Viaje a Azerbaiyán y Georgia IX. Día 3 V: Escape Room

Cuando volvíamos de la excursión pensamos en que ya que nos daban la opción de dejarnos en el hotel o en el centro, era buena opción quedarnos en Bakú y hacer un escape antes de cenar. Así pues, en el trayecto de vuelta a la ciudad buscamos en internet qué opciones teníamos y reservamos Bank, de Portal Games. La verdad es que no había muchas opciones entre las que elegir, porque necesitábamos que cumplieran tres casillas: proximidad al centro, que pudiéramos hacerlo en inglés y que no fuera de miedo. Esto último fue quizá lo más complicado. Y aún así parece que no dimos con la tecla. Pero ya llegaremos a esto.

Pillamos algo de tráfico al entrar en Bakú, así que íbamos un poco justos de tiempo, pero llegamos con diez minutos de adelanto, así que ni tan mal. El local estaba en un sótano y nos sorprendió la ambientación de la recepción, pues era todo muy rollo Halloween. Pero bueno, como ya habíamos visto que casi todos los juegos eran de miedo, dimos por hecho que era lo que atraía a los lugareños. Le indicamos a la chica de recepción el escape que íbamos a hacer y la hora y nos dio un formulario para ir rellenando. Mientras avisó a un compañero porque ella apenas hablaba inglés (de hecho el formulario era en azerí). De nuevo nos llamó un poco la atención que nos preguntara si queríamos jugar la opción miedo, en que un actor te toca y asusta; otra intermedia en la que hay susto, pero nada de tocar; y finalmente la opción light en la que no hay miedo; pero como en algunas temáticas a veces la tensión en su justa medida le añade un punto al juego (como bien hacen en Bites Motel), pues tampoco lo vimos tan descabellado, así que elegimos la intermedia.

En estas estábamos, cuando me llega un mensaje del escape que si vamos a llegar a la hora de la reserva. Le mando una foto de la recepción indicando que ya estamos rellenando formulario y a punto de pagar cuando me dice que esa no es la sede, que tienen varias en la ciudad y nuestro escape no es ahí. Menos mal que a la chica se le había quedado el TPV sin batería y no habíamos pagado. Le explicamos enseñándole el chat que no era ahí donde teníamos la reserva y salimos pitando para el lugar correcto.

Cuando por fin llegamos con la lengua fuera la chica nos dijo que nos lo tomáramos con calma porque estaba terminando otro grupo y que mientras rellenáramos el formulario. Como ya sabíamos de qué iba la historia, pues esta vez fue todo más rápido. Dejamos nuestros abrigos y nos preparamos para nuestra misión.

Tenéis 40 minutos para robar un banco. Recordad que el guarda de seguridad está dentro y está preparado para desarmar en cualquier momento a cualquier ladrón. Para no complicar vuestro trabajo, tendréis que mantenerle alejado del banco. La secretaria os ayudará a robar el banco, así que no la dejéis escapar. Tras conseguir el dinero, tenéis que salir a través del sistema de ventilación. ¿Seréis capaces de salir del banco a tiempo llevándoos el dinero con vosotros?

Esta vendría a ser más o menos la traducción del argumento que vemos en su web. De ahí que no nos sorprendiera lo de que hubiera un actor, sustos, miedo o tocar. Al fin y al cabo, si el guarda de seguridad va a estar por ahí haciendo la ronda, pues siempre puede interactuar más o menos en el desarrollo de la misión. Ya nos había pasado en escapes de laboratorios o cárceles. Pero la cosa fue de todo menos normal.

Podemos pasar por alto que nuestra game master nos leyera la misión con pocas ganas y sin ninguna interpretación. Al fin y al cabo habíamos llegado tarde y tenía que contárnoslo en inglés, así que quizá no tenía mucha soltura y de ahí que lo leyera en el móvil sin apenas mirarnos. Ahora bien, eso de que para robar un banco tu primera sala sea un manicomio… Pues mira, cogido con pinzas. El tema es que el local estaba dividido en dos escapes: un manicomio y el banco. Supongo que este último se les quedaba corto y pensaron «Eh, ¿y si en vez de entrar por una puerta lo hacen por un edificio anexo en plan túnel y demás?» No es mala idea del todo, pero es que no es que te cueles en una casa abandonada o incluso habitada con los residentes de viaje, es que le estás metiendo un componente totalmente diferente, de una temática que no a todo el mundo le gusta, como era nuestro caso. Pero bueno, allá que fuimos, habíamos ido a jugar.

Entramos en una habitación sin apenas luz donde apenas encontrábamos objetos o cosas de donde sacar pistas. Al parpadeo de la iluminación y los ruidos de fondo teníamos que añadirle que cada x tiempo llamaban a la puerta y eso significaba que el actor iba a entrar y hacer un poco de paripé y nosotros mientras nos teníamos que esconder. Y nada, ahí, tras una cortina, los tres de pie esperando que pasaran un par de minutos y se marchara para intentar avanzar y pasar al banco lo antes posible.

Pero nada, aguantamos un par de veces el ciclo y nos cansamos, así que hicimos algo que no solemos hacer nunca: pedir pista. De aquella manera, porque había un interfono en la habitación que apenas se oía con el ruido ambiente. Pero bueno, al menos encontramos una llave que nos abrió una puerta y que más o menos nos metió en el juego de resolver pruebas. Pero no por mucho tiempo, porque pronto volvió a entrar el actor a hacer su movida. Así que vuelta a la cortina. Cuando por fin se fue ahí que retomamos la búsqueda, pero no terminábamos de avanzar y de nuevo llamaron a la puerta. Esta vez ya ni nos escondimos. Estábamos al límite de pedirle a la game master que nos retiraran al actor y nos dejaran seguir a nuestro rollo cuando entró el muchacho, nos dio una pista escondida y nos abrió directamente el paso que nos comunicaba con el banco. Creo que hasta ellos estaban hartos de vernos dar vueltas inútilmente y protestar en un idioma que no entendían.

Más animados por estar por fin en el escape que queríamos hacer, nos pusimos en modo reconocimiento y búsqueda y vimos alguna cosilla que creíamos saber cómo resolver. El problema es que no teníamos luz y cuando tienes que leer o identificar diferencias entre imágenes, pues algo de iluminación necesitas. Así que avisamos por interfono y entró la game master a darnos una linterna. A partir de ahí, resolvimos un par de pruebas, pasó el guarda de seguridad a hacer su ronda, seguimos investigando…. y nos encontramos con que la pista para desbloquear un ordenador que nos iba a dar el código para abrir la sala de la caja fuerte estaba en azerí y no en inglés… Además, el teclado era cirílico. De nuevo volvimos a notificar por interfono que estábamos atascados y lo solucionaron haciendo entrar al guarda y dejando abierta la sala después de hacer su ronda. Con esto, solo nos quedaba sacar el código de la caja fuerte, coger el dinero y echar por patas por el sistema de ventilación.

Fuera nos esperaba nuestra game master lista para darnos los abrigos y una palmada en la espalda. Aquí ni repaso a las salas, ni comentarios, ni nada. Así que aún sin creer la bizarra experiencia que acabábamos de vivir nos marchamos a cenar. Sin duda fue todo muy surrealista. Desde el inicio equivocándonos de lugar hasta el final con esa fría despedida pasando por el desarrollo del escape con todo el tema del miedo, de la ambientación, de los enigmas y de las pistas. Un despropósito.

La verdad es que no hemos tenido mucha suerte con los escapes en el extranjero. En Suiza salimos en apenas media hora porque apenas había pruebas que resolver y eran muy sencillas. En Polonia nos sobraron también 20 minutos porque había enigmas que se podían sacar sin tener todas las claves y la ambientación estaba también más próxima a un juego de miedo que a la resolución de un asesinato. Además nos daban las pistas por medio de post-its bajo la puerta. En Boston nos metieron una pareja que no conocíamos, que no había jugado nunca y que no se comunicaba con nosotros para resolver los puzzles (y que incluso se quedaba con las pistas). En Bosnia y Herzegovina nos daban las pistas por un buzón y los objetos se podían usar más de una vez (cosa que no suele ocurrir nunca). Y en Alemania nos encontramos con unas salas de desarrollo asimétrico y poca coherencia, aparte de una pista en la que no necesitábamos perder tiempo porque ya conocemos los números romanos.

Es cierto que de todos los que llevamos hechos en territorio nacional también hemos encontrado alguno flojo, como El Casino, pero en general hay muchísimo más nivel. No puede ser que siempre que viajemos demos con el malo del país. Por pura probabilidad alguna vez nos tenía que tocar uno de más nivel. Y sí, el de Boston estaba muy bien, pero no puedes mezclar grupos así como así, y menos si ni siquiera hablan el mismo idioma. El caso es que con esta experiencia, se nos quitaron las ganas de buscar uno en nuestra próxima estancia en Georgia. Quién sabe si en el futuro buscaremos en otro viaje.

El buen patrón

En 2002 Fernando León de Aranoa nos presentó Los Lunes Al Sol, una película centrada en un grupo de estibadores de mediana edad en búsqueda constante de trabajo tras el cierre del astillero local. La cinta se llevó la Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián y poco después el Goya a la mejor película, dirección, y actuaciones para Luis Tosar y Javier Bardem. Veinte años más tarde con El buen patrón, con la que rompió los récords de los Goya convirtiéndose en la película con más nominaciones de la historia (20) obteniendo después seis estatuillas (incluyendo mejor película, director, actor y guion), invierte el punto de vista poniendo el foco en la otra parte del mundo laboral, en el empresario.

En El buen patrón seguimos a Julio Blanco, el carismático propietario de una fábrica de balanzas industriales de una ciudad española de provincias, en una semana crucial para la firma. Y es que se espera en cualquier momento la visita de un comité de calidad que decidirá si se le concede un premio regional a la excelencia empresarial en el que compite con otras dos compañías. Sin embargo, en unos días en que todo debe estar perfecto, se le acumulan los problemas de todo tipo y ve cómo se pone en riesgo la imagen que quiere transmitir y por ende el galardón (y las generosas subvenciones que conlleva).

Javier Bardem brilla interpretando un personaje cuya foto podría aparecer junto el lema «dime de qué presumes y te diré de qué careces». Blanco se vanagloria de que sus trabajadores forman parte de una familia bien avenida que camina junta en busca de un bien común, pero en realidad en sus interacciones los trata como súbditos a su servicio. Es un empresario que repite constantemente el mantra de «Esfuerzo, equilibrio y fidelidad», pero en la práctica no conoce el verdadero significado de esas palabras. Y es que por mucho que repita lo de que es un hombre hecho a sí mismo, no llegó a dirigir la fábrica por mérito propio, sino que la heredó a la muerte de su padre; actúa como un déspota haciendo abuso de poder; y no es fiel ni a sí mismo.

El buen patrón de esta historia es un gran orador, un encantador de serpientes, un manipulador. Así pues, en esta semana tan importante para él, no dudará en echar mano de contactos, sufterfugios y artemañas para intentar tapar los agujeros que llevan a su barco a hacer aguas. La inspección se acerca y Blanco tiene que lidiar con un empleado recién despedido que, en lugar de aceptar la indemnización, ha decidido exigir su reincorporación acampando frente a la fábrica. Por otro lado, tiene a su mano derecha, su jefe de producción Miralles, totalmente descentrado en el trabajo y cometiendo errores importantes porque solo tiene en la cabeza la sospecha de que su mujer está teniendo una aventura. Y por último, la relación con la nueva becaria no está saliendo como había planeado y está a punto de complicarle su matrimonio.

El buen patrón escenifica el lado oscuro del neoliberalismo con un personaje paternalista e hipócrita que no tiene ningún escrúpulo, pero que sin sus trabajadores no sería nadie. Sería una persona más explotada más por el sistema. Sin embargo, a pesar de haber una crítica social evidente y repartir responsabilidades a la inspección de trabajo, los sindicatos, los mandos intermedios e incluso a los medios de comunicación y al poder político, la película cojea con el tono. Mientras que en Los lunes al sol había un drama social que buscaba concienciar sobre la precariedad laboral, aquí por el contrario nos encontramos con una comedia negra que parece que busca la carcajada fácil gracias a los enredos que vive el protagonista. Y esto chirría. Resulta cuanto menos curioso que el director haya pretendido hacer humor sobre la derrota de la lucha de clases y de la falta de solidaridad entre trabajadores, de la explotación laboral, del acoso sexual, del racismo, de la prostitución…

Lo mejor de El buen patrón es, sin duda, Javier Bardem, que parece interpretar un papel hecho a su medida. Con una magnífica caracterización, consigue representar a la perfección al personaje modulando la voz y adaptando la expresión corporal sin caer en la parodia. Cada palabra, cada gesto están perfectamente medidos. Y parece que lo disfruta. Demuestra que es uno de los mejores actores de la historia del cine de nuestro país y que sin él no habría película. Y es que los secundarios no llegan a tener la misma entidad, sino que son un medio para un fin. Son meros recursos de guion para las desventuras del protagonismo.

En conjunto, El buen patrón no es espectacular como para haber estado nominado a tantas categorías en los Goya. Como digo, tiene sus puntos flojos tanto en el tono como en el diseño de los personajes más allá de Julio Blanco, además, trata de abarcar muchos temas forzando algunas subtramas y como consecuencia su duración es un tanto excesiva. No obstante, resulta entretenida. Y siempre merece la pena ver la magistral actuación de Bardem.

Las supermodelos

En la década de los 80 las modelos eran principalmente maniquís. Perchas que mostraban la ropa, sin más. Había alguna más o menos conocida, pero era algo puntual; lo más habitual es que nadie conociera sus nombres. Sobre todo fuera del mundillo de la moda. Sin embargo, aquello cambió con la llegada de Linda Evangelista, Naomi Campbell, Cindy Crawford y Christy Turlington. Aquellas cuatro modelos marcaron un antes y un después en el mundo de las pasarelas de moda y las portadas de revista y se convirtieron en un todo un icono llegando a tener más prestigio que las marcas que representaban y trascendiendo más allá de su propia industria. Las supermodelos recoge en formato de docuserie cómo estas cuatro mujeres llegaron a lo más alto siendo prácticamente adolescentes y cómo no solo aprendieron a ser ellas mismas quienes controlaran sus carreras sino que cambiaron el paradigma de la industria.

La única de ellas que se propuso ser modelo fue Evangelista, aunque Crawford también hacía sus pinitos en campañas locales. Campbell y Turlington fueron descubiertas con apenas 14 – 15 años. Las cuatro acabaron uniendo sus caminos en Nueva York. Podrían haberse convertido en rivales en un mundo tan competitivo como el del modelaje, sin embargo fue todo lo contrario. El hecho de estar lejos de casa y de sus familias (Evangelista es canadiense y Campbell británica) hizo que naciera una fuerte amistad entre ellas que incluso perdura hasta el presente. El momento clave para sus carreras fue la portada de la edición británica de Vogue de enero de 1990, una foto en blanco y negro de Peter Lindbergh que reunía a cinco supermodelos del momento, las cuatro mencionadas y la recientemente fallecida Tatjana Patitz.

Poco después, George Michael, abrumado por la presión de la fama, se negó a aparecer en el videoclip de su canción Freedom! y decidió que en su lugar aparecieran las modelos cantándola. Al año siguiente, se pudo ver a las cuatro tarareando el tema en el desfile de otoño – invierno 1991-92 de Versace. Fue, junto con la foto de Vogue, uno de los momentos más icónicos de sus carreras.

Su fama comenzó a subir como la espuma. Ficharon por las mejores agencias, fueron inmortalizadas por leyendas de la fotografía, firmaron contratos millonarios y duraderos, eran indispensables en los desfiles más respetables, se las esperaba en las galas más exclusivas, eran el rosto de todo tipo de productos e incluso protagonizaron películas. Se convirtieron en auténticas celebridades. Eso sí, ellas eran las que negociaban sus trabajos y decidían el rumbo que querían que tomasen sus carreras. En este sentido cambiaron la dinámica de poder en toda la industria para su generación y para todas las que vinieran después. No obstante, no todo fue un camino de rosas, ya que empezaron a trabajar muy jóvenes y estaban en una posición muy vulnerable. La docuserie recoge también momentos menos glamurosos en los que las supermodelos tuvieron que enfrentarse a episodios de misoginia, sexismo, y, en el caso de Campbell, racismo. Fueron víctimas de humillaciones físicas y abusos de poder y aquella presión las llevó a sufrir crisis de ansiedad, depresión, adicciones y otros problemas de salud.

Las supermodelos realiza este viaje retrospectivo gracias a los testimonios de las cuatro protagonistas. Son ellas las narradoras de sus propias historias, las que vuelven la vista atrás. Y a partir de ahí se completa con declaraciones inéditas de personajes clave del mundo de la cultura y la moda. Podemos escuchar a Donatella Versace, David Fincher, Marc Jacobs, John Galliano, Donna Karan, Calvin Klein, Michael Kors, Suzy Menkes, Grace Coddington o Bethann Hardison. La serie ofrece además un acceso sin precedentes a imágenes exclusivas de álbumes personales, sesiones de fotos, desfiles o carreras en el backstage.

No soy muy seguidora de la industria de la moda, pero desde luego resulta interesante ver cómo ha evolucionado el mundo desde la década de los 90. En su área desde luego ellas sembraron la semilla del cambio. Como dice Donatella Versace, fueron las primeras influencers.

La Comunidad, Helene Flood

Tras el éxito internacional de La psicóloga, Helene Flood publicó La Comunidad. Dividida en cuatro partes, la historia se centra en Kastanjesvingen, un tranquilo barrio residencial a un paso de la ciudad, perfecto para familias jóvenes con niños, donde nunca pasa nada. En esta comunidad de cuatro apartamentos residen los Tangen, Jørgen, Merete y su hija Filippa; los Karnisi, Jamila y Saman; los Sparre, Svein, Nina y su hijo Simen; y los Prytz, Rikke, Asmund, y sus hijos Emma y Lukas. Se llevan bien entre ellos, comparten las tareas comunes, hacen celebraciones en el jardín comunitario… En fin, parece que todos viven tranquilos y en armonía. Sin embargo, un día Jørgen Tangen aparece apuñalado en su propia casa sin indicios de forcejeo, por lo que la policía sospecha que el culpable está entre sus vecinos. Pronto empiezan a salir la luz los secretos de cada una de las familias y los motivos para el asesinato. No todo era tan idílico como parecía.

Con este inicio lo esperable sería que arrancara el proceso de investigación, los interrogatorios a los vecinos, las pistas, las sospechas… Sin embargo ese no es el enfoque de La Comunidad. La novela está narrada en una sola voz, la de Rikke, con continuos saltos temporales entre el presente y el pasado. Es ella quien va adentrándonos en la vida de los residentes de esta pequeña comunidad, por lo que lo que vamos descubriendo, tanto de los demás como de ella misma, es siempre desde su punto de vista. Esto hace que la historia quede un poco coja en lo que a investigación policial se refiere, porque en realidad la novela se entretiene en sus pensamientos, sentimientos y conjeturas, en lugar de en pruebas o pistas. Apenas hay conversaciones entre los personajes, se trata sobre todo de un constante navegar por la mente de Rikke que resulta caótico y repetitivo.

Me animé a leer La Comunidad porque me parecía una premisa interesante y el argumento está bien planteado, pero intenta abarcar muchos temas dispersándose en el camino. Como resultado la trama se vuelve lenta y espesa dando la sensación de que no ocurre nada. Sorprende además, que estando escrita por una psicóloga, que no haya grandes giros, intrigas, acusaciones y que los personajes sean tan planos, que no transmitan mucho, ni siquiera sospecha. Por otro lado, me he sentido un tanto confusa con la distribución del edificio en que ocurre la historia. A veces parece que se trata de un piso por planta, pero luego hablan de subir y bajar escaleras dentro de su propia vivienda, por lo que da la sensación de que son dúplex dentro de un mismo bloque… No termina de quedar muy claro, la verdad.

La editorial nos define La comunidad como un thriller psicológico, sin embargo, poco tiene de thriller y menos de psicológico. Es un libro ligero con una historia nada extraordinaria, un crimen simple, pocos sobresaltos y un desenlace demasiado predecible. Más que un thriller trepidante es un estudio costumbrista de un bloque de vecinos. Sin más.

Serie Terminada: Vaya Tela, Sam

El piloto de Vaya tela, Sam (Single ̶D̶r̶u̶n̶k̶ Female) me llamó lo suficientemente la atención como para añadirla a la lista de series para ver. La historia de una joven alcohólica que para seguir con su proceso de desintoxicación ha de volver a la casa materna donde casualmente está el principal conflicto que la lleva a beber me parecía una premisa bastante interesante. A pesar de ser un tema bastante delicado, el trama parecía tener pinceladas de comedia y daba la sensación de que iba a tener un tono ligero y dinámico. Sin embargo, tras ver sus veinte capítulos puedo afirmar que es un tanto floja. Sí, podía haberla dejado en la primera temporada, pero, con la esperanza de que pueda mejorar, me cuesta dejar a medias las cosas, bien sea una serie o un libro. Aunque quizá debería empezar a hacerlo, porque el tiempo no me sobra.

En Vaya tela, Sam parece haber un esfuerzo real por narrar los problemas que surgen cuando una persona es alcohólica, de hecho, bebe de las experiencias de su creadora. Intenta partir de ahí para explicar que cualquier adicción es en realidad una consecuencia de algo. Siempre hay un detonante que la motiva, por lo que hasta que no se vaya a la raíz, no se va a poder pasar página. Por eso la serie pone a Sam de vuelta en la casa de su madre, para que trabaje en base a los problemas que inicialmente le llevaron a ser una adicta al alcohol. El mensaje que más se intenta transmitir en sus dos temporadas es que siempre hay esperanza, que se puede salir. Sin embargo, tener una actitud positiva no lo es todo. También es importante una buena red de apoyo tanto personal como económica.

La serie quiere concienciar sobre la lacra de la adicción al alcohol desde una perspectiva tragicómica. Lógicamente hay drama en el alcoholismo de la protagonista, en los traumas que acarrea, en la pésima relación con su madre…, pero no consigue encontrar el tono de comedia. Hay algunas escenas y diálogos absurdos que buscan convertirse en alivio cómico, pero sin éxito. Las bromas no terminan de funcionar y le falla el ritmo. Los actores están sobreactuados y los personajes son estereotipos andantes. Por no hablar de que el camino que recorre Sam para desintoxicarse no parece nada realista.

En definitiva, una decepción.

Viaje a Azerbaiyán y Georgia VIII. Día 3 IV: Visita a Yanardag y Ateshgah

Tras la comida volvimos a abandonar Bakú. Y es que al norte de la ciudad, a unos 25 kilómetros, se halla emblemática Yanardag. Declarada reserva histórica, cultural y natural en 2007 y protegida por el Estado y por el Instituto de Arqueología y Etnografía de la Academia Nacional de Ciencias de Azerbaiyán, esta montaña de la Península de Absheron está continuamente en llamas debido a la salida de gas natural a través de la piedra arenisca.

Azerbaiyán es conocida desde tiempos remotos como la tierra de los fuegos, porque hay en muchas zonas del país gases naturales que prenden al emerger a la superficie. Aunque muchos han ido desapareciendo bien por la explotación humana, bien como resultado del descenso de la presión subterránea. En este caso, aunque se ve un tramo ardiente, había también tres llamas en las colinas, llamas que se han convertido en el símbolo de Bakú (aparece en la moneda y los sellas del país) y de ahí las Flame Towers.

El comerciante y viajero italiano Marco Polo ya recogió en sus manuscritos del siglo XIII que había una montaña ardiente en la zona, sin embargo se cree que lo más probable es que el fuego haya estado ardiendo durante muchos más años. También el escritor Alejandro Dumas describió el lugar durante una de sus visitas a la zona.

Los científicos estudian Yanardag para obtener información sobre las filtraciones de gas natural y sus interacciones con el medio ambiente de cara a emplear los conocimientos en otras áreas como la geología, la química y las ciencias ambientales. Sin embargo, la zona no es solo un lugar de interés científico, sino también de peregrinación de los seguidores de la antigua religión del zoroastrismo, cuyo elemento fundamental de adoración es el fuego.

Como se puede ver en el vídeo no importa si hace mucho viento (o incluso si llueve), pues la llama no se extingue. Así pues, los zoroastrianos consideran que esta llama eterna es una manifestación sagrada símbolo de pureza y divinidad.

Por lo demás, aparte del centro de interpretación y una pequeña tienda de recuerdos, no hay mucho más que ver en la zona.

Y de fuego, a fuego, pues nuestra siguiente parada, y última del día, fue el Templo del fuego Ateshgah.

Ubicado a 30 kilómetros del centro de Bakú, este templo religioso con forma de castillo fue construido entre los siglos XVII y XVIII en un lugar que desde la antigüedad se consideraba sagrado porque, al igual que en Yanardag, había unas llamas eternas que ardían de forma natural.

Se tienen dudas de si se trata de una construcción hindú o zoroastriana, pues ambas comunidades consideran el fuego sagrado. Además, hay inscripciones y símbolos que parecen indicar tanto a una como a otra. Sin embargo, las características estructurales (celdas para ascetas, chimenea abierta a todos los lados, o pozo de osario) son propias de los lugares de culto hindú. Es evidente que algún momento fue usado por los zoroastrianos, pues hay inscripciones y documentación al respecto, pero no parece que fueran ellos quienes lo diseñaron.

A finales de la Edad Media había importantes comunidades indias en Asia Central. En Bakú eran los indios quienes, junto con los armenios, controlaban gran parte del comercio. Así, hay historiadores que creen que la responsable de la construcción o renovación del Ateshgah vino de mano de la comunidad hindú relacionada con los sikh.

El templo es un complejo de estructura pentagonal con un portal de entrada rodeado de muros de tipo almenado. En el centro del patio, se encuentra el santuario-altar en forma de glorieta de piedra, con un foso en el centro desde donde la fluye el fuego eterno.

Desde los ángulos del centro salen más torres rodeadas de un patio con celdas para los monjes. Sobre el portal se encuentra un tradicional cuarto de huéspedes. Cerca del templo, hay un gran foso que se empleaba para quemar en el fuego sagrado los cadáveres de los hindúes.

El templo funcionó como lugar de culto hasta 1880, momento en que fue abandonado. Se cree que tuvo que ver la disminución de la población local en la zona. En cualquier caso, medio siglo después, en 1969, la llama eterna se apagó como consecuencia de la bajada de producción de gas por la explotación de la superficie. Hoy en día vuelve a haber fuego, pero es completamente artificial, alimentado por gasoductos de la ciudad cercana.

El complejo es museo desde 1975 y desde el 19 de diciembre de 2007 declarado reserva histórico-arquitectónica estatal.

Con esta interesante visita, y ya entrados en el atardecer, finalizamos nuestra excursión por las afueras de Bakú. Hora de volver al centro porque habíamos buscado un último plan para completar el día.

Salvar al Rey y Juan Carlos: La Caída del Rey

Hoy, 14 de Abril, es buen día para repasar dos series documentales sobre la monarquía y en especial sobre Juan Carlos I. La primera de ellas es Salvar al Rey, una producción española estrenada en 2022, y la segunda es Juan Carlos: La Caída del Rey, que nos llegó en 2023 de la mano de Sky Deutschland. Ambas docuseries recogen cómo su enorme lista de escándalos acabó por menoscabar la confianza de los españoles no solo en su figura, sino en toda la institución monárquica. Y aunque lógicamente hacen un repaso de más o menos los mismos acontecimientos, cada una de las producciones realiza un enfoque diferente.

Compuesta por tres capítulos, la docuserie Salvar al Rey está producida por Campanilla Films, una compañía de la productora Mandarina, empresa filial de Mediaset España. De primeras puede dar la impresión de que va a centrar su perspectiva desde un tono más rosa. Y sí, algo de eso hay, pero también es un producto bastante solvente como suele ser firma de la casa HBO. El vínculo con el mundo del corazón está, porque el director es Santi Acosta, veterano presentador de este tipo de formatos, pero se trata de un documental con mucho trabajo de investigación detrás. Y es que hay que tener en cuenta que Acosta tiene también amplia experiencia en el periodismo de investigación habiendo realizado trabajos sobre trata de seres humanos, tráfico de inmigrantes, prostitución infantil, tráfico de órganos o laboratorios de drogas.

A raíz de una conversación con Álvaro García Pelayo, el dueño de la productora donde trabaja, sobre la cantidad de cosas sobre el emérito que no se habrían contado y documentos que no habrían visto a la luz, a Acosta le picó la curiosidad y empezó a leer, a investigar, a ponerse en contacto con periodistas, a realizar entrevistas… y dos años después tenía material suficiente para montar esta docuserie y se la llevó a HBO, que no dudó en producirla, aunque asesorándose antes con varios despachos de abogados internacionales. El resultado es un pormenorizado documental que aunque no cuenta nada nuevo, pues, como digo, toda la información ya estaba publicada, lo que ocurre es que durante años apenas tenía repercusión, sobre todo porque había un pacto de silencio entre el Estado (Gobierno y Casa Real), medios de comunicación y élite empresarial.

Cada uno de los episodios de Salvar al Rey se centra en una etapa de la vida de Juan Carlos. El primer episodio repasa cómo es educado y colocado por Franco (en detrimento de su padre) y cómo queda todo bien atado con una constitución que reza: «La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad». Ahí se sentaron los polvos de los lodos que tenemos hoy en día. También repasa sus primeros años tras su coronación, aquellos en los que mientras presentaba al país su imagen más campechana y familiar, en realidad parece ser que fue el motor del golpe del 23F, coleccionaba amantes y empezaba su negocio como comisionista.

El segundo capítulo recorre los años 90, una época en la que, con una España ya en democracia, el monarca gozaba de prestigio tanto nacional como internacional. No obstante, para que esta imagen de éxito no quedara dinamitada había un buen número de gente detrás tapando sus escándalos y llegó un momento en que, como se ve en el episodio final, la situación se vuelve insostenible. Su relación con Corinna Larsen, el safari y aquel ridículo «Lo siento mucho, no lo volveré a hacer más», la crisis económica mientras hacía negocios oscuros y defraudaba a Hacienda… son inaceptables para una sociedad que ya no es tan tolerante. Es entonces cuando arranca la operación Salvar al Rey, pero no a aquel que se tomó demasiado a pecho su inviolabilidad, sino a su hijo y por ende a la institución.

La docuserie recoge el testimonio de más de 50 personas entre periodistas situados en puntos distantes del espectro ideológico (Luis María Ansón, Risto Mejide, Jorge Javier Vázquez, Pedro J. Ramírez, Iñaki Gabilondo, Fernando Ónega, Ana Pardo de Vera), prensa especializada en monarquía (Jaime Peñafiel, Rosa Villacastín y Pilar Urbano), políticos (José Bono o Iñaki Anasagasti), ex agentes secretos, jueces, e incluso su amigo Mario Conde. Repasando sus grandes éxitos (véase el «accidente de caza» en que mató a su hermano, el 23F, sus infidelidades, las tramas de asesinato, el fraude fiscal masivo, su desapego con la realidad y su huida a los Emiratos Árabes) queda totalmente destruida la mitología juancarlista y el Borbón queda desacreditado como jefe de Estado.

En realidad la familia real al completo sería digna de análisis, pero Salvar al Rey decide centrarse solo en la figura de Juan Carlos y no se atreve a indagar en otros miembros del clan. No ahonda en el caso Noos en el que estaban implicados su hija o su yerno; tampoco se sabe nada del matrimonio que cesó temporalmente su convivencia. Pero es especialmente significativo que se pase de puntillas por la campaña de márketing que se le ha hecho a su hijo presentándole como el preparado, como un hombre recto, íntegro y fiel a sus responsabilidades. Es un ejercicio de destrucción destinado a enaltecer.

El documental muestra su carta fuerte al mostrar por primera vez las grabaciones de conversaciones privadas entre el monarca y dos mujeres, Bárbara Rey y la fotoperiodista fallecida en 2015, Queca Campillo. Lo de la vedette era un secreto a voces, pues ella misma lo había ido contando en revistas y platós. En los 90 anunció en los medios que estaba siendo perseguida y amenazada de muerte para que estas cintas no vieran la luz. Nadie la creyó, es más, se hizo mofa de ella. Sin embargo, lo de Campillo es nuevo. Es su hija, Carmen Gutiérrez, quien hizo llegar las grabaciones a los autores de la producción y quien completa la narración de su madre.

Salvar al Rey parece a ratos una historia de espías con conspiraciones, pruebas destruidas, micrófonos escondidos, llamadas grabadas, viajes secretos, pactos de silencio y amenazas de muerte. Pero no, lo triste es que es una biografía y que sabíamos la gran mayoría de todos estos escándalos que planean por la docuserie. Visto en contexto, todo de seguido y con testimonios de primera mano es difícil no acabar gritando a la pantalla de indignación. Además, da que pensar qué más no sabremos por la ley de secretos oficiales. Una producción muy solvente y con buen ritmo. Se hace hasta corta.

Por otro lado, Juan Carlos: La caída del Rey, aunque también hace un repaso de la biografía del monarca, no lo hace siguiendo un orden cronológico, sino que esta docuserie de cuatro episodios parte del fatídico viaje a Botswana en 2012. Se sirve de los testimonios de amigos y enemigos del rey, antiguos empleados de los servicios secretos, personas de dentro de palacio,  prestigiosos periodistas y, especialmente, del de Corinna Larsen para desmontar la imagen prestigiosa de una figura que durante cuatro décadas se había convertido en un ejemplo de modernidad y cercanía.

Producido por el ganador del Premio Grimme, Christian Beetz, creador junto con Anne von Petersdorff y Georg Tschurtschenthaler de Gebrüder Beetz Filmproduktion, y el autor Pedro Barbadillo, Juan Carlos: La caída del Rey no fue un trabajo sencillo. Beetz afirmó que ya desde los inicios se encontraron con comunicaciones intervenidas, llamadas anónimas que les advertían de que tuvieran cuidado con lo que estaban haciendo y que incluso él y su equipo eran seguidos allá donde iban. Después, llegado el momento del estreno, un importante bufete de abogados en representación de un cliente anónimo amenazó con emprender acciones legales si se emitía, razón por la que fue cancelado en Reino Unido. No obstante, esto no impidió que se lanzara en otros países con incluso más interés. Ya se sabe, el efecto Streissand.

A diferencia del documental anterior, Juan Carlos: La caída del Rey tiene una visión más internacional. No duda en viajar a Nueva York, Mónaco, Ginebra, Londres o Abu Dabi para investigar sobre sus finanzas e intentar componer una red de conexiones que explique cómo el monarca pudo haberse enriquecido durante sus años en la jefatura del Estado. Sí, también afronta el tema de las infidelidades e incluso repasa otros casos de mujeres a las que se las ha relacionado con el emérito como Sandra Mozarowsky, actriz que apareció muerta con 18 años y de la que se especulaba que estaba embarazada de él; sin embargo, aquí por lo que interesa Larsen, más allá de las fotos inéditas que atestiguan sus años en común, es por todo lo que sabe y todas las pruebas que tiene guardadas. Y es que más allá de la relación personal, la alemana es una empresaria que ha visto mucho mundo como para no documentar según qué cosas. Es muy inocente pensar que una mujer que ha trabajado para altos cargos y diplomáticos no se va a cubrir las espaldas. Ella, al igual que Bárbara Rey, también afirma que ha sido acosada, perseguida y amenazada. De hecho asegura el primer incidente ocurrió nada más repatriar al monarca desde Botsuana. Mientras su relación se daba a conocer en todos los medios, ella se encontró con que su maleta había sido rociada con un ácido que acabó destruyendo su ropa. Más sutil que una cabeza de caballo, pero al fin y al cabo, un aviso. Después vinieron intentos de robo en Mónaco para robarle esta información sensible que guardaba en cajas negras e incluso parece que desde los servicios secretos se maniobró para que acabara implicada en el caso Nóos. Larsen acabó presentando una demanda contra Juan Carlos por acoso, seguimiento ilegal y difamación.

 

Personalmente Juan Carlos: La caída del Rey no está a la altura de Salvar al Rey, ya que se centra especialmente en los asuntos financieros y en la codicia de una persona que vivía a gastos pagos. A cuerpo de rey, si se me permite la expresión. Sin embargo, el documental no deja de ensalzar su figura política. Se habla de él como un héroe, como un salvapatrias que introdujo la democracia en el país y lo llevó a la modernidad. No obstante, no solo no tuvo que ver nada con la llegada de la democracia ni con salvaguardarla el 23F, sino que, como ya hemos oído de boca de los agentes de inteligencia, incluso fue el motor del golpe de estado.

En cualquier caso, dos docuseries interesantes que en conjunto se complementan, aunque lógicamente, haya informaciones repetidas. Aunque su visionado despierte la ira, conviene tener memoria para cuando lleguen los panegíricos. Y, quién sabe, igual en otros 20-30 años estemos hablando de que las corruptelas no se acabaron ahí sino que siguieron con la línea sucesoria.

¡Salud y República!

Escape Room: Bites Motel, Bite the Fly

Para nuestra cita mensual como escapistas reservamos en el Bites Motel de Bite the Fly, una sala que ya nos habían recomendado Game Masters de anteriores escapes y que se encuentra cerca de Yaebi, donde hicimos en octubre de 2019 La Farmacia (lamentablemente parece que han cerrado). El juego empezó prácticamente en la calle, pues no se trata de un local al uso. Aunque es cierto que ya en su página te dan todas las indicaciones necesarias para encontrarlo, por lo que solo nos quedó esperar pacientemente a que a la hora convenida saliera a recibirnos el gerente del motel.

Solo habíamos escuchado buenas palabras para este escape, por lo que teníamos altas las expectativas y un poco de temor a que no se cumplieran; sin embargo, nada más cruzar la puerta supimos podíamos estar tranquilos. La cosa apuntaba alto. Ya desde el comienzo nos sentimos dentro de la historia gracias a la espectacular ambientación y el recibimiento del Game Master. Es verdad que Experiencity tiene montada toda una ciudad con La Lavandería, La Nevera Show o Ciudad de Vacaciones, pero lo del nivel de detallismo en los decorados del Bites Motel es una salvajada. Y no es un espejismo inicial, puesto que no deja de sorprender durante el desarrollo del juego con lo bien diseñado y utilizado que está el espacio. La ambientación no es que sea coherente con la historia, es que ES la historia.

Quizá por eso empezamos algo perdidos. Estábamos tan pendientes de todo lo que nos rodeaba, de ubicarnos en el motel, que no terminábamos de arrancar. Por suerte recibimos un par de indicaciones que nos centraron y ya comenzamos a funcionar de manera habitual. Aunque seguíamos flipando a cada paso. Los puzles y enigmas están muy relacionados con la trama y el espacio en que se desarrollan. Y, a pesar de que hay alguno un tanto más complejo que nos retrasó un poco, en general son de nivel medio con algún candado más de lo que estamos acostumbrados últimamente, pero bastante variados combinando corte clásico y tecnología. En cualquier caso, siendo seis participantes, siempre teníamos algo que resolver, necesitando incluso colaboración a la vez de casi todo el grupo. El modo tensión que caracteriza a esta sala aporta un punto extra de disfrute, ya que hace que estés en todo momento pendiente del entorno y de los ruidos. Nos llevamos algún susto que otro, pero sustos graciosos que nos hacían interactuar más con el espacio y el Game Master, para nada de los desagradables que te sacan del juego.

Recomendado de 2 a 8 jugadores, no lo aconsejaría para menos de 5-6. Y es que hay muchas pruebas que hacer y el recorrido es extenso con numerosas salas. Cuantos más, mejor. Nosotros lo disfrutamos como enanos, consiguiendo terminar en unos 80 minutos (el límite está en 101). El tiempo se nos pasó volando gracias a la tensión, la adrenalina, y sobre todo a la diversión. No es el mejor escape que hemos hecho en todos estos años, pues en el número uno seguimos teniendo La Entrevista, pero sin duda está entre los cinco mejores. Va a ser una experiencia que vamos a recordar durante mucho tiempo y que deja el listón muy alto para nuestra próxima cita.

Nueva serie a la lista «para ver»: Blue Lights

Blue Lights es un drama policiaco que arranca con la incorporación de tres novatos en período de prueba a una ficticia comisaría de Blackthorn, en Belfast. La serie no pierde tiempo en introducirnos mucho a los caracteres, sino que nos mete de lleno en lo que sería un día normal para los agentes, como si fuésemos nosotros mismos quienes llegásemos al turno y tuviéramos que ponernos al día con los compañeros y con el trabajo rutinario y de patrulla.

A cada uno de los novatos se le asignará un veterano como supervisor, de forma que patrullen en parejas. La primera de ellas está formada por Grace (Siân Brooke), una mujer en torno a los 40 años que hasta hace poco era trabajadora social y que tiende a empatizar con los problemas de los demás, y Stevie (Martin McCann), un compañero que ya lleva horas en sus espaldas y ha aprendido a no involucrarse personalmente en los casos. La segunda dupla cuenta con Tommy (Nathan Braniff), un joven con pocas habilidades sociales y poca capacidad de imponer respeto, y Gerry (Richard Dormer), un tipo carismático que rápidamente lo acoge bajo su ala. Finalmente, el tercer dúo es el que forman Annie (Katherine Devlin), una joven católica poco amiga de seguir las normas, y Jen (Hannah McClean), una acomodada agente que busca siempre la manera de escaquearse del trabajo.

Su primer día como policías en prácticas no tendrá nada que ver con aquello que han aprendido en la academia ni en los manuales. Lo que curte a un agente es la calle, y a ellos no les ha tocado lidiar en la mejor de las plazas. Se han de enfrentar a un barrio especialmente conflictivo en el que una familia criminal, los McIntyre, maneja a sus anchas el tráfico de drogas y armas. Los policías tendrán que aprender a marchas forzadas cómo actuar en tal escenario dejando de lado el idealismo y las buenas intenciones. Porque a veces, por mucho que se esfuercen, no tienen los recursos ni el tiempo para solucionar los problemas de todo el mundo.

Blue Lights está creada por Declan Lawn y Adam Patterson, quienes conocen bien las tensiones entre facciones, ya que ambos crecieron en Irlanda del Norte, trabajaron durante años como reportero y fotoperiodista/productor respectivamente y porque, para documentar la serie, estuvieron meses patrullando con policías y tuvieron largas conversaciones con agentes jubilados. Y es que, pese a los Acuerdos del Viernes Santo, hoy en día, 25 años después, los policías en Irlanda del Norte siguen ocultando su profesión y comprobando los bajos de sus vehículos antes de montarse en ellos.

El primer capítulo es una buena carta de presentación que sirve para introducir a los personajes, el ambiente de la comisaría y el contexto en el que se mueven los agentes sin precipitarse ni ser demasiado explícito. Nos faltan muchos detalles, tal y como les pasa a los novatos. Aún no entendemos del todo las dinámicas y los entresijos que conlleva el día a día del puesto pero la semilla plantada promete germinar a lo largo de la temporada. Con un buen reparto, una localización que se convierte en un personaje más y un ritmo paciente pero a la vez tenso, Blue Lights engancha desde el primer minuto. Este episodio acabó sumando más de siete millones de espectadores en su estreno por la BBC, quien ha renovado la serie por una tercera y cuarta temporada sin haber estrenado aún la segunda. Una serie policíaca (que se sale del esquema de las procedimentales) para no perderle la pista.

Viaje a Azerbaiyán y Georgia VII. Día 3 III: Visita a la Mezquita Bibi-Heybat

Tras visitar la Reserva de Gobustán y conocer algo más sobre el pasado de Azerbaiyán que se esconde en los petroglifos y descubrir que existen volcanes que no son de lava, nuestro minibús nos llevó de vuelta a Bakú para comer. Pero antes de entrar de nuevo en la ciudad hicimos una breve parada en la Mezquita Bibi-Heybat, uno de los monumentos más relevantes de la arquitectura islámica en el país e importante lugar de peregrinación para los musulmanes chiítas porque se halla sobre la tumba de la hija del séptimo Imán de los chiíes – Musa ibn Ya’far y alberga la tumba de Ukeyma Khanum (descendiente del profeta).

Antes de nada hay que señalar que las mezquitas de Azerbaiyán son algo diferentes de las que habíamos visto en Estambul o Marrakech, y es que los musulmanes chiítas no profesan la religión igual que los suníes, de la misma manera que no lo hacen los cristianos romanos y los ortodoxos. Por supuesto ambas corrientes del Islam se basan en la creencia de que Alá es el único dios, que Mahoma es su profeta y que el Corán es la palabra eterna. Ambas rezan y ayunan prácticamente de la misma forma, celebran las mismas fiestas y comparten muchas prácticas. Sin embargo hay diferencias de tal calibre en materia de doctrina, rituales, leyes, teologías y organización entre suníes y chiítas que se enfrentan en un conflicto que se extiende por siglos.

El nombre de suní o sunita proviene de la expresión «Ahl al-Sunna», la gente de la tradición, y sus seguidores veneran a todos los profetas del Corán, pero especialmente a Mahoma, a quien tienen como el profeta definitivo. Los suníes constituyen aproximadamente el 90% de los musulmanes repartidos en el mundo. Por su parte los chiies o chiítas nacieron como una facción política haciéndose llamar «Shiat Ali» o el partido de Ali. Y es que mientras que los suníes defienden que el sucesor de Mahoma debía ser elegido por la mayoría de la comunidad musulmana, los chiítas sostenían que el heredero debía ser alguien perteneciente al linaje familiar del profeta, en este caso Ali, que era el yerno del profeta. Pero Ali murió asesinado y a sus hijos, Hassan y Hussein, se les negó el derecho de sucesión. Para los chiítias aunque Mahoma es el profeta, también son importantes todos sus alumnos. Representan el 10% restante de los musulmanes y son la mayoría de la población en Azerbaiyán, Irán, Irak, Bahréin además de algunas comunidades en Afganistán, India, Kuwait, Líbano, Pakistán, Qatar, Siria, Turquía, Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos.

La mezquita es una recreación de la que mandó construir en el siglo XIII Shirvanshah Farrukhzad II Ibn Ahsitan II y que quedó completamente destruida por los bolcheviques en 1936. Erigida en 1994 después de que Azerbaiyán obtuviera su independencia siguiendo fotografías y descripciones de viajeros, fue inaugurada el 11 de julio de 1997.

Cuenta con dos minaretes y tres cúpulas, cuyo interior está decorado con espejos verdes y turquesas en los que se pueden leer inscripciones de Corán. No es una mezquita muy grande, pero sorprende su interior tan bellamente decorado. Queda estructurada en dos alas: en lado sur del complejo está la sala de oración de los hombres y en el norte la de las mujeres. Entre ambas se encuentra el mausoleo.

La mezquita se halla junto al mar Caspio, que se puede ver desde su patio. No obstante, las vistas no son especialmente bonitas, ya que se ven contenedores, hangares y grúas.

Tras la breve visita en la que solo pudimos ver las zonas comunes y el mausoleo (por respetar el rezo en ambas salas) volvimos al minibús, que nos llevaría de vuelta a Bakú para hacer la parada de la comida. Nos llevaron a un restaurante local en el que teníamos incluido un menú bastante completo. Nuestro guía nos recomendó que pidiéramos un poco de todo para probar el máximo de platos típicos. Para elegir había ensalada de tomate, pepino, queso y cilantro, sopa de lentejas con un toque de menta, verduras, salteados de arroz y varios platos con pollo o estofados.

La verdad es que estaba todo muy rico. Especialmente me sorprendió la sopa de lentejas, ya que no me habría esperado esa combinación de sabores. Para concluir, cómo no, un té. Y de vuelta al minibus, que aún nos quedaba día por delante.