y ordenar la memoria reciente. Y es que con la velocidad a la que se suceden los acontecimientos, el ruido mediático, los bulos y las noticias falsas resulta casi imposible comprender y analizar todo lo que va ocurriendo. El libro aporta perspectiva e invita a la reflexión.
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