Marruecos VII. Día 4: Merzouga, Valle del Draa y vuelta a Marrakech

Se supone que íbamos a salir del campamento a las 6 de la mañana, así que nos pusimos el despertador a las 5 para tener tiempo para prepararnos y volver a las dunas a por un poco de arena para llevarnos de recuerdo. Sin embargo, no empezamos muy bien el día. O la noche, porque aún no había luz. Mi prima que cogió el móvil para usarlo como linterna de camino a los baños acabó con él en remojo. Se lo había metido en el bolsillo del abrigo y al levantárselo… plof

Los baños eran cabinas bastante completas, con su lavabo, su ducha y su inodoro. Que la verdad, yo me había esperado unas letrinas casi.

Pero aún así, la canalización de los inodoros no era muy allá y la cadena no funcionaba muy bien, por lo que no había agua limpia en el fondo.

La pobre lo limpió con desinfectante en gel para manos, con toallitas, lo secó… pero aquello no parecía tener buena pinta (spoiler alert: no resucitó).

Mientras tanto, el tiempo pasaba y seguíamos esperando a que vinieran a por nosotros, pero no aparecía nadie, así que fuimos a por arena para llevarnos de recuerdo y nos volvimos a la haima pues en el exterior hacía bastante aire. Por fin a las 6 y media vinieron ya a avisarnos de que los dromedarios estaban listos y que nos marchábamos, por lo que recogimos y volvimos a subirnos a los animales. Seguía siendo igual de complicado que el día anterior, con el añadido de que teníamos agujetas en los isquiones. Aún era de noche, aunque se veía cómo despuntaba algo de claridad a nuestras espaldas. Íbamos preocupados por ello, pues eso suponía que no íbamos a ver bien el amanecer. Sin embargo nuestro guía nos dijo que pararíamos en el trayecto en su momento para ello, así que confiamos en su palabra.

Esta vez la ruta fue bastante más tranquila, pues no llevábamos detrás a los argentinos ni a Rashid con la música. Y también más fría. Aquí yo el pañuelo lo llevaba al cuello y directamente llevaba el gorro de la sudadera y el de la chaqueta para protegerme del aire. Unos minutos antes de que fuera a amanecer, nuestro guía hizo parar a los dromedarios para que pudiéramos bajar y disfrutar del momento. Como no podía ser de otra manera sacamos nuestro lado instagramer para hacernos fotos chulas en las dunas mientras veíamos cómo rápidamente amanecía. En cuestión de unos minutos ya había asomado totalmente el sol sobre el desierto. Todo un espectáculo, la verdad, sin duda merece la pena madrugar. Aunque creo que sigo quedándome con el cielo estrellado.

Tras el breve receso, volvimos a subir a los dromedarios y a continuar con nuestro camino de vuelta al hotel, donde nos esperaba el desayuno. Y Mustapha metiéndonos prisa, así que desayunamos rápidamente. Esta vez teníamos zumo envasado, tes y cafés, yogures y magdalenas. Poco donde elegir, pero como había hambre, nos adaptamos. Mientras Mustapha se fue a por nuestros compañeros sevillanos, los demás volvimos a la habitación a rehacer las mochilas y asearnos por turnos. Al tener tan solo un cuarto de baño para los seis no nos iba a dar tiempo a ducharnos, así que nos aseamos como pudimos. En la espera, mientras me estiraba, mi prima descubrió que mi tatuaje del día anterior se había duplicado. Y es que debí dormir con el antebrazo sobre la tripa y se había traspasado la henna. Aunque aún conservaba el del brazo.

Cuando volvió Mustapha cargamos nuestros bultos y volvimos a la furgoneta.

Enseguida hicimos una parada en el pueblo de Rasini para ver el mercado local. Mustapha nos había comentado el día anterior que si nos interesaba la cocina y queríamos comprar especias que nos esperáramos a llegar aquí, que en los zocos de Marrakech podíamos encontrarnos con que lo que nos vendieran no fuera 100% lo que decían. Este pueblo, mucho menos transitado, al parecer tiene la mercancía más pura ya que la traen directamente los bereberes.

Mustapha nos llevó directamente a una farmacia tradicional donde desplegaron una gran variedad de productos. Además de darnos para oler varias especias, también nos explicaron varios remedios naturales, como una bola hecha con eucalipto y algo más que acercada a la nariz la despejaba como si de un vips vaporoub se tratara. Aprovechamos para comprar unas especias y algún detalle para regalar.

Después un bereber conocido de Mustapha nos llevó por el mercado indicándonos cómo se dividían las zonas, dónde se comerciaba qué… bueno, básicamente nos explicó como funcionaba un mercado… Que supongo que hay a quien le chocará según las costumbres de cada país, pero en nuestro caso, siendo españoles y habiendo heredado este aspecto comercial, no nos sorprendió mucho más allá de los animales muertos expuestos al aire sin ningún tipo de protección.

Nos llevó a probar los típicos dátiles e incluso salimos al exterior a la zona de animales, donde se vendían burros (cada vez menos por los coches), vacas y corderos.

Volvimos de nuevo a encontrarnos con Mustapha y después de pasar por la tienda del bereber que nos había hecho de guía y que algún compañero hiciera alguna compra, seguimos nuestro viaje de vuelta a Marrakech.

Sobre las 2 de la tarde paramos a comer en el pequeño pueblo de Nkob, a unos 230 km de Merzouga, 160 de Ouarzazate y 334 de Marrakech. Nuestro conductor nos llevó al Kasbah Ennakhile, una antigua kasbah convertida en en hotel y también restaurante. Su gran atractivo es la terraza superior con salón árabe que ofrece unas magníficas vistas de los palmerales a sus pies y de fondo la cordillera del Jebel Saghro. Impresionaba la visión de miles de palmeras que parecían extenderse hasta el infinito, sin embargo, Mustapha se reía y nos decía que aún nos quedaba mucho por ver en lo que a palmerales se refiere.

Esta vez para comer podíamos elegir entre menú completo o solo segundo plato, algo que agradecimos, pues las raciones nos parecían enormes. Así, obviamos las sopas y ensaladas y nos centramos en las opciones de plato principal. Teníamos seis donde elegir, pero ese día solo hacían cuatro, por lo que nos lo pusieron fácil y elegimos uno de cada para compartir y así probar de todo.

Volvimos a elegir la tortilla bereber (cada una que probamos tenía distinto tipo de relleno), pollo al grill con verduras, patatas y arroz, unos pinchos también con guarnición, y tajin de pollo con ciruelas y almendras.

Estaba todo muy rico, de hecho el pollo estaba más jugoso que el del día anterior.

Con el estómago lleno y Mustapha preocupado porque nos quedaban muchos kilómetros y se nos iba a hacer de noche antes de llegar a Marrakech, volvimos a la carretera. Entre el cansancio y la comida, había ganas de echarse una siesta. No obstante, poco después de dejar el restaurante entramos en el Valle del Draa, y no había que perder detalle. Entre las poblaciones de Agdz y Zagora hay unos 100 km en los que podemos encontrar el oasis más grande del país (segundo de África, por detrás del del Nilo), con millones de palmeras. El valle recibe su nombre del río que lo serpentea, el Draa, el más largo de Marruecos. Sin él esta extensión de tierra estaría muerta, pero gracias a su riego se alimenta el árido terreno y no solo crecen las palmeras, sino que se cultivan legumbres, cereales, hortalizas o verduras y crecen la henna o arboles frutales.

Una palmera datilera hembra de más de 10 años puede llegar a producir unos 60-80 kg de dátiles por cosecha, por lo que no es de extrañar que la población de todo el valle vive básicamente del comercio de dátiles. En menor medida lo hacen también de la henna y últimamente del turismo.

El Valle del Draa supone un enclave estratégico al encontrarse en la ruta de aquellas caravanas que atravesaban el Desierto del Sáhara llevando sal al sur, o subiendo esclavos al norte. Así pues, ha estado poblado desde hace siglos por nómadas. Hoy, centenares de Ksur y Kasbahs se suceden a lo largo del valle aportando algo de color rojizo a la predominancia verde de los palmerales. Mirando esos poblados y ciudadelas parece que el tiempo se ha detenido hace siglos.

Hicimos una breve parada junto al río para disfrutar de este espectacular vergel y después volvimos a la furgoneta para continuar con nuestro camino.

Estábamos a menos de 100 km de nuestra siguiente parada, sin embargo, para ello teníamos que ascender el puerto de alta montaña Tizi-n-Tinififft, por lo que nos quedaban por delante un par de horas. Al igual que hicimos en la ida, paramos en la cima para poder otear el horizonte. La abertura en la tierra y el aspecto de las formaciones rocosas me recordó de alguna manera al Gran Cañón. Sobre todo la parte más rojiza.

Tras un breve alto, seguimos hasta Ouarzazate, la ciudad conocida como la «puerta del desierto» porque sirve como parada para las excursiones al desierto. No obstante, sobre todo destaca por su importancia en el mundo del cine. Es en esta ciudad donde se hallan los Atlas Corporation Studios, los estudios de cine más famosos de África. Vamos, que vendrían a ser como los Universal Studios marroquíes.

Tras el rodaje de Lawrence de Arabia (1962) los productores pensaron que había que fundar unos estudios permanentes en la zona para aprovechar el potencial de los paisajes de la región. Desde entonces, allí se han rodado cintas como Astérix y Obélix: Misión Cleopatra, Star Wars, Gladiator, Príncipe de Persia, La Momia o La Joya del Nilo entre otras. Desde entonces, hay familias enteras que trabajan para la industria del cine. No solo como figurantes, sino como técnicos, como artesanos realizando trajes u objetos de atrezzo…

La visita es guiada en inglés, pero los estudios ya habían cerrado cuando llegamos. En realidad la parada en la ciudad fue más técnica que otra cosa. Mustapha se fue a tomar café y el resto nos dimos un paseo por las proximidades.

Lo mismo nos ocurrió con la Kasbah Taourirt, una de las mejor conservadas de Marruecos. Su visita puede llevar más de una hora y cerraba a las 6 y media de la tarde, por lo que nos conformamos con verla desde fuera.

Justo enfrente de esta ciudadela hay un zoco enfocado a los turistas donde, según pudimos comprobar, según la nacionalidad te intentan vender unos objetos u otros. Al principio nos hablaron en francés ofertándonos determinados productos, y al ver que éramos españoles, cambiaron totalmente de registro.

Tras el receso, ya sí que continuamos del tirón a Marrakech. Y este tramo hizo mella en nosotros porque eran unas cuatro horas de ruta por carreteras llenas de curvas que además estaban en obras y muy transitadas por camiones. Para cuando quisimos llegar a Marrakech eran ya casi las 10 de la noche, por lo que la idea era hacer el checkin y seguidamente salir a por algo de comer para acostarnos lo antes posible. El habernos levantado a las 5 de la mañana y todo el día sentados en el coche había hecho mella en nosotros.

Para los días que nos quedaban en Marrakech no repetimos riad, ya que no había disponibilidad. Esta vez nos alojábamos en el riad Origins Magi. Llegamos y nos encontramos en el patio a cinco filipinos muy majos. Mientras los chicos del hotel buscaban la llave de nuestra habitación (algo que les llevó unos minutos), entablamos conversación con ellos. Nos preguntaron si acabábamos de llegar a Marrakech, les comentamos que veníamos de excursión y se interesaron por la experiencia. Además, nos comentaron que ellos vivían en Londres y que ya se iban al día siguiente. Todo ello en inglés, pero a la vez intentaban chapurrear palabras en español (hay muchos vocablos que han quedado en el filipino). Nos comentaron que aunque ya no queda mucha gente que hable español en su país, sí que quedan muchos nombres que se pasan de generación en generación (aparte de apellidos, claro). Tenían por ejemplo a uno que se hacía llamar (o lo mismo se llamaba de verdad, vete a saber) Paquito.

Cuando por fin encontraron nuestra llave, nos despedimos de los asiáticos y entramos a la habitación a dejar las mochilas. Era bastante grande, esta vez sí que era cuádruple, con una cama doble a cada lado y una especie de zona de estar en el centro.

A mano izquierda teníamos el baño con su ya típica ducha abierta.

Frente al baño había un espacio para el armario y una cómoda con caja fuerte.

La decoración era minimalista, pero con gusto. Paredes blancas, techos altos y una enorme lámpara colgante.

Tras dejar las cosas, y antes de salir a por la cena, le pregunté al chico si teníamos que rellenar algún dato para el checkin y el pobre se quedó algo descolocado, pues estaba preparándonos el té de bienvenida. Rellenamos la documentación y nos marchamos rápido para no perder tiempo. Dadas las horas que eran no queríamos perdernos por la medina en busca de un sitio donde comer y algunos no tenían mucha hambre, así que nos apañamos con algo rápido. Compramos unos bocadillos en un local próximo al riad y nos volvimos para allá. Tres bocadillos (dos mixtos y uno de pollo) con patatas nos costaron 60 Dirhams.

Nos sentamos en el patio del riad a cenar y nos volvieron a preguntar si queríamos esta vez el té. Y ahora que por fin ya estábamos más relajados, lo aceptamos. Cenamos tranquilamente en la penumbra del patio bajo los naranjos y después para reposar nos tomamos el té. Una ducha rápida y a dormir, que el día había sido muy largo.