Serie Terminada: Lucifer

Cuando vi el piloto de Lucifer me quedé con las dudas de si merecía la pena añadirla a la lista de las series para ver, puesto que no tenía mucha fe en que no fuera cancelada. Me resultó entretenida, pero sin muchas pretensiones. Y en un panorama con tantas series interesantes, hay que ir filtrando, porque si no, no me da la vida. Tiempo después leí que tras tres temporadas y un importante cliffhanger la Fox había decidido no renovarla por no contar con la audiencia suficiente.

Con esa noticia quedó descartada de mi biblioteca de series pendientes. Sin embargo, poco después, y tras una insistente campaña de los fans, Netflix se hizo con los derechos y decidió continuarla llevándola hasta una sexta temporada. Ante tal movimiento, me entró la curiosidad y decidí darle una oportunidad, a ver porqué había despertado tal legión de defensores.

Basada en el cómic del mismo nombre de Vértigo, Lucifer arrancó como una comedia ligera. Un procedimental de capítulos autoconclusivos como tantos otros de la parrilla televisiva. Este tipo de ficciones ya están muy trilladas y es complicado encontrar el giro que la haga desmarcarse de otras. En este sentido este punto diferencial es la presencia del diablo, una figura mitológica que permitía a la trama explorar lugares inesperados. Aún así, no nació como una serie con pretensiones intelectuales, sino que buscaba el entretenimiento. Nada de tramas especialmente originales, simplemente unos 40 minutos de desconexión con mucha sorna, cierto toque mamarracho, una historia de amor improbable y guiños bíblicos divertidos (sin llegar a ser irrespetuosa) que invitaban a quedarse.

También ayuda el carisma de Tom Ellis. Lleva prácticamente el peso de toda la serie y consigue dotar al personaje de una chulería canallesca que parece natural. La temática de la ficción permitía al actor jugar con sus dotes para la comedia y la improvisación enriqueciendo el guion con algún chascarrillo o frase con doble sentido. El galés es capaz de transmitir picardía, frustración, preocupación o ira con tan solo una mirada, un gesto. Y tiene una voz magnífica, no extraña que los creadores aprovechen ese don en cada episodio.

En definitiva, roba cualquier escena (incluso se atreve interpretando también a un gemelo cambiando acento y expresividad) y eclipsa a su compañera de reparto Lauren German, cuya Chloe resulta demasiado seria para una serie como esta. De hecho, entre la inspectora Decker y Lucifer no hay mucha química, algo curioso, porque sin embargo German y Ellis sí que la tienen y se ve que tienen una buena amistad.

En Lucifer se entremezclan dos arcos. Por un lado el arco episódico en el que la detective Decker ha de resolver un asesinato y por otro el del ángel caído que asciende del infierno a la Tierra para tomarse unas vacaciones y conocerse a sí mismo. La serie sabe jugar con la existencia de estos dos arcos y convierte el caso semanal en una metáfora de las experiencias de los protagonistas. Aprovecha la trama episódica para trazar un paralelismo con el viaje personal de Lucifer. Cada semana aprende algo nuevo del género humano gracias a estas moralejas.

Y es que Lucifer es el mismísimo diablo, sí, pero no está representado como el malo de la historia. Ojo, que tampoco es un santo. Ni mucho menos. Simplemente aprovecha los grises. La serie plantea una dicotomía entre el bien y el mal y poco a poco los personajes van superándose y siendo mejores «personas». Y sí, es una serie ligera y no pretende ser muy sesuda, pero desde la comedia, los gags y un tono ligero y canalla consigue plantear al espectador más de una reflexión sobre la religión, la ética y el comportamiento humano… No es The Good Place, pero deja su pequeña aportación.

Los protagonistas lidian con sus traumas, aprenden a manejar sus emociones y sentimientos, reflexionan sobre lo que quieren hacer en la vida para que esta tenga sentido o sobre con quién quieren pasar su tiempo… Además, gracias a la presencia de un personaje como Linda se normaliza la terapia. Creo que no hay capítulo en que no salga la consulta de la psicóloga. Y Lucifer no duda en llevar ante la doctora a cualquier persona de su círculo con quien tiene un conflicto para solucionarlo.

Es más, él mismo aprende tanto de esas sesiones que decide que eso es lo que quiere aportar a la humanidad: ayudar a los demás a solucionar sus problemas y a que encuentren su camino. Desde luego una gran evolución desde ese Lucifer egocéntrico, despreocupado, hedonista e irónico que vivía de orgía en orgía de los primeros capítulos. Al final de la serie el diablo ha conseguido su redención. Ha madurado, ha tomado conciencia de sus obligaciones y se ha hecho cargo de sus responsabilidades.

De la misma manera también crecen los secundarios. Y es que Lucifer en el momento en que pasa a Netflix deja de ser un procedimental clásico y adquiere su propia voz convirtiéndose en una serie mucho más coral en la que el resto de personajes tiene su hueco. Así, Maze, que siempre había sido una mujer fría, de acción, se vuelve compasiva y llega a tener su ansiada alma (algo que hasta ahora los demonios no habían conseguido). Amenadiel, que bajó a la Tierra para convencer a su hermano de que su sitio era el infierno y que no tenía que relacionarse con los humanos, acaba teniendo un hijo medio humano y apreciando a las personas después de haber tratado con ellas de tú a tú (tanto que acaba ocupando el papel de su padre). Chloe deja de ser solo el interés romántico del protagonista para ganar su propio lugar. Incluso Dan, tan ninguneado al principio de la serie consigue un interesante recorrido pasando página en su relación con su exmujer y enamorándose de nuevo.

Como decía, estas evoluciones han sido posibles tras el cambio de cadena a plataforma. Al abandonar la estructura puramente procedimental, Lucifer ha podido ahondar más en los conflictos de los personajes, en el eje divino-terrenal y las diatribas religiosas. Lejos de perder su esencia, con el cambio la serie ganó bastante. Y no solo por esta nueva perspectiva más centrada en los caracteres y sus casuísticas, sino porque el ritmo resultó mucho más fluido, más ágil, sin tanta subtrama de relleno al reducirse las temporadas de 22 capítulos a unos 10-16. Además, tenía sentido que a esas alturas la serie virara a una temática más personal, ya que cuando las ficciones se acercan a su final lo que realmente interesa es el cierre de sus protagonistas, no un nuevo caso de asesinato.

Así, la última temporada se toma su tiempo en dar un cierre a cada uno de los personajes tras su viaje de autoexploración y crecimiento. Lucifer concluye con un final tierno, emocionante y cuidado muy al servicio de todos aquellos espectadores que lucharon por su continuidad.

Repito que no es la mejor serie de la historia (ni pretende serlo) y, como perteneciente al género procedimental, tiene sus tópicos y giros de guion previsibles. Sin embargo tiene otros muchos factores que la hacen entretenida: personajes simpáticos, humor, frescura, romance, tensión sexual no resuelta, toques de mordacidad e ironía, juegos de palabras y dobles sentidos y crítica social y religiosa. No está nada mal para ser una comedia ligera.

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